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[Publicado en: Valenciana, núm. 8, julio-diciembre de 2011, pp. 173-176.]

 

Reseña de: Carlos Oliva Mendoza (comp.), La fragmentación del discurso: ensayo y literatura, México, UNAM, 2009.

 

José Israel Sánchez Guerrero

 


Afirma Carlos Oliva Mendoza que, a diferencia de la novela, el ensayo no tiene una forma clara que ofrecer al lector: “el ensayo no atrae; por el contrario, es una forma que debe ser buscada”. Cada uno de los textos reunidos en La fragmentación del discurso: ensayo y literatura, desde sus propios ejercicios ensayísticos, prolongan esa búsqueda dentro de las paradojas del ensayo.

Intentar sintetizar estos diez textos parece una tarea triste. Triste porque el ensayo mismo, más que una mera exposición o expresión de un pensamiento consumado, es un experimentar el pensamiento mismo. El ensayo es un recorrer ese desarrollo vacilante del pensamiento, que se retarda caprichosamente en cada uno de los recovecos y deslices de su accionar. Leer un ensayo es, sobre todo, ser testigos del nacimiento de nuevos horizontes y perspectivas. Me limitaré a señalar algunas de las miradas que estos estudiosos posan sobre el ensayo y sus paradojas.

En un brevísimo texto, Jaime Moreno Villareal comparte sus propias estrategias de escritura. A partir de las cuales se sumerge en la literatura fragmentaria, donde la noción de género pierde su fortaleza en provecho de la obra misma. El ensayo, siendo una literatura fragmentada, reconoce los efectos de tal ejercicio.

Una interesante analogía del ensayo es presentada por Magali Velazco Vargas. El juicio de Paris sobre la belleza —y la manzana de la discordia— dan pie a un repensar ciertos fundamentos de la crítica literaria.

Evodio Escalante inicia con una revisión de aquella conocida imagen de Alfonso Reyes sobre el ensayo: “centauro de los géneros”. Imagen de la hibridez que, a juicio de Escalante, es una fuente de dificultades más que una esclarecedora condensación de la definición de ensayo, porque si bien la hibridez es un elemento constitutivo del ensayo, donde cabe todo y de todo; la mera conjunción de opuestos no lo define. Para Escalante es obligatoria una comunicación intelectiva, pues éste es “el último o más reciente vástago de la filosofía”. Pero el ensayista no se limita a un pensamiento sistemático, propio del tratado filosófico: “el ensayista, simulando razonar, en realidad lo que hace es emplear simulacros de razonamientos; en lugar de aplicar procedimientos lógicos, hace como si los aplicara”. Escalante observa como resultado el surgimiento de “silogismos bicornutos”, paradojas que apuntan a direcciones contrarias. Parece ser pues el pensamiento lateral, o al menos la no linealidad del pensamiento, una característica fundamental del ensayo. Ejercicio inacabado y paradójico, que encuentra su valor en el poder de insinuación, en la promesa de lo probable.

El ensayo es, la más de las veces, consecuencia de lecturas anteriores. Siempre hay una apropiación personal, una actualización. Afortunadas son las ocasiones en que el ensayo germina en sí mismo. Elba Sánchez Rolón escribe una réplica a Evodio Escalante. Sobra decir lo agradable que es encontrar a ambos textos en una misma edición. En paralela situación se encuentra el trabajo de Horacio Cerrutti Guldberg que es complementado por Carlos Antonio de la Sierra.

Retomando el tema de la hibridez en el ensayo, Sánchez asegura que lo siniestro se hace presente en el ensayo ya que: “ensayar es mostrar lo siniestro en el punto de su ocultamiento; es provocar, en su bestialidad, al pensamiento”. Es, de nuevo, como ya menciona Evodio, la potencialidad de lo oculto, de lo que está insinuado. Ese carácter provocador mantiene al ensayo en una situación limítrofe, a un paso de la ortodoxia y la herejía. Provocar es apuntar, pero no a la deriva, sino a una dirección específica; es una provocación intelectual en cuanto permite avanzar, ampliar el pensamiento.

Para Liliana Weinberg el ensayo “hace siempre ostensible la existencia de una perspectiva sobre el mundo interpretado”. La mirada y el mundo que se mira surgen a partir de que se asume una perspectiva, que es anterior y posterior a la configuración del texto. Por ello, el ensayo “es un hablar sobre a la vez que un hablar con”. Weinberg señala que esa nueva perspectiva implica una nueva posibilidad de lectura, íntimamente relacionada con la realidad. Puesto que el ensayo no puede cerrase al mero juicio de un objeto dado, sino que se atiende al juicio mismo, que se despliega a lo largo del texto. Mordiéndose la cola, el ensayo encierra en sí mismo los valores a través de los cuales se genera.

Sergio Ugalde Quintana observa que “en la aparición del en- sayo y la poesía, en la voluntad de manifestarse, se encuentra elementos comunes”. Tanto el poeta como el ensayista restablecen, a través de su escritura, las palabras de la tribu. Asimismo, parten del desconcierto, del enigma, mas no para responderlo, sino para delinear nuestras interrogantes.

Cabe resaltar que en esta compilación se redita “Hipótesis para una teoría del ensayo (Primera aproximación)”, de Horacio Cerrutti Guldberg; texto esencial para entender la ensayística hispanoamericana. En éste, se realiza un sopeado recorrido histórico del ensayo como nueva forma literaria. Además, Cerrutti justifica el uso de la metáfora sobre el concepto —una de las tantas críticas que padece el género—. La metáfora se justifica en el ensayo al ser “un decir polisémico de una realidad que se resiste a la referencia unívoca del concepto”. Carlos Antonio de la Sierra, continúa y complementa otras observaciones que hace Cerrutti, tales como la interrogante del sujeto del ensayo, y un replanteo de la relación sujeto-objeto.

Como el uróboros, esa bestia fantástica que “empieza al fin de su cola”, la lectura de esta compilación invita al lector a un constante redescubrimiento —reinicio— del ensayo. Cada uno de los textos retoma, desde diferentes perspectivas, el cuestionamiento esencial sobre la forma ensayística.

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