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[Publicado en: Debate Feminista, año 7, vol. 14, 1996, pp. 392-400.]

De otredades y extranjerías

Sandra Lorenzano


En el I Ching el hexagrama número 13 representa la "confraternidad entre los seres"; la camaradería y el interés común buscados a partir de la diversidad. Me parece ésta una hermosa imagen para pensar la "otredad".

Que debate feminista llame a su último volumen, precisamente el 13, "Otredad", es una reafirmación de sus propuestas de vida, pero también es casi una redundancia. ¿De qué si no de las otredades ha hablado debate durante su historia? A partir de la reflexión sobre esa otredad que es lo femenino, la revista ha sido un foro permanente para aquellos discursos "otros", que parten, claro, de viejas realidades, pero cuya presencia en la discusión se ha ido ganando a pulso, palmo a palmo. Los teóricos señalan como algo fundamental en esta "crisis" de fin de siglo, la incorporación a las preocupaciones no sólo de la problemática del "otro", sino de sus propias voces. En este sentido, bienvenidas sean todas las crisis, las incertidumbres, las faltas de asideros, si implican como estos quiebres de las racionalidades dominantes, una cierta democratización del pensamiento. Todavía no sabemos qué pasará en el futuro, pero creo que, a pesar de lo negro de otros aspectos del panorama, esta presencia abrumadora de la heterogeneidad es para festejar.

En este sentido, el número 13 de debate feminista cumple con el hexagrama que le corresponde: es una defensa de esa posible confraternidad que se basa en lo diverso. Tal vez habría que proponer que después de lo que aquí se aporta, se pusiera entre signos de interrogación el título del volumen, ya que hablar de "otredad" implica una "mismidad" desde la cual históricamente se ha mirado. Somos otros siempre con respecto a algo. Hoy esa "mismidad" está perdiendo su hegemonía. El discurso masculino, blanco, occidental ha quebrado su apariencia monolítica y autosuficiente. La "¿otredad?" –pregunto– se filtra por esos quiebres: otras razas, otro género, otras opciones sexuales, otros orígenes geográficos, otras maneras de mirar el mundo... "La alteridad nos atraviesa", dice Pietro Barcellona en su artículo. Esta alteridad es festejada hoy, de manera crítica y reflexiva, por debate feminista.

 

1) Otredad
"La visión del prójimo es espejo de la vida
propia; nos vemos al verle.",
María Zambrano.

"Je est un autre", escribió Rimbaud, y desde entonces esa frase ha sido citada, apropiada, sobada, infinidad de veces. "Yo es otro"; el otro está dentro de mí. Del otro de la intimidad, al otro social, esa alteridad que me atraviesa es múltiple, compleja, inasible. ¿Quién es el otro que me puebla? ¿Cómo reconocerlo? Ese "otro" -dice Julia Kristeva- provoca cierta "inquietante extrañeza" "en el corazón del 'nosotros mismos' seguro de sí y opaco, que se manifiesta como un extraño país de fronteras y alteridades construidas y desconstruidas sin cesar." (366)

De esta "inquietante extrañeza" parte la idea del doble, del dopplegánger. El otro yo es un enigma. "Sé que en la sombra hay Otro", dice un verso de Borges. Hoy recuerdo, por ejemplo, sobre este tema tan socorrido en arte, una obra espléndida por su sutileza y complejidad: "La doble vida de Verónica" de Kristof Kieslowski, en la que el destino de una y otra vida de Verónica está irremisiblemente ligado por extraños lazos, así como está ligado necesariamente nuestro propio destino al de los demás.

Hace tiempo, Bioy Casares intuyó la posibilidad de un doble virtual y construyó con elementos artísticos lo que décadas más tarde sería una realidad tecnológica y científica. El artículo de Raquel Serur propone una relectura de La invención de Morel a la luz de estos avances. Parte para ello del rescate de una actitud filosófica que está en la base de la literatura fantástica: la duda. "...una duda –dice Serur– que generándose casi imperceptiblemente, sutil e inofensiva, logra sin embargo en un momento dado salir del interior del relato y actuar fuera de él, en el lector, en lo que le es más natural e incuestionable". Desde la fascinación por las nuevas tecnologías, pero alertando, tal como lo hizo Bioy, sobre los riesgos que conlleva, Raquel Serur invita a repensar la relación entre verdad y ficción, entre representación y verosimilitud.

