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[Publicado en: Errancia, Revistas Académicas de la FES Iztacala, núm 1, vol, 1., 2000.]

 

Nietzsche entre martes y miércoles

 

 Jorge Juanes

 


Idólatra, nervioso, irritable, danzarín, visionario, acostumbrado a la alta montaña, el cuerpo de Nietzsche dice sí a "todo lo que fortalece". Lo que fortalece significa en este caso lo que lejos de cerrar las perspectivas las abre. Es siempre evaluando perspectivas como Nietzsche elige sus preferencias. Las perspectivas enuncian maneras del ser o posiciones ante el ser: lo activo y lo reactivo, lo fuerte y lo débil, lo cerrado y lo abierto, lo selectivo y lo vulgar, lo amoral y lo moral. . . Si se acepta la existencia de diversas perspectivas es porque de antemano se rechaza la creencia en una supuesta perspectiva en la que todos cabemos. Frente a la perspectiva monolítica, Nietzsche opta por la perspectiva diferenciada. Llama la atención, obsesivamente si cabe, sobre la realidad entendida como lucha entre fuerzas encontradas e inconciliables. De ahí ese énfasis en separar las fuerzas activas de las reactivas. Insisto: Nietzsche no separa para volver a fijar. Puesto que fijar una perspectiva es cancelar lo que es tal y como es: indomable. Fijación inadmisible en la medida en que los auténticos actos no pueden ser preformados de una vez y para siempre. Esta intransigencia no es gratuita, puesto que la mayoría de los hombres viven a partir de ajustarse a una sola perspectiva, dentro de lo estable. Y puesto que la fuerza está, para Nietzsche, del lado de la diferencia, la Verdad o "el mundo verdadero" aparece ante sus ojos como un error. "La Verdad es un error." Lo podemos enunciar así: si la voluntad del mundo es inagotable, fijarle un sentido es quedarse con una de sus apariencias posibles, justamente aquella que momentáneamente ha logrado imponerse, así la Verdad no es sino una apariencia que no se reconoce como tal, una limitación de lo que no tiene límite, por tanto un inmenso error.

 

Existe únicamente un ver perspectivista, únicamente un "conocer perspectivista"; y cuanto mayor sea el número de afectos a los que permitamos decir su palabra sobre una cosa, cuanto mayor sea el número de ojos, de ojos distintos que sepamos emplear para ver una misma cosa, tanto más completo será nuestro "concepto" de ella, tanto más completa será nuestra "objetividad". Pero eliminar en absoluto la voluntad, dejar en suspenso la totalidad de los afectos, suponiendo que pudiéramos hacerlo: ¿cómo?, ¿es que no significaría eso castrar el intelecto?. . .

Yo es otro, decía Rimbaud. ¿Nos será dado abrirnos a lo otro que nos llama? ¿Aventurarnos en lo múltiple? Ni culpa, ni expiación de la culpa; ni doctrinas que venerar, ni dogmas que defender. Alegría ≠ culpabilidad. Dolor no es culpa, alegría no es culpa. Aquello que no quiere que vuelva lo múltiple, nihilismo. Retener. El nihilismo quiere detener el eterno retorno de la voluntad de poder, detener la repetición de lo que da fuerza y hace la diferencia. ¿Detener? ¿Y apoyándose en quién? En la propia voluntad de poder. ¿Cómo? Inflando una sola perspectiva. Valores de la verdad, valores del error. ¿Pero qué tiene que ver la voluntad de poder con esto? Todo y nada. Aunque no es un límite la voluntad de poder se manifiesta (de) limitando: así contiene cualquier límite. Quedarse en esa manifestación es querer a medias; ¿y quiénes quieren a medias, sino los que confunden los límites que pone la voluntad de poder con la voluntad de poder misma? Es en este sentido y sólo en este sentido como decimos que cualquier límite está contenido en la voluntad de poder. El nihilismo es una posibilidad contenida en la voluntad de poder. Y con esta valoración cerrada y pequeña, limitada y segura, la fuerza queda convertida en cosa de número, deviene debilidad. Nadie juega más. En tanto la diferencia pide de la diferencia, pide de un cuerpo abierto (a-nihilista): sensitivo, rebelde, afectivo, ilimitado: que afirme y no que asuma. Querer con fuerza es querer que retorne lo que da fuerza, la voluntad de poder completa. Y mientras ese querer se sostenga, se sostendrá también la posibilidad de tolerar (resistir) la presencia de aquellos que sólo quieren a medias. ¡Aventurémonos en el querer! Sólo así podremos seleccionar dentro de lo que selecciona, sólo así lo que selecciona podrá seleccionar. Y ya en la paradoja: el triunfo total del devenir reactivo sobre la voluntad de poder, de la perspectiva del yo sustancial sobre la multiperspectividad, es imposible: destruiría al devenir reactivo mismo/si el yo es otro nunca podrá existir fuera de lo otro, vale decir, convirtiendo a lo otro en puro yo, ya que lo otro es el Ser: lo múltiple e inagotable. Fijaros bien: la fuerza ni triunfa ni pierde, está allí desde siempre y seguirá con o sin el hombre. ¡Baste la luz de una estrella!

La medida de nuestra fuerza es hasta qué punto podemos acomodarnos a la apariencia, a la necesidad de la mentira, sin perecer.

