[Publicado en: Revista Pueblos y fronteras digital, vol. 17, 2022]
Politizar y sentir desde el feminismo
Axel Rivera Osorio
El libro Dolor y política. Sentir, pensar y hablar desde el feminismo es una incitación para cavilar sobre el papel que debería jugar una política feminista encaminada a la construcción de una opción progresista. El libro es una reflexión sobre el feminismo,1 pero también sobre la época actual, las derivas de algunos movimientos de izquierda; sus ganancias, sus pérdidas, anhelos, apegos y, en especial, disputas internas. Ahora, el libro no busca una avenencia fácil, sino entrar en la discusión sobre temas de fondo, llevarlos al terreno político, que toda disputa se quede y dirima allí, alejada del moralismo que impregna la política actual. Es también una respuesta a sus críticas; el intento por analizar sus convicciones. Lamas cavila sobre la época, el dolor, la rabia, sobre identidades políticas, la violencia, las emociones, la ideología.
Esta reseña pretende ser la exposición de algunos temas nucleares del libro, pero antes ofrezco brevemente su descripción formal. El libro se divide en seis capítulos y 11 anexos. 1) Introducción: Sentir, pensar y hablar; 2) Pensar la época, 3) Dolor, rabia y violencia, 4) Las identidades a la hora de hacer política, 5) De emociones, ideología y política y 6) Epílogo: ¿qué significa hablar? Me detendré en cada capítulo, pero no en los anexos. Quisiera señalar, sin embargo, que los anexos son relevantes en sí mismos; son manifiestos, cartas abiertas, protocolos universitarios, consignas de las marchas feministas, poemas, etc., textos que dan sustancia a los problemas planteados en los capítulos del libro, por eso, de digna lectura.
En el primer capítulo, Lamas coloca algunas de sus cartas principales sobre la mesa. Empieza definiendo lo político como «espacio de poder y conflicto, un ámbito intersubjetivo que está estructurado por reglas del debate público como por las tensiones agonistas». Esta definición es una decisión teórica y sus implicaciones recorren todo el libro. Si lo político es una tensión entre posiciones encontradas, entonces no existe manera de hallar un consenso entrecruzado tras la deliberación. No hay una situación de acuerdo absoluto, un consenso que lime todas las asperezas. A todo conflicto político le es inherente una tensión irresoluble. La única salida para ellos está en crear consensos temporales. Por eso, la estrategia política debe basarse en el debate, la negociación y finalmente en alianzas; visión realista y pragmática de la política, de allí su preocupación por la falta de diálogo entre la izquierda, especialmente, en el feminismo.
Otro asunto de gran calado planteado en este capítulo inicial se centra en qué tipo de discurso debe producirse desde la izquierda, desde el feminismo progresista, para tratar de modificar el sentido común en que estamos insertos. Su apuesta se concentra en la crítica al moralismo y al discurso moralista naturalizado en algunos sectores de la izquierda, aquel que deja de lado la disputa en torno a proyectos y, por el contrario, pasa a una discusión centrada en el terreno moral, discurso basado menos en argumentos sobre posiciones políticas y más en cuestiones sobre lo bueno y lo malo. En ese caso la disputa es imposible. Cancela la vida política efectiva y hace menos democrática la sociedad al eliminar el debate público. Los contrarios ciertamente pueden tener otra visión de las cosas, razones para negar nuestra postura, pero todo eso se deja de lado, se prefiere la cancelación, las falacias ad hominem.
Sin embargo, su crítica al moralismo es aún más profunda; este imposibilita ahondar en cómo se estructura y distribuye el poder. El reproche moralino se centra meramente en señalar que otros no tienen las mismas ideas que uno, pero deja de lado cómo esas posiciones son reflejo de estructuras históricas de poder. Es incapaz de preguntar por aquello que subyace a tales discursos. En esencia, deja intacta la «historia de fondo» que naturaliza injusticias, asigna roles y funciones de estatus que inferiorizan a muchos, en especial a las mujeres. Por eso, Lamas afirma que el objetivo de la crítica, sobre todo en el feminismo, está en transformar el reparto de lo sensible vigente, lo cual requiere percibir la complejidad social, notar las cuestiones socioeconómicas estructurales que subordinan a las mujeres, a los hombres y a las personas fuera de la norma de género. Teniendo esto en cuenta, se nota porqué le inquietan las traducciones que los medios culturales hacen del feminismo: porque diluyen sus contenidos específicos y expanden una visión simplista de este y de sus propuestas.