El otro es también el que está -frente a mí; mi semejante. El otro, "los otros que me dan plena existencia" según las palabras de Paz citadas en la introducción de la revista. Pero entre los otros y yo hay una discontinuidad que se vuelve dolorosa. Luz Aurora Pimentel lo plantea en su conmovedor artículo: queremos creer que conocemos al otro, que se puede conocer al otro. Y sin embargo el mundo del hijo, ese otro que fue parte de una, es cada vez más un mundo diferente; a pesar de las apariencias hay muy pocos resquicios desde los cuales podamos verlo, y lo que vemos es siempre incompleto: a ese mundo "nunca tendremos acceso más que por destellos, por medio de equivalentes, de imágenes... (...) ¡Ah, si el cuerpo tuviera otras puertas para entrar sin otra mediación en el alma del otro!" Cuando el mundo del hijo se puebla de experiencias extrañas, de experiencias que resultan incomprensibles, amenazantes, aumenta la desesperación; cómo - pregunta la madre - si yo me miraba "en mi hijo como en un espejo", la opacidad ha llegado a ser tal que me resulta imposible compartir sus sensaciones.

"Sigo parada frente al espejo. Quisiera desvestirme totalmente de mi reflejo para pasar del otro lado; ser otra, poder realmente saber qué se siente ser otro; percibir el mundo desde otros sentidos, vivirlo desde otros sentimientos, desde otro corazón; buscar otras vías de acceso al mundo del ser amado."

Esa "dolorosa toma de conciencia de la otredad del hijo" (introducción) es la toma de conciencia del desconocimiento de toda otredad.

El otro es aquel con quien quisiera fundirme y romper así la discontinuidad que me aísla. Bataille dice que se construye la continuidad destruyendo al ser discontinuo; a través del erotismo se alcanza así una cierta ilusión de continuidad que desaparece inmediatamente. Cuentan que alguna vez fuimos uno con el otro/la otra; un castigo divino nos separó y desde entonces nos buscamos desesperadamente. A veces ese otro es Dios "En una noche oscura, con ansias en amores inflamada...", escribió San Juan de la Cruz.

A veces es alguien tan incompleto como una y el erotismo a lo divino pasa a ser erotismo a lo humano que, seguramente ustedes estarán de acuerdo conmigo, a pesar de la angustia que muchas veces significa, es el más disfrutable. Algo de esto apuntan los poemas de Cristina Peri Rossi analizados en el artículo de Ute Seydel.

El Otro es también lo distinto, lo amenazador, lo que, se sabe, tiene que permanecer en el sitio que el Uno le ha asignado.

"La actitud de Occidente ante los otros -plantean Marta Lamas y Hortensia Moreno en la introducción de la revista- ha incluido desde la ceguera social hasta el genocidio, pasando por la evangelización, la expulsión, la asimilación, la medicalización, la discriminación, la esclavización, la reservación, en fin, todos esos mecanismos que reflejan la incapacidad para aceptar y respetar las culturas, formas de ser y peculiaridades de los grupos sociales y de las personas que no se ajustan a sus modelos."

Sin embargo, los otros de la sociedad hoy se han colado al debate quebrando la ilusión de homogeneidad: el logos, el falo, el centro, ya no son más una unidad inconmovible; y ahí andamos -metiendo bulla en tantos siglos de estabilidad y buenas costumbres-: las mujeres y los indios, los negros y los homosexuales, los turcos en Alemania, los mexicanos en Los Ángeles...

Los artículos de Márgara Averbach sobre la obra de la escritora negra Lorraine Hansberry y de Antonio Prieto Stambaugh, sobre el performace chicano gay, trabajan sobre la reelaboración artística de la pelea por el reconocimiento de esas otredades.