Hemos dicho la voluntad del mundo es inigualable. Para entender esto tenemos que vérnosla con la voluntad de poder. En lo que sigue preguntamos por la voluntad de poder. El acceso a la voluntad de poder depende en principio de la muerte de Dios. "Dios ha muerto". Pocas frases tan conocidas y tan sustanciales como ésta. Para Nietzsche no se trata sólo de la muerte del dios cristiano, tampoco de dejar de creer en nombre de la incredulidad. Descreer sin más es todavía nihilismo, nihilismo puro o pasivo. Luego, la muerte de Dios no equivale ni a la caída del cristianismo (aunque la presupone), ni a una mera toma de posición escéptica. Y no se crea que Nietzsche plantea allí la sustitución de Dios por el Hombre. Incluso si hubiese que explicar el significado de esta frase contundente, la fórmula más aproximada sería: no hay muerte de Dios si antes no hay muerte del Hombre. ¿Del Hombre con mayúsculas? Del mismo. Y nadie se asuste: ya que es el Hombre el que ahora ocupa el lugar que otrora ocupara el Dios de los cielos. ¿Qué? El humanismo se ha encargado de guardar el lugar. ¿Tiene algo que ver entonces la voluntad de poder con la fuerza cósmica? Respuesta: todo. En el fondo del mundo descansa el secreto de la muerte de Dios y por tanto de la voluntad de poder. Lo humano es en el mundo y pasa por el mundo. Nunca es posible el hacer humano fuera de que permanece y otorga: el Mundo. Mundo que no es algo que depende de lucubraciones teóricas. El mundo sucede y nos sucede, está y nos hace estar, ayer-hoy-eternamente. ¿Hay voluntad de poder fuera del hombre? ¿Implica la volun-tad de poder al hombre? Respuesta: el hombre forma parte de la voluntad de poder. La voluntad de poder está fuera del hombre en tanto no depende de él, pero está adentro del hombre en tanto éste reside en la voluntad de poder. ¿Y cómo se está radicalmente en la voluntad de poder? Desconstruyendo el Sujeto, el yo sustancial, buscándose fuera de sí, esto es, dentro de lo que permanece porque nunca comenzó y nunca terminará/inocencia de la virtud que da.

En todo sitio donde encontré algo vivo, encontré la voluntad de poder.

El mundo existe. No es una cosa que deviene; una cosa que pasa. O mejor dicho: deviene, pasa; pero no comenzó nunca a devenir, ni a pasar. Y como sus excrementos son su alimento, vive de sí mismo.

Virtud que da, así llamó antaño Zaratustra a esta cosa inexpresable.

Lo que vive de sí mismo, lo innombrable, lo que excede siendo, la virtud que da, lo que está y concede, lo sin comienzo ni fin. . . Dotada de estos atributos la voluntad de poder está en el principio de cualquier forma de vida. El pensamiento de Nietzsche intenta de esta manera trasladar a la palabra la apertura del mundo, el Ser de lo que es. Abusar de lo que se excede siendo, atentar contra lo que concede, avasallarlo en nombre del Hombre total (Historia), implicaría para él romper el cordón umbilical que une al hombre con el corazón del mundo poniéndolo en consecuencia al borde de la muerte total. Tenernos que entender entonces que la libertad humana reside en abrigar, volverse hacia lo que concede. Así tenemos que entender también que lo que concede no es un mero objeto puesto para que el Sujeto-hombre se objetive incondicionalmente. Hablar de la relación hombre-mundo no estriba tanto en resumirla antropológicamente (el hombre como forjador de fines), como en llamar la atención sobre el hecho de que cualquier afirmación humana depende de la voluntad de poder. Y dentro del horizonte moderno del Dios conceptual esto se pierde de vista. La metafísica de dominio basada en el ser genérico-sujeto-del-mundo no se limita —como ya lo hemos indicado— a hipostasiar sólo una de las perspectivas contenidas dentro de lo que concede, sino que al convertirla en (la) Verdad termina por ocultar (nos) lo mismo que concede. De aquí que saltar sobre tal pretensión, reconocer la muerte del Dios o revelar el límite del lugar antropocéntrico, se convierta en una tarea indispensable si de salvar a lo que concede se trata. Y este es el caso de Nietzsche; si su palabra se detiene en lo que concede, es porque lo que concede es lo que da. Revelando el conceder, que es innombrable aunque soporte todos los nombres posibles, nuestro filósofo restablece la unidad abierta —y ahora olvidada— que une y separa la tierra, el mar y los cielos, los elementos, lo orgánico y lo inorgánico, los hombres y los dioses/poder de la voluntad de poder.

Suprema estrella del ser,

a la que ningún deseo alcanza,

y ningún “no” mancha

eterno "sí" de ser,

yo soy eternamente tu "sí";

pues yo te amo, oh eternidad.

Donde se hallaba antes la Verdad se encuentra ahora lo abierto, es decir, la voluntad de poder. Cuando estamos ante la voluntad de poder se desmorona la falsa lógica concesiva instalada en la plenitud de la promesa escatológica. La voluntad de poder no pertenece a Sujeto alguno.

Rescatada del olvido, lo que queda a los "sujetos” es custodiar dicha voluntad, o mejor, aprender a vivir y a pensar dentro de lo que permaneciendo permanece siempre en estado de apertura. Cuerpo del mundo: cuerpo con mil pares de ojos. Lo que es era ya porque estaba contenido dentro de la voluntad de poder, y lo que todavía no es pero está continua esperando y además es inagotable. El círculo es ciertamente perpetuo, pues aun queriéndonos dentro de la voluntad de poder nunca podremos concluirla. No obstante, este querer insaciado es un real querer. Todo sucede entonces, como si la ambición de arrancarle al mundo sus misterios nos volviera al misterio; cuando nuestro querer se convierte en certeza indubitable, no es el mundo el que se ha agotado sino nosotros mismos. La creación humana se ejerce sólo dentro de un límite que no es un límite. Y eso es crear: ¿quién sino el creador le dice Sí al exceso del mundo? Eso es poder. Poderoso será aquel que no impide su querer, que no acepta someterse al sistema de "lo pleno y lo inmóvil” y por tanto de la rutina y la regla. Concretamente, para el poderoso el querer implica lo que es o permanece y puede oírse-tocarse-verse-gustarse-olerse-sentirse-y -repetirse. Proyecto para el mundo y no para la Idea, para la virtud que da y no para la ideología empeñada en la consumación de un fín/fuera del cierre de la gran palabra.

Todavía hay mil sendas que no han sido recorridas, mil saludes y mil remedios ocultos de la vida. El hombre y la tierra del hombre no están agotados aún, y están todavía por descubrir.

El querer libera: esta es la verdadera doctrina de la voluntad y la libertad. Así os lo enseña Zaratustra.

¡Queréis hacer pensable todo lo existente; pero dudáis, con justificada desconfianza, de que lo sea. . .! ¡Esa es toda vuestra voluntad, oh sapientísimos! ¡Voluntad de poder, incluso cuando habláis del bien y del mal y de las estimaciones de valores!

¿UTOPIA?

Tan cerca de cada uno que sólo hace falta el deseo de acercársele; tan cercana que es innombrable; tan cerca que a su contacto estallan las consignas que nos oprimen; tan cercana. .