Un aspecto igualmente relevante de este capítulo se encuentra en el reconocimiento que Lamas hace de las pasiones para la política democrática. Frente a posiciones que enfatizan el uso de la razón para dirimir conflictos, Lamas resalta la urdimbre de afectos, emociones y pulsiones en política. Por eso, la rabia, el dolor, son aspectos fundamentales de estos nuevos discursos, pero ¿cómo encauzarlos políticamente? Dichas emociones pueden ser un punto de cohesión, aunque también degenerar e impedir alianzas. Tal ambigüedad no puede dejarse de lado en una política feminista. Además, las pasiones, afectos, le sirven para explorar la «temporalidad afectiva» del feminismo. Ella registra diferencias entre las distintas propuestas, apuesta por reconocer las sedimentaciones simbólicas y las ganancias teóricas perdurables de propuestas pasadas para sopesar las presentes; la necesidad de tomar en cuenta las diferencias de clase, los factores geopolíticos e incluso los factores ideológicos, porque la meta es cuestionar que el feminismo se movilice únicamente con confrontaciones entre generaciones u «olas». A pesar de ello, reconoce que existen algunas características distintivas del feminismo actual: mayor interés en el tema de la violencia sexual, el manejo del internet, mayor sentido del humor, y un manejo amplio de la perspectiva interseccional. Otro aporte de Lamas está en reconocer la diferencia abismal expuesta por Boaventura de Sousa Santos (2014). Este autor explica que hay líneas visibles e invisibles dentro del capitalismo moderno, donde la lógica imperante en el primer mundo no prima en el tercero. Eso lo usa Lamas para explicar por qué el feminismo latinoamericano cobra matices distintivos: 1) en nuestra región existe una mayor violencia contra las mujeres, 2) aún se libran duras batallas para lograr la legalización de la interrupción del embarazo y 3) se protegen reciamente las culturas originarias y el territorio. Este es el horizonte del feminismo latinoamericano contemporáneo.
Finalmente, quisiera resaltar un último tema de este primer capítulo, la antropóloga mexicana destaca el ámbito subjetivo de la política, aunque sin restringirlo a meros aspectos psicológicos. Ella afirma que dicha dimensión se concreta en prácticas sociales y culturales que troquelan modos de vida de las personas. No obstante, al mismo tiempo reconoce que la dimensión subjetiva no es solo una formación colectiva, porque los habitus de las personas dependen del ámbito social, pero también de algo más: las emociones y pulsiones de cada uno. Es relevante saberlo al estudiar lo social, pues ella entrevé que, algunas veces, los problemas teóricos no dependen del objeto investigado, sino de angustias, maniobras defensivas de quien lo estudia. Apegos por cierta identidad o teoría pueden impedir cambiar de opinión, dialogar. El capítulo cierra hablando de las violencias existentes dentro de las posturas feministas, y la autora se pregunta ¿qué hacer para superarlo?, ¿cómo avanzar sin recriminaciones y sin resentimientos tóxicos? (Lamas, 2020:20). El resto del libro intenta responder a esto.
En «Pensar la época», Lamas inicia un análisis más profundo de algunas de las tesis enunciadas anteriormente. Define nuestra época como neoliberal. Para ella, el neoliberalismo no refiere solo a la esfera económica: es una organización social y una producción específica de sujetos, modos de vida, incluso una forma de limitar la democracia. Lamas sabe que el neoliberalismo no es una entelequia; que este se define en técnicas de gobierno, en maneras de crear sujetos. Por eso, se enfoca en algunas formas de subjetivación de nuestra época, por ser el núcleo de la política. Dice que el neoliberalismo crea sujetos individualistas, centrados en la imagen, el consumo. Por ello se alarma de que algunas corrientes feministas sigan tal patrón, ajustándose al individualismo con la categoría de empoderamiento. Ella propone que esta debe cambiarse por el concepto de emancipación, porque de lo que se trata es de transformar el reparto de lo sensible vigente, no de aceptar tácitamente el actual. Transfigurar el machismo, el masculinismo social, no se logra empoderando a personas sino con una revolución simbólica; resemantizando categorías de determinación de nuestra época.