Claro que no se trata de confundir -como dice Norbert Lechner- el reconocimiento y el festejo de la heterogeneidad con el avala a la desigualdad. No bastan cupos obligatorios en los partidos o las instituciones, no bastan caravanas que van por Chiapas. Cualquier "acción afirmativa", en el sentido de la "affirmative action" norteamericana, pareciera servir más para dejar tranquilas las conciencias que para reflexionar sobre el tema.

Los otros/las otras estamos ocupando espacios que se salen de aquellos ya delimitados.

 

2) Extranjería
"Alejarse, quedarse, volver, partir.
Toda la mecánica social cabe en estas palabras.",
César Vallejo, Poemas humanos.

Dice el editorial:

"En este número nos habíamos propuesto dar cuenta de muchas Otras con una cultura diferente, o una religión distinta, u otro deseo sexual, o una alternativa de vida divergente -indígenas, lesbianas, prostitutas, campesinas, jóvenes-, pero ciertos materiales escasearon o llegaron tarde, mientras que otro rebasó nuestras expectativas: la extranjeridad. No nos sorprende: en el siglo de las grandes migraciones la sección "extranjería, exilio y xenofobia" es la más nutrida."

Cuando Marta me invitó a estar en la presentación de este número -y agradezco el ¿"affidamento"?, pregunto siguiendo su artículo- me cuestioné sobre cuál sería mi rol en esto y pensé que venía como "la extranjera". Que, entre paréntesis, sería un buen título para una telenovela (por supuesto de Televisión azteca) con un argumento más o menos así: una muchacha venida de otro país se enamora de un galán que resulta ser, a la postre, agente de migración y le aplica el artículo 33. Javier Wimer podría ser, a partir de su artículo, uno de los asesores.

La extranjera es ésa de quien Rosario Castellanos escribió: "Vine de lejos. Olvidé mi patria. Ya no entiendo el idioma que allá usan de moneda o de herramienta”.

Hay quienes han hecho de la extranjería una preocupación central en su obra. Pienso, por ejemplo en Max Aub, ahora reciclado gracias al discurso presentado por Antonio Muñoz Molina en su ingreso a la Academia Española.

"Max Aub no podía olvidar y no podía volver, y su destiempo, su expulsión del presente era más grave y amargo que el destierro. De esas imposibilidades está hecho lo mejor de su literatura."

La extranjería puede ser vista como una condición inherente al ser humano. Extranjeros para los demás; somos "el otro". Así lo propone Amarillo, una de las participantes en la mesa redonda organizada por debate entre sus miembros extranjeros [y en la cual no estuve]. Ella dice: "Yo universalizo mi condición de extranjera. (...) Siempre estamos fuera de la tierra de origen". En ese sentido, todos y todas estaríamos fuera de ese paraíso que coincide con el tiempo ido. "La vida de un hombre es un largo rodeo alrededor de su casa", escribe el argentino Héctor Tizón; alrededor de una casa a la que nunca se puede volver. Quién no quisiera recuperar los primeros sabores, los primeros olores, las primeras sensaciones de su vida. Alguien en la mesa citaba ese conmovedor verso de la "Zamba para la tierra de uno" de María Elena Walsh: "porque el idioma de infancia es un secreto entre las dos". La discusión pasa por la propia piel de cada una.

"¡Qué lástima
que yo no tenga una patria! -escribió León Felipe
ni una tierra provinciana, ni
una casa
solariega y blasonada
ni el retato de un mi abuelo que ganara una
batalla,
ni un sillón viejo de cuerpo, ni una
mesa, ni una espada"

Pero, aunque podamos estar de acuerdo con esa idea de una extranjería esencial, existe algo más concreto que es el vivir en un territorio distinto al de origen, por las razones que sea.

Ya los romanos imponían a los que el poder consideraba sus enemigos, el castigo del destierro; el desarraigo.

"Separación, migración, encarcelamiento, excomunión, deportación: el exilio tiene muchas causas.", dice Serge Moscovici en su artículo llamado, precisamente, "El exilio". "Tienen, en cambio, un solo efecto: desarraigar. Crear una situación precaria, una posición al margen, pero sobre todo un mundo invertido."