¡No-querer-ya y no-estimar-ya y no-crear ya! ¡ay, que ese gran cansancio permanezca alejado de mi voluntad de engendrar y devenir.

Juego de cuerpos. Existimos: estamos. Cercanía. Los labios siguen temblando: el recuerdo no duerme. ¿Miedo a qué, por qué, cuándo o dónde, a quién? Los labios. . . Pasión. Voluntad de poder, presencia eterno-finita. ¿Será posible? Me pregunto. ¿Será posible que lo que excede siendo y nosotros con ello sucumbamos ante el embate de los reactivos? Lo que está es el tiempo, y el tiempo sólo se gana en ardua lucha. Múltiples riesgos. ¡Qué valor! Qué valor de aquel que ante la belleza y el horror afirma por igual: ¡quiero! Ya lo he sentido, quiero volver a sentirlo. Que regrese mi alegría, que regrese mi dolor. Está: recorriendo tu cuerpo, en el otro cuerpo que quiere ser también el mío, antes-después-ahora. Ya no metafísica (ficción), entendámonos digo; tal vez aproximaciones, silencios seguidos de silencios, deseos o desear o desear, levantarse y caer, mucho menos exposiciones dialécticas que nos ponen ante lo concreto real (más ficción), entendámonos digo; tal vez más aproximaciones, silencios seguidos de silencios, deseos o desear o desear, levantarse y caer, que caigan las ideas enteras. Por lo que pasa, lo pasado y lo que pasara; por lo descubierto. ¡Consumirse en el fuego? La voluntad de poder está ahí de manera completa como lo estuvo antes, y retorna una y otra vez sin perder o ganar nada. Pero al ofrendar sus dones que son la vida y hacérselos presentes a aquellos que pueden -o están decididos a decidirse dentro de lo que no deja de ser un enigma-, la voluntad de poder se nos revela como lo eterno-finito que atraviesa abriendo la trayectoria de cualquier existencia/dada su inconmensurabilidad todo está por hacer. ¿Qué es entonces una vida activa? Potenciación de la potencia contenida en la voluntad de poder ¿Qué es entonces una vida reactiva? Disminución de esa misma potencia. ¿Quién pone el límite? Lo reactivo. La voluntad de poder es siempre fuerza diferenciada "y nada más", desde la eternidad.

¿Y sabéis, en definitiva, qué es para mí el mundo?. . . ¿Tendré que mostrároslo en mi espejo?... Este mundo es prodigio de fuerza, sin principio, sin fin; una dimensión fija y fuerte como el bronce, que no se hace más grande ni más pequeña, que no se consume, sino que sólo se transforma, de magnitud invariable en su totalidad, una economía sin gastos ni pérdidas, pero también sin incremento, encerrada dentro de la nada como en su límite; no es cosa que se concluya ni que se gaste, no es infinitamente extenso, sino que se encuentra inserto como fuerza, como juego de fuerzas y ondas de fuerza; que es, al mismo tiempo, uno y múltiple; que se acumula aquí y al mismo tiempo decrece allí; un mar de fuerzas normales que se agitan en sí mismas, que se transforman eternamente, que discurren eternamente; un mundo que cuenta con infinitos años de retorno, un flujo perpetuo de sus formas, que se desarrollan desde la más simple a la más compleja; un mundo que desde lo más apacible, frío, rígido, pasa a lo que es más ardiente, salvaje, contradictorio, y que pasada la abundancia, torna a la sencillez, del juego de las contradicciones regresa al placer de la armonía y se afirma a sí mismo aun en esta igualdad de sus caminos y de sus épocas, y se bendice a sí mismo como algo que debe retornar eternamente como un devenir que no conoce ni la saciedad ni el disgusto ni el cansancio. Este mundo mío dionisiaco que se crea siempre a siempre a sí mismo, que se destruye eternamente a sí mismo; este enigmático mundo de la doble voluptuosidad; este mi "más allá del bien y del mal", sin finalidad, a no ser que la haya en la felicidad del círculo; sin voluntad, a menos que un anillo no pruebe su propia voluntad; ¿queréis un nombre para ese mundo? ¿Queréis una solución para todos sus enigmas? ¿Queréis, en suma, una luz para vosotros, ¡oh ocultos!, ¡oh fuertes!, ¡oh impávidos!, hombres de medianoche?

¡Este nombre es voluntad de poder, y nada más!

Y también vosotros mismos sois esta voluntad de poder, y nada más.

Nuestro poder depende de "ese prodigio de fuerza" eterna que es voluntad de poder, también nuestra debilidad. Y la diferencia entre poder y debilidad la hace el asombro. La inocencia y la altura de una vida y de un pensamiento dependen de su capacidad de asombro. Admirarse, maravillarse, pasmarse, sorprenderse. El enigma permanece. ¿Valgo acaso más que un tigre? ¿Seré acaso más noble que un toro de Lidia? No obstante abrir los ojos. Poner atención hacia aquello que de tan visto parece agotado. Fijar la mirada y ¿qué sucede? El que mira se entrega al placer de volver a mirar, y todos los que se hallan en ese estado, sacudidos por el pasmo, recuperada la mirada, podemos decir, que se encuentran en la presencia de la virtud que da. Por dentro del cuerpo. Lo que era sólo espacio, es ahora también tiempo, cambio del espacio. Las cosas han dejado su opacidad y nosotros con ellas. Somos otros sin haber dejado de ser los mismos. Desde la más completa cercanía es que se nos ha mostrado lo oculto. Retorno al estado de asombro, una y otra vez; luego, todo lo que nos rodea, por eso, muestra su irreductibilidad, la vuelta jubilosa de los cuerpos devueltos a su inocencia, y ¡sólo por la fuerza de una mirada! Pero ¿cómo explicarlo? Estamos en el espacio, estamos en el tiempo, ¿qué queda de la Verdad? Nada. En su lugar, sola la coincidencia instantánea de lo eterno y temporal. De lo eterno y temporal, porque aun repitiéndose lo eterno es múltiple y siempre posible. Si el tiempo se cristaliza en una sola perspectiva ya no sería tiempo, perdiéndose el espacio en el orden de la Indiferencia. Así lo que llamamos lo eterno es el tiempo, y el tiempo es una danza, que está ahí desde… Bailemos entonces.