Para ver este fenómeno, resalta que algunos hechos torcieron los mandatos de género en la región, como el ingreso de las mujeres al mundo laboral. Tales sergas suscitaron nuevas formas de subjetivación, facilitando otros tipos de identidades, incluso algunas no-binarias y una perspectiva interseccional. Pero tal cambio también conllevó inconvenientes. Sobre esto centra su mirada al examinar un primer tipo de subjetivación enmarcado bajo el concepto de postfeminismo. Con tal concepto invoca una forma de «feminidad sexy y asertiva» promovida mayormente en los países ricos, que considera nuevas formas de sentirse hombre/mujer o identidades no normativas a partir de un ethos hedonista y que introyecta pautas de consumo. El problema está en que estas identidades no cimbran el horizonte cultural hegemónico. Y, aun así, son parte de identidades políticas actuales, especialmente por el ímpetu generado por los grupos feministas desde 2014.
Desde ese año el feminismo tuvo su acmé al entrar de lleno a la esfera pública vía los medios de comunicación. A partir de allí, las «mujeres están de moda», se venden camisetas con consignas incisivas, muchas estrellas de pop se convirtieron a la causa, etc. Ese fenómeno es el que busca determinarse con la noción de postfeminismo, porque eso también significó que el sistema capitalista se apropió de los mensajes, consignas y demandas feministas. De allí el énfasis crítico de la antropóloga: dicha interpretación del feminismo es bastante light, centrada en el empoderamiento femenino, feminismo de corte empresarial /liberal cuyo fin se centra en programas de autoayuda para mujeres de clase media-alta, pero nunca cuestiona los problemas estructurales que forjan las jerarquías sociales, las exclusiones o la inferiorización de grupos de personas, en especial, de las mujeres. Por ello, Lamas asevera que la categoría de empoderamiento es una forma de disciplinamiento que preserva el statu quo. Un feminismo light influido por redes sociales: mujeres sexualizadas y empoderadas; una nueva forma del «gobierno del alma» que acaba en la interiorización del deseo capitalista. Mujeres que suelen tener sesgos clasistas y racistas, sin rasgo de interseccionalidad y apoyando los mandatos del sistema hegemónico, incluidos los mandatos estéticos. Por eso, Lamas asevera que es una de las formas más sutiles de violencia simbólica, allí se internalizan esos mandatos culturales y se empieza a creer que son nuestros propios deseos.
También sabe que hay un feminismo antisistema, especialmente en América Latina. Un feminismo centrado en temas como el racismo, el colonialismo, el clasismo, etc. Ese crea otro tipo de subjetividades, a su parecer, las más interesantes. Lo sugestivo es registrar que ambos tipos de subjetividades conviven y coinciden en las movilizaciones, luchas y consignas. Esa amalgama simbólica creó un nuevo sentir y, tal vez, la lucha social más significativa de los últimos años. En su libro, Lamas hace un balance de las movilizaciones realizadas desde 2015. Pero sabe que gracias a las tecnologías de la información ya no están solo en las calles, las redes digitales influyen tanto como antes lo hacía una marcha. Ella se enfoca en ambas. Percibe que antiguas demandas por una igualdad en salarios, paridad en posiciones de poder, etc., tornaron en lemas como: se va a caer, el patriarcado se va a caer. Consignas centradas contra la violencia de género, registrando la violencia estructural y la necesidad de cambiarlo. De allí surge el tema de cómo lograrlo. El movimiento feminista actual, gestado hace algunos años, ha sido bastante versátil: marchas, huelgas, protestas, desplegados, tendederos, pintas, etc. Siempre indicando la rabia, la indignación, el hartazgo. Tal sentir, el dolor originado por el sentido común vigente tuvo diversas ramificaciones. Lamas retoma los actos violentos de algunos grupos feministas, pero no para desacreditarlos, sino para verlos como síntoma de la época. Registrar el auge del activismo, tomar las calles, mostrar que las vidas de las personas, de las mujeres en particular, valen más que los monumentos, la propiedad de un Estado que no actúa para eliminar, o disminuir, la violencia estructural. Lamas se cuestiona seriamente: ¿es necesaria la violencia? Ese es el tema central de su tercer capítulo.