El exilio es uno de los ejes del tema de la extranjería de la mesa redonda. El exilio del que habla Cristina Peri Rossi en su poema: "Tengo un dolor aquí, del lado de la patria." "Cuando dicen: 'Que pase el extranjero' a veces no me doy cuenta de que soy yo. El exilio son los otros".

Cuenta Azul, en una de sus intervenciones en la mesa redonda:

"...el dolor y la furia, la humillación, esa ofensa mortal de que te quiten el territorio donde naciste o donde elegiste vivir, es una de esas cosas que no cicatrizan nunca más, nunca, Y aquí sigue vigente la primera metáfora literaria del desarraigo: la expulsión del paraíso, y la condena no es otra que la errancia." El exilio, entonces, como una herida que no cierra. Esta condena, este dolor es también el núcleo del texto de Tununa Mercado, "El frío que no llega". El exiliado carga consigo muy pocas pertenencias, y una memoria dolorosa: "Se soñaba la muerte casi siempre; el individuo era atravesado sin tregua en esos sueños por imágenes de despojo y desamparo..." (154)

Tanto lo expuesto en la mesa redonda como en el artículo de Tununa tienen mucho en común.

Me parece ver dos líneas de escritura en el texto de Tununa; una me sacude, actualiza mi propia condición de exiliada, me lleva a repensar esa herida; otra queda en la superficie de las anécdotas, algunas graciosas, casi todas compartidas por los que vivíamos una situación similar a la de ella. Es sobre todo con respecto a esta segunda línea que tengo reparos. Y mis reparos comienzan con la inviabilidad que ve la autora en la frase "Que bien la pasaron en el exilio". Esta frase, es cierto, y esto está contado en el texto, resumía una suerte de competencia absurda e insana sobre quiénes habían sufrido más durante la dictadura: ¿los que se habían quedado en la Argentina o aquellos que salieron al exilio? En estos términos puede leerse en la postura de Tununa una carga política que creo que hay que rescatar. Sin embargo, me parece imprescindible problematizarla. Vuelvo a decir que el exilio es una herida; pero todos fuimos aprendiendo a convivir con ella. Poco a poco fuimos elaborando formas de estar aquí, sin borrar ese "dolor del lado de la patria". Esas formas que empezaron siendo estrategias de sobrevivencia, terminaron siendo un ejemplo del estar dividido del exiliado que, sin duda, tiene una enorme carga de dolor, pero tiene también una dosis importantísima de aprendizaje. La melancolía que tiñe todo el recuerdo del exilio de Tununa Mercado tiene que ver con la sensación de pérdida y de desarraigo que domina su mirada: ni la papaya o el cilantro que ahora extrañan los ex exilidados en sus mesas argentinas pueden paliar las nostalgias, "así como tampoco –cito a Tununa– pudimos paliar las nostalgias con dulce de leche y otras fatuidades de desterrados." Nada puede salvarnos ya del "estruendo de la identidad perdida". En su enojo y su dolor por esta pérdida, el texto resulta a veces demasiado parcial, quizás injusto. En su memoria, la brecha entre ambos mundos que marcó los primeros tiempos del exilio, es una característica que no desaparece nunca. La jactancia argentina se enfrentó al bloqueo defensivo, al "hacerse el muerto" de la burocracia mexicana, y éste compendia otros tantos enfrentamientos y malentendidos. Pero creo que las cosas han sido mucho más complejas. Unos cuantos argentinos aprendieron (aprendimos) a aprender de los demás, y unos cuantos mexicanos -a pesar del estigma- fueron, de a poco, aceptándonos. ¿Qué es sino ese maravilloso canto de amor que Jesusa le escribe a Liliana, en el que las tergiversaciones y las diferencias nos ayudan a querernos como somos? "Si le pides el molcajete y te pasa el Epy Lady, tú haz como que te depilas con el tejolote y suprime todos los aztequismos." (446)

Podría hacer una larga lista de aquello que los argentinos (ni modo, Azul, una carga con ese estigma) aprendimos en y de México. Cada exiliado podría hacerla. Pero sobre todo, y como algo fundamental, quiero decir que aquí muchos descubrimos al Otro. Este es un aspecto de la extranjería en el cual no se profundizó en la mesa redonda ni en el artículo de Mercado. Cuáles son las transformaciones que cada uno tuvo en su interior a partir de ese descubirmiento, del estar inmerso en un lugar diferente al de origen, en una cultura otra. Mirar a los ojos de ese otro que era México significó para muchos argentinos conocer América Latina. No ya el lugar común de las artesanías compradas sin ningún criterio -al que alude Tununao el de meterse de cabeza en el Museo de Antropología, sino el aprendizaje que significó intentar desestructurar los arquetipos.