Oh cielo puro y alto, que sobre mí te ciernes. Esta es para mí tu pureza: que no hay arañas ni telarañas eternas de la razón; que eres para mí una pista de baile para azares divinos y una divina mesa para los dados y los jugadores divinos.

Salir al encuentro, exponerse, aproximarse. Nietzsche huye del artificio de las grandes ciudades para poder estar cerca. De las ciudades, del espacio de la familia gregaria. “Cuando se vive entre hombres, se los desconoce. Hay demasiada fachada en todos ellos. ¿Qué pueden hacer allí los ojos que miran a lo lejos, que buscan lo lejano?” En efecto: ¿qué pueden hacer allí los ojos…? La ciudad es repetición, nunca diferencia. Allí el tiempo ha sido olvidado. Todo es espacio, Historia, Ruido, mucho ruido; triunfo de artificio. El Estado, la Ley, el Dinero. Oíste que… supiste que… a que no sabes… ¡fíjate que…! Nietzsche corta por lo sano. “A 6000 pies por encima de los hombres” y dejando al pensamiento en su intimidad, vive la tragedia del último hombre. Con toda su fuerza –se dijo a sí mismo- se abren aquí, atravesándome la piel, las venas de Dioniso; Zaratustra: se acabó la autoridad. Es la dicha, la dicha que descubre que “toda piedra lanzada tiene que caer”. Caída de las perspectivas fijas. Lo decisivo está en curso. De manera que siempre hay que esperar. Pero ¿qué es lo que hay que esperar? Lo ausente. Con la llegada de lo ausente llega también el encontrar originario. La profunda, la profunda eternidad. Doble experiencia o sacramento; de nuestro cuerpo, de cualquier cuerpo, de los cuerpos. Sólo poeta, sólo artista. Lo más temible, lo más bello. Ocaso de los ídolos. El hombre cerca de su obra, el hombre que es también su obra: no el hombre y Dios, no el Hombre y los valores reactivos. Lejos de la moral, donde reina el deseo liberado y el secreto; allí donde la vida penetra. ¡Ven! ¡Nada temas! Lo que ha de ocurrir, ha ocurrido ya; ¡Vive!

Vive como si este instante fuera eterno. Si decimos sí a un sólo instante, decimos sí a toda la existencia.

Instante-eternidad. Otra manera de entender el tiempo. Para estar en el tiempo, el cuerpo toma la figura de la experiencia sin límites, en el interior de lo que retorna pero experimentando (lo) siempre de manera irreductible. Penetrar el cuerpo que otorga. Quebrarse. Meterse decididamente. El tiempo me expresa la vida, la libertad. Tiempo-vuelta-cuerpo; acto de reconciliación y salida de quicio. Más que una creencia una vivencia. La conciencia ha dejado de medir a distancia, ya no observa y registra exteriormente. Se deja poseer. Es poseída por el instante, raptada. Ha aprendido a recibir. El cuerpo se expande, estalla. De noche, de día. Las palabras juegan. Se siente que sienten. Poseídas por la pasión titubean. Signos de fuerza potenciada, en pos de la aventura, en el fondo, también en los límites. Cuerpo que arriesga forjándose por instantes que se repiten por instantes; no en nombre de alguien, innominadamente. Lo que asombra es el asombro. Más que un gesto un temblor, una carga de energía. El sol, la lluvia, la nieve… han marcado la intensidad de esos ojos. Jamás he visto mirada igual. Mientras, afuera la Historia bastón en mano se empeña en cortarle las alas al viento; saber la ley, matar el tiempo. Leía: la plenitud del puro espacio rebasa al instante; más arriba: en el cumplimiento de la gran Idea. Había en estas palabras mucha relación con el agotamiento: el anuncio de lo idéntico; el trazo exacto del espacio lleno; el mortal brebaje de la metafísica; y animado todo, por el animado cadáver de la paranoia nihilista.

Y ocupada estaba la soledad de Nietzsche en ello ¡cuando fue asaltado (agosto de 1881, Sils María) por el éxtasis del eterno retorno!, pensamiento “supremo de afirmación a que se puede llegar en absoluto”

Aquel día caminaba yo junto al lago de Silvaplana a través de los bosques: junto a una imponente roca que se eleva en forma de pirámide no lejos de Surlei, me detuve. Entonces me vino este pensamiento…

¡Alto! ¡Enano! ¡Yo! ¡O tú! Pero yo soy el más fuerte de los dos: ¡tú no conoces mi pensamiento abismal! ¡Ese no podrías soportarlo!

¡El instante! Esto es, el pasado y el futuro no acontecen más que en este momento. Es la vida la que revienta allí. Es la vida la que revienta allí. Es el advenimiento de lo inconmensurable lo que allí se suscita. Del lado del exceso, del lado de la profundidad; la transmutación de un cuerpo fijo en un cuerpo errante lo delata expresamente. Y este vértigo, ¿de dónde viene? Del eterno retorno. Es el eterno retorno. Desmedida de la voluntad de poder. Lo más abismal. ¿Ley? Azar. Eterno es el devenir cuyo querer es el devenir mismo. El pensamiento tartamudea en su afán de apresarlo, da traspiés, gana poco. La sensación de embriaguez llega más hondo. Devenir eterno: conjunción del tiempo. Todo lo que ocurre ha ocurrido y ocurrirá de nuevo; nunca lo mismo-pasa como con/ en este texto. ¿Contrasentido? Intersección de eternidades en un punto que no se repite: el instante. Lo que concede, concede finitamente: repetición es diferencia. Lo que se repite es el instante, pero ningún instante puede ser igual a otro; ni pasa o está adelante, aunque ya haya pasado o tenga que volver. ¡Esta allí! Sucesivamente, diferenciadamente. En lugar del antes el siempre, en lugar del después el siempre. Ni antes, porque no hay origen; ni después, porque no hay punto de llegada. ¡Siempre! El instante se agota conforme se consuma, de nuevo. Fuera de legislación, ante la tierra.

Esta larga calleja hacia atrás: dura una eternidad. Y aquella otra larga calleja hacia adelante –eso es otra eternidad.

Se contradicen esos caminos: chocan de frente y aquí, en esta puerta, es donde se juntan. El nombre de la puerta está arriba escrito: “instante.”