En «Dolor, rabia y violencia», la antropóloga reconoce que la violencia es un fenómeno difícil de aprehender, aun así debe abordarse, pues es una herramienta empleada por muchos movimientos. La cuestión subyacente al capítulo, aunque Lamas no lo enuncie como tal, es lo que Benjamin (2001) preguntaba en su ensayo sobre la violencia: ¿se justifica la violencia? Es decir, pensar el vínculo entre transgresión y violencia. No existe forma de cambiar el sentido común sin derrumbar algunas de las trabes simbólicas de nuestro edificio cultural. Muchas identidades defendidas ahora no corresponden con las expectativas sociales, hay un quiebre con lo que solía encarnar la feminidad, eso da pie a la creación simbólica, nuevas identidades, nuevos lenguajes. Ahora, dejando de lado la vioencia como herramienta de transformación, uno de los temas interesantes del capítulo es la formación discursiva de la violencia hacia las mujeres. Lamas no omite los tipos de violencia en los modos de socialización vigentes, en especial los que afectan a las mujeres, pero se centra no en la violencia efectiva, sino en cómo pasó a ser el tema hegemónico en el discurso y la bibliografía feminista, haciendo eco de las investigaciones de autoras como Tamar Pitch. Le inquieta el discurso de la violencia, pues si se usa impropiamente, puede causar males difíciles de disipar. Ella se articula regularmente a partir de dicotomías: víctimas/ victimarios; culpables/inocentes; dicotomías que tienden a esencializar conductas, pero dejan de lado el contexto, relaciones específicas, posiciones de clase, todo lo que una mirada interseccional nunca debe olvidar. En particular, Lamas retoma y analiza críticamente una tríada implícita en el discurso de la violencia sexual tal como lo describe la jurista Janet Halley (2008): la inocencia de las mujeres, énfasis en el daño que sufren y la inmunidad de los hombres. De nuevo, la relevancia teórica no apunta a negar la existencia de violencia en relaciones entre hombres, mujeres y personas que no se ajustan a la norma sexual de la sociedad, sino a cuestionar que todo quepa en este molde. Si toda relación social se ve desde esta traza, es difícil dejar de lado la idea de víctimas y victimarios; en especial, para crear agencia política para las primeras, que suelen ser las mujeres. Si solo se ven como víctimas, existe poco margen para transfigurar la realidad. La única posibilidad sería apelar al cuidado del Estado, pero asumiendo una pasividad agentiva y esperando que el Estado sea una instancia benigna. Por ello, debe verse con cuidado cómo tematizamos tales fenómenos sociales, esa es la importancia de la teoría, explicar más, para comprender mejor.
Sin embargo, la mirada teórica no debe hacernos olvidar qué ocasiona el enojo social: la precarización, la violencia efectiva, los feminicidios, etc., todos estos fenómenos son causa del dolor y la rabia, y permiten ver la necesidad de un cambio social verdadero. Lamas explica que esas emociones han permitido una mayor articulación y cohesión dentro de movimientos feministas actuales, porque la rabia ha sido una «válvula de escape» para la indignación. Esto hace ver que la política se vincula con las emociones, pero la cuestión es cómo debemos tejer tal nexo. Por eso retoma nuevamente el tema de la violencia, ¿esa rabia, dolor e indignación legítimos son justificación para la violencia? Lamas no da una respuesta inmediata, aunque explica que no es la primera vez que el feminismo recurre a ella. Las sufragistas lo hicieron, pusieron en práctica atentados contra la propiedad privada, pues la violencia crea visibilidad. Ellas planteaban que recurrir a la fuerza del Estado no era una opción viable, porque el Estado suele ser una instancia que institucionaliza y reproduce la injusticia social, por ello, también sabían que la violencia ofrece posibilidades; Lamas las llama «prácticas significantes». Pero ella conserva la tensión, ¿hasta dónde se justifica? No hay respuesta conclusiva, sin embargo, Lamas la reconoce como una estrategia política, no como fin en sí mismo. Posteriormente, hablará de una política feminista basada en la no-violencia; pero ella no es idealista, sabe que el cambio social no se da pidiendo permiso, por ello, no condena, por completo, la violencia. Mas se pregunta si la violencia sirve para permutar un entorno violento. Esa es la duda, pero no elimina la posibilidad de una violencia mesiánica, al decir