Noción ésta -la de arquetipo que, aunque no se nombró de esta manera, tuvo una presencia constante en la mesa redonda. El aprendizaje de despojar mi mirada sobre el otro de los clichés para conocerlo. Esto nos ayudó a perder el "ombliguismo" (ya sé, seguramente ustedes estarán pensando en alguna excepción). Aprendimos a relativizar (esta palabra también es clave) aquello que considerábamos inherente a nuestra cultura y a nuestra identidad. Identidad por cierto bastante maltrecha cuando llegamos: cargados de muerte, de miedo, de derrotas. En México, con los "otros" empezamos a armar nuevos proyectos. El mirar otros rostros nos llevó a hacernos las preguntas con las que Pietro Barcellona comienza su artículo, y que marcan toda relación con la alteridad: "¿Es posible pensar realmente al 'otro'? ¿Es posible asumirlo como algo que no se deje reducir a la pura negación de la identidad del yo o a la trascendencia de lo totalmente distinto?".

Si bien la convivencia, no siempre fácil, fue en un principio obligada por el exilio, para los que estamos acá, hace tiempo que es voluntaria. "La Otra, como su nombre lo indica, es todo lo que no soy yo -escribe Jesusa- aunque sin ella yo no sea nada."

Me gustaría contarles algo que tiene que ver con mi aprendizaje y que se vincula con el artículo de Benedict Anderson, "La comunidad imaginada". Plantea Anderson que la nación es una "comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana".

Dice José Emilio Pacheco en ese hermoso poema llamado "Alta traición", "imaginando" su propia nación:

No amo mi Patria. Su fulgor abstracto es inasible.
Pero (aunque suene mal) daría la vida por diez lugares suyos, ciertas gentes, puertos, bosques de pinos, fortalezas, una ciudad deshecha, gris, monstruosa, varias figuras de su historia, montañas (y tres o cuatro ríos).

Y uno descubre, con Pacheco, que puede reapropiarse de la palabra Patria, tan cargada, tan vapuleada, por izquierdas, derechas y centros. Y pienso que esa patria por la que yo estaría dispuesta a dar la vida es en realidad una patria tan imaginada, tan imaginaria, como las naciones de Anderson. Allí están las tardecitas de Buenos Aires de las que se habla en el tango Balada para un loco, y está el olor de San Ángel cualquier tarde después de la lluvia; está el mate tomado con amigos, pero también está la cerveza Victoria de una noche mientras mi hija me ayudaba a preparar la cena; está el paisaje pobre y entrañable de Jujuy -esa zona de la Argentina que tan poco se mira-, y está la comandanta Trini tratando de explicarnos que en su lengua, "diálogo" se dice "vámonos a poner a platicar, a ver si con la palabra de cada quien se hace una palabra común."

En fin, creo que estas cosas me hacen bastante esquizofrénica pero también me enriquecen. Porque la "tierra de uno", esa patria chica de la que habla Pacheco, es el paraíso perdido, pero es también la que va naciendo en nuestra memoria cada día.

Aunque en algún rinconcito de mi ser, se los voy a confesar, envidie profundamente a quienes nacen, viven y mueren siempre en el mismo lugar, en la misma ciudad y hasta en la misma calle, sepan que si después de 20 años seguimos acá es porque, parafraseando el final del texto de Jesusa, los queremos "como a nosotros mismos"; los cual, como a ustedes les consta, en el caso de los argentinos, es mucho.

 

Sandra Lorenzano

Texto leído en la presentación del núm. 13 de Debate feminista, en junio de 1996.

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