Nada, en efecto, tiene consistencia por sí solo, ni en nosotros ni en las cosas; y si nuestra alma ha vibrado, como una cuerda, y resonado de felicidad una sola vez, entonces todas las eternidades eran necesarias para producir tal acontecimiento, y la eternidad toda entera queda, por ese instante único de nuestra equiescencia, salvada, rescatada, justificada y aceptada.

¿Qué hay detrás de este juego del tiempo? Menos que nada el “ya no” (repetición sin diferencia, mero pasado) o el “todavía no” (meditación del instante en noma n de una finalidad superior, ficción a futuros); menos que nada: porque el devenir ni va a ninguna parte (paraíso, bien, revolución redentora), ni viene de ninguna parte (este origen, aquella fecha, este acontecimiento). ¿Qué hay entonces? Una autentica responsabilidad; hacia lo eterno y efímero, el mundo y cada cosa concreta a la vez, los hombres ante la muerte. Lejos de la seguridad, genealogías, en lugar de génesis. Devenir contra sustancia, Dioniso contra el crucificado. Ataque frontal al tiempo no homogéneo y ¿qué se desata? Lo que no soportan los débiles, lo fuerte del eterno retorno, la inmortalidad del azar y la caducidad. Muchas muertes deben haber en nuestras vidas, también muchas combinaciones posibles. La caducidad y el azar viven, respiran, pasan; retornan en todas partes, y no indiferentemente: con sus esplendores, con sus deseos, con su instantaneidad. En este juego abierto del azar y de la caducidad, libres el uno y la otra tanto del servilismo de la seguridad como del servilismo de la finalidad, inocentemente, pues, se afirma el eterno retorno. ¿Qué quiere el tiempo homogéneo? ¿Puede darnos algo más intenso? Imposible. Pues que nos deje y no vuelva. Aunque…

Por azar, aquí se haya la más antigua nobleza del mundo, yo la he incorporado a todas las cosas, las he liberado del servilismo de la finalidad… He encontrado en todas las cosas esta certeza bien aventurada, a saber, que prefieren danzar sobre los pies del azar.

Mi palabra es: dejar que el azar venga a mí, es inocente como un niño.

Si el mundo tuviese un fin, este fin se habría ya logrado. Si hubiera algún estado final no previsto, también debería haberse realizado. Si el mundo fuese, en general, capaz de persistir, y de cristalizar, de “ser”, si en todo su devenir tuviese sólo esta capacidad de “ser”, hace mucho tiempo que hubiera terminado todo devenir y, por consiguiente, todo pensamiento, todo “espíritu”. El hecho de que el espíritu sea devenir demuestra que el mundo carece de meta, de estado final y es capaz de ser. Pero la tradicional costumbre de pensar en un fin, en todo lo que sucede y en un Dios que guía el mundo es tan fuerte que al pensador le cuesta trabajo no imaginar que la misma falta de fin en el mundo falta de fin en el mundo sea una intención… El mundo, aun no siendo Dios, debe ser capaz de la divina fuerza de El mundo, aun no siendo Dios, debe ser capaz de la divina fuerza de creación, de la in finita fuerza de transformación…

Concebimos este pensamiento bajo la forma más aterradora: la existencia tal cual es, desprovista de sentido y de metas, pero retornando inevitablemente sin acabarse a la nada: ¡el eterno retorno!

…Aunque. ¿Por qué se anhela, se desea, se deifica, se está en lo reactivo, si es lo más bajo y estéril, lo mas rutinario y gregario? ¿Por qué se acepta el dominio del tiempo homogéneo que detiene la vida, si basta con que cualquier fuerza estalle para que se manifieste su nulidad? Por seguridad, contesta Nietzsche; por la utilidad que ello reporta a la humanidad en su afán de sobrevivencia y dominio; por miedo.

Conclusión: todos los valores con los cuales hemos tratado hasta ahora de hacernos apreciable el mundo, primero, y con los cuales, después, incluso lo hemos desvalorado al haberse mostrado éstos inaplicables; todos estos valores, reconsiderados psicológicamente, son los resultados de determinadas perspectivas de utilidad, establecidas para conservar e incrementar la imagen de dominio humano, pero proyectadas falsamente en la esencia de las cosas. La ingenuidad hiperbólica del hombre sigue siendo, pues, considerarse a si mismo como el sentido y la medida del valor de las cosas…

Por tanto, una apariencia de perspectiva cuyo origen reside en nosotros…

La psicología siempre ha adorado las unidades superficiales por miedo a enfrentarse con la multiplicidad desconcertante del fondo del ser.

Que dominen, pues. Que sobrevivan. Los valores reactivos, temerosos y nunca temerarios, identifican al Ser con lo que asegura o da seguridad. El Ser es lo que se tiene a la mano y es en tanto sabido. Así se dice esto es, esto no es. Una perspectiva, una reducción. Valores delimitantes, sólo conceden a lo otro algunos detalles de fachada para proseguir su carrera triunfal. Desde una seguridad ficticia entierran a la caducidad y el azar. ¿Quién asegura? El hombre. ¿Qué quiere asegurar? Su ser gregario. ¿Qué hace para ello? Forjar la perspectiva que asegura, o sea, la Verdad. Nuestro espacio está a su servicio, y ya todo es espacio. Por la verdad asegurarte todo es seguro. Estamos a salvo. Desde este punto inmóvil reina el tiempo homogéneo. Esto es lo que significa que la humanidad sea el Sujeto y lo otro mero objeto. Esto es lo que significa antropomorfizar. Señalemos, pues, una consecuencia: la divinización de la voluntad humano-totalizadora: esa razón histórica y ultima constituye la sustancia misma que trastoca el tiempo en puro espacio. Es como la reserva que asegura lo que es y nos permite actuar en firme. Esto se verifica bien cuando se pasa de inmediato al sometimiento de aquello que supuestamente nos amenaza: el vértigo del mundo. Tenemos así que la voluntad de seguridad se apoya en dos grandes pilares: el sujeto, el Dominio. Asegurar es dominar a lo otro en nombre del Sujeto, quedando lo otro relegado al lugar de lo disponible. De manera que alcanzada esta homogeneidad inmutable algo se ha logrado: vencer al azar, vencer a la caducidad. Lo efectivo, el instante y lo múltiple, lo sentido y particular desaparecen o valen sólo en función de esta inmutable voluntad. Los rasgos destacados, previamente debilitados, son los de una máscara de utilería: esas líneas demasiado exactas, ese color sin matices, esa textura acartonada, apariencias petrificadas, imágenes que no pueden retornar ni dar lugar a otras imágenes. Es un sujeto de pensamiento. La voluntad de Verdad… es la voluntad de hacer de todo ente algo susceptible de ser pensado. Hacer de todo ente algo pensable.

Incendio y consumación, esto es lo que debe ser nuestra vida, ¡oh vosotros oradores de la Verdad!

El imprimir al devenir el carácter del ser es la suprema voluntad de poder.

El ser en sí mismo es voluntad de poder.

El error consiste en inventar e introducir un sujeto.

Un gran valor del miedo: la Verdad. Verdad es fanatismo. Verdad es enfermedad. Verdad es trivialidad. Verdad es dominio. No es tanto la consciencia como la Verdad lo que a Nietzsche le preocupa. El peligro de la ciencia proviene más que de sus métodos o resultados, del hecho de estar totalizada por la Verdad. Por la Verdad cuya virtud estriba en darle a la vida la figura de un destino inmutable. Cuando esto se produce podemos formar un cuerpo cargado de ideas justas. Dos figuras del destino, una misma alma: la postulación de una Verdad universal como esencia del mundo; la postulación de una verdad determinada como representante de esa Verdad. TEORÍA-teoría; teniendo la Idea se gana la práctica. Teoría del conocimiento por arriba, teoría del conocimiento por abajo. De la epistemología. Nada más. La ciencia rebasa sus límites, paga la cuota del amo, convirtiéndose en su mejor perro de presa. Y nadie como la Verdad para adelantar lo que tenemos que ser. Postulaciones del intelecto, conflictos del intelecto consigo mismo, tautologías. Pensamiento que le traspasa su límite a las cosas. “Conceptos-momias’, formulas de seguridad donde habría de haber relámpagos. El dispositivo de la Verdad no deja de ser rigurosamente despiadado; decididamente la luz que lo alumbra es aquella en que la sustancia toma el mando, y donde el desconocimiento del instante preludia la eternidad de una vida echa de cemento. Tenemos la ciencia para sobrevivir, tenemos la Verdad para sucumbir. Y a cambio de una esperanza. Moral, virtud; moralista: así podemos llamar a aquel que se arrastra por la vida buscando lo que vendrá y perdiendo a cambio lo que tiene/se dirá casi que lo demás no existe. Od

La razón, que hasta ahora se ha imaginado saber todo, ¿ha conservado o más bien a destruido?

Si la humanidad realmente obrase según la razón, es decir, según el fundamento del pensar subjetivo y del saber, habría sucumbido hace mucho tiempo.

La coherencia de la ciencia exige que, después de habernos hecho pensable el mundo por medio de imágenes, hagamos pensables también las pasiones, las aspiraciones, la voluntad, etcétera, lo que significa negarlas o tratarlas como errores del intelecto.

El miedo, el miedo que genera un monstruo, una identidad que no cesa. Precisamente es esa identidad la que nos indica que el miedo gobierna el tiempo. Todo se detiene en una línea recta. No valorar dentro de la voluntad de poder, salir de lo que excede; ni cuerpo para jugar, ni pensamiento para acoger. Un puro fluido en estado homogéneo, un puro fluido moviéndose sobre el cuerpo lleno de la Verdad. Y es cierto que en el nihilismo activo todo es devenir, pero devenir ficticio. Pues el devenir racionalista también desea esto, es decir, que lo concreto y diferenciado no sea sino un momento inferior de la Verdad, ya que la Verdad es el todo. Un error, pero también una enfermedad que coge los paisajes diferenciados para convertirlos en naturalezas muertas. Por eso Nietzsche es aquí tajante: con el retorno de la voluntad de poder es todo o nada. Un cuerpo no es un animal de tiro, una verdad de razón; una fuerza no es un simulacro del miedo, un dogma. La vida corre. Mientras el devenir fuerza retorna de manera completa, el devenir miedo corrige y confunde su parte con la voluntad del mundo; mientras el eterno retorno hace valer lo que excede, la eterna verdad hace valer lo que asegura. Si el ser es devenir, si la voluntad de poder es quien quiere, el devenir Verdad es quien no quiere y se niega a perecer. Por más que digamos que nada se mueva a no ser lo mismo: ¡se mueve! Dos formas de fundamentar, dos formas de valorar. Será necesario insistir: se trata de una lucha sin cuartel. De una lucha entre fuerzas irreconciliables, entre lugares y posiciones de valor, voluntad de poder, versus, voluntad paranoica.

Para la psicología de la metafísica, el influjo del miedo.

El miedo, en efecto, ése es el sentimiento básico y hereditario del hombre; por el miedo se explican todas las cosas, el pecado original y la virtud. Del miedo brota también mi virtud, la cual se llama: ciencia. Pero frente al miedo está el valor. El placer es más profundo que el sufrimiento. El placer se quiere a sí mismo, quiere eternidad, quiere retorno… Todo placer quiere la eternidad de todas las cosas, quiere miel, quiere heces, quiere media noche ebria, quiere sepulcros, quiere consuelo de lágrimas sobre los sepulcros, quiere dotada luz de atardecer.

Del miedo nacen los valoras del miedo: la Verdad, la religión judeo-cristiana y la moral gregaria. Hemos girado alrededor del problema de los valores o, si se prefiere, del problema de la moral. Hemos visto que el nihilismo cuenta con su tabla de valores: asegurar, conservar, representar, someter y someterse, homogeneizar. El lo que estas tablas hablan, en lo que escriben y dictan, está contenida una formula debilitada y trascendental de interpretación del mundo, de la vida misma y sus afectos, un impedimento de lo selectivo en nombre “del término medio contra la excepción”. Y está contenida también la ilusión de creer que se puede festinar la vida, siendo que se está dispuesto a cargar los pesos pesados de cualquier ética a la mano. Diagnosis. La Verdad cabalmente entendida deriva del que se considera valor moral supremo: el Bien. Por el Bien la Verdad es, por la Verdad el Bien es; por el Bien y la Verdad la voluntad de poder queda limpia de horrores. Si la Verdad es un hecho necesario, es porque el mal existe y tenemos que

extirparlo. Lo originario es el bien; el mal es a lo más un ángel caído. Todas las cosas malas fueron en principio buenas y volverán a serlo. De pensar así, dejaríamos de tener las manos sucias. Bienaventurado eres allí donde puedes mostrarte bienintencionado si desatar fuerza alguna. A la contundencia dl vocabulario de la moral responde la debilidad del vocabulario del Bien. Yo me acuso, yo me acuso; nada de pecados, nada de transgresiones; yo me acuso…? el Bien confirma la regla. Y Nietzsche dice ¡Mierda! Los grandes moralistas y mentirosos; una mentira más, los escribas. Y Nietzsche dice ¡Mierda!

Los sacerdotes, lo mismo que los semisacerdotes y los filósofos, han llamado Verdad en todos los tiempos a una doctrina cuyo efecto educador era beneficioso o parecía serlo, una doctrina que nos hacia mejores a los hombres.

La demostración de los valores morales tuvo por consecuencia crear el tipo desnaturalizado del hombre: el hombre “bueno”, el hombre “feliz”, el “sabio”.

¿Por qué el mundo-verdad debe ser siempre el mundo del bien?

No hay a nuestros ojos adversarios más radicales que los teólogos, los cuales, con el concepto de “orden moral del mundo”, continúan infectando la inocencia del devenir por medio del “castigo” y la “culpa”… Es una metafísica del verdugo.

Pero “el valor total del mundo es invaluable” y “la naturaleza es inmoral”. Si yo condeno a cualquier hombre por el hecho de tener cuerpo, condeno a la naturaleza misma. Pero a la naturaleza y al cuerpo hay que decirles simplemente ¡si! Nietzsche lo ha experimentado en cuerpo propio: nada hay superior a un hombre inclasificable, amoral. Inocencia más allá del bien y el mal. Ni vergüenza de nuestro cuerpo, ni vergüenza de nuestros actos. Hacernos más amantes, más rigurosos también. ¡Crear! Esa es la suprema exigencia. Mirar tras los velos. Para la moral de los resentidos Nietzsche tiene preparado un antídoto: “la moral del creador”. Un abismo ante cualquier moral intemporal. Aquí la crueldad no resiste en retrasar el instante, sino en precipitarlo. Lugar-instante, lugar del acto y de la obra en libertad. ¿Libertad de qué? ¿Libertad para qué? Oíd: para actuar fuera de trascendencia alguna. Ocupemos nuestro lugar, adentro. Lugar de las entrañas; desorden que no se sostiene por ninguna ley exterior y que vale como desorden repetido e imprevisible.

Se os llamará negadores de la moral, pero sólo seréis inventores de vosotros mismos.

Nosotros, los inmoralistas, constituimos hoy el poder más fuerte… por nosotros combate un encantamiento: el de la magia del extremo.

Yo me rebelo contra la idea de dar a la realidad una fórmula moral.

El que, por su saber, sepa contra la naturaleza pagara contra la rigidez de su cuerpo.

Manera de dejarse de andar por las ramas. Ni bien ni adecuación a una idea; eso es lo que nos enseña el eterno retorno. Entonces, ¿hace Nietzsche? Sí. ¿Ustedes miden? Lástima. Entonces: ¿hace Nietzsche? Sí. Fuera de las perspectivas fijas, de orígenes o terminales, lejos de las cruces de sacrificio. Mejor decir azar, mejor decir acontecer. El ser no equivale al ser de la moral, de la Fe o de la Ley. Sin fórmulas. Bastaría con insinuar una caricia sobre este cuerpo que se abre ante mí para salir de quicio ¿Centro? ¿Determinaciones totalizadoras? ¡Bah! Que ha hecho Nietzsche sino abrir las puertas al viento, valorar desde los valores de la vida. Pero la vida entrega a aquel que la quiere y la festina, haciendo suceder lo que excede dentro de su propio cuerpo. Transvalorar mas que valorar, salir de sí, menos que Dios y en las entrañas del mundo, liberados del sujeto trascendental. Y si se pregunta ¿Quién valora dentro de la voluntad de poder? ¿Quién trasvalora? Habrá que contestar: el creador, nunca el autómata.

¡Observad a los buenos y a los justos! ¿Qué es lo que más odian? El que destruye sus tablas de valores, el destructor, el criminal: ahora bien, él es el creador.

Yo mismo formo parte de las causas del eterno retorno.

Poner en valores. Participar. Voluntad de poder: voluntad de lucha. Lucha entre quereres. A más cantidad de fuerza abierta, más valor selectivo. Fusión de las fuerzas. En la voluntad selectiva se trata de la relación entre la fuerza inconmensurable del mundo y lo que una existencia puede. Y eso es transvalorar: encuentro entre afirmaciones, suprema ligereza. Tener muchos cuerpos; flotar por encima del cuerpo signo y del orden significante que lo mueve. Y aunque te falte el puente tendrás que cruzar el rio embravecido. Sé quién eres, basta lo tuyo. Yo soy así: así lo quiero; y porque soy así, también soy otro distinto. ¿Qué busca Nietzsche? El cuerpo del doble. Para él la reproducción de una fuerza es un proceso de alquimia. Transmutación, repetición. Participando repito lo que ha sido repetido desde la eternidad. Sólo instantes. ¡Vamos: una vez más! ¡Vuelve! Tu instante, mi instante, todos los instantes reunidos en un solo instante. Tolerancia en lugar de infierno. Conceptos fugitivos, matices. Por eso no puedo esperar: porque la eternidad se cumple por instantes. Amor fati, doble afirmación; voluntad junto con voluntad. Y las cosas hay que creerlas, así se conservan la fuerza del mundo y la nuestra. Y en ese instante se repite todo lo que ya ha sido repetido: la obra del mundo, la obra de los otros, nuestra propia obra, ¡y son tantas las combinaciones posibles! ¡Y aquí cualquier cosa es importante; mucho más una gota de agua o un loco Greco que el entrecejo fruncido del tirano!

Por consecuencia, la evolución de este instante debe ser, por necesidad, una repetición, y lo mismo aquello que la produce… Todo ha sido innumerables veces.

El número de posiciones variaciones, combinaciones y evoluciones de dicha fuerza es enormemente grande y prácticamente inconmensurable: pero, en cualquier caso, determinado y no infinito.

¿Quién olvida el primer y el último amor? ¿Y sus intensidades? ¿Quién la primera casa y el primer cuarto, quién el libro y el cuadro secretos, aquella sonrisa, aquella voz, aquellos pasos, los lugares que son sus lugares? La vida está en otra parte. Corre por el carril del juego. Y aquí.

. . . Certeza rota señal del cuerpo cambio de piel bajo la errancia de Dioniso de noche danzan estrellas todas alumbran y nosotros desnudos en el bosque sonar de grillos y perros danza de misterio hace frío no se siente trabajan las arañas sin descanso entre martes y miércoles palabras que sin decir mucho dicen intensidad reconociendo que existen muchas formas de vivir viviendo y polvo en tierra sombra del sauce llorón soñando despierto tus ojos tiemblan los míos tu mirada entre martes y miércoles unos ojos pardos pueblan fantasmas mi cuerpo y los ángeles afuera guardan el lugar de mis sueños tu risa inocencia tu risa tu voz el tiempo que pasa ¿pero dónde estás? ¿pero yo, a dónde iré? entre martes y miércoles remolino de cuerpos entrelazados estrechamente y vuelven mientras la menuda llama de la vela avergüenza cualquier certeza tus ojos tiemblan los míos tu mirada y cerca en la iglesia los indios tejen su muerte arriesgando el sacrificio hacia la santidad que es la entrega llegan las luces de la mañana temblando la señal que no detiene el vértigo y las horas del reloj que no existen más entre martes y miércoles tus ojos tiemblan los míos tu mirada que atrapa al abrazo más miedos más dolores más alegrías llueven caudales por los ojos al llegar el doble silencio que cierto que hemos muerto que cierto que estamos vivos pero. . .

Es de noche: ahora se despiertan todas las canciones de los amantes. Y también mi alma es la canción de un amante.

Somos más que el individuo; somos la cadena entera. Soy Velázquez. Por tanto soy Goya y sus caprichos y sus desastres. Puedo incluso convertirme en Picasso, Estoy porque no estoy. Soy Quevedo. Por tanto soy Góngora y sus soledades. Puedo incluso convertirme en Cervantes. Estoy porque no estoy. Soy Epicuro. Por tanto soy el átomo que se sale de cauce. Puedo incluso convertirme en el río de Heráclito. Estoy porque no estoy. Soy Sófocles. Por tanto soy Edipo y su errancia. Puedo incluso convertirme en Yocasta. Estoy porque no estoy. Soy Hornero y Virgilio y Dante, Hölderlin y los románticos. Puedo incluso convertirme en Jorge Manrique o en la Coatlicue. Estoy porque no estoy. Soy un pensador trágico. Por tanto soy un pensador jovial. Puedo incluso convertirme en Dionisio. Estoy porque no estoy. Soy Artaud. Por tanto soy mi padre y mi madre. Puedo incluso convertirme en mi propio hijo. Estoy porque no estoy. Soy Nietzsche. Por tanto soy el eterno retorno. Puedo incluso convertirme en un instante. Estoy por-que no estoy. , .

Yo soy, en el fondo, todos los nombres de la historia.

Un individuo recorre durante su vida la vida de muchos individuos.

Valores de lo pródigo, abierto y en curso frente a valores de lo funcional limitado y programado. Ahora resulta clara esta contraposición de valores. Lo que potencia es lo que es con el mundo y responde al punto de vista de un cuerpo que puede/más allá del cogito. Los valores, entonces, resultan de un encuentro entre fuerzas: de la mía con la del mundo. Y este encuentro, esta forma de religarse con la voluntad de poder, puede ser afirmativo o negativo, y es en esa toma de posición, en esa aceptación o rechazo, que la voluntad de poder vale del todo o vale limitadamente. El valor que limita forma lo que hemos llamado Bien-Verdad. Pero la fuerza quiere más, quiere todo ahora. Transformar lo fue y lo es en un así lo quise y así lo quiero. ¿Qué quiere la fuerza? Quiere el arte. La vida como obra de arte. Por el arte retorna lo que excede y lo posible se concreta de manera diversa y sin cerrar lo que debe permanecer abierto. Por el arte sabemos de la alegría y del dolor. Por el arte sabemos del sumo placer de transformar sin necesidad de corregir. Partir de él para revelar-elevándola-la fuerza de cualquier cuerpo. Sólo el arte deja ser. Un santuario. Una morada. Como un juego, la mirada abarca lo cercano y lo lejano y se va perdiendo en el camino, dentro de lo fugaz, es la sensualidad, la soberanía de la vida, una aventura, un laberinto, también el máximo esfuerzo, los sentidos descargados a través de disciplina, la materia que se muestra sin avergonzarse de su desnudez, es la emotividad reunida con la forma del rigor, es el rigor, las cosas terribles junto con las cosas bellas, reino selectivo e intrínsecamente iniciativo, voluntad del sí que reúne a la tierra con el cielo y a los hombres, afirmación del tiempo; el arte le devuelve a la vida aquello que la Verdad y el Bien se han empeñado en quitarle: la inocencia. Punto de vista del retorno, ¡oh querer de quereres! Tú fuera del gran cansancio. ¿Quién sabe, excepto yo, de tu fuerza y enigmática profundidad? ¡Y luz! ¡Y oscuridad! ¡Y soledad! ¡Y silencio! ¡Y llanto! ¡Y alegría!

El arte y nada más que el arte. ¡Es el que hace posible la vida, gran seductor de la vida, el gran estimulante de la vida!

El arte es la única fuerza superior opuesta a toda voluntad de negar la vida, es la fuerza anticristiana, la antibudística, la antinihilista por excelencia.

El arte como redención del hombre del conocimiento, de aquel que ve el carácter terrible y enigmático de la existencia, del que quiere verlo, del que investiga trágicamente.

El arte no solamente percibe el carácter terrible y enigmático de la existencia, sino que lo vive y lo desea vivir; del hombre trágico y guerrero, del héroe. . .

Por tanto, este libro es incluso antipesimista: en el sentido que enseña algo más fuerte que el pesimismo, más "divino" que la verdad: esto es, el Arte.

El arte tiene más valor que la verdad.

 

Desde un lugar de Tonanzintla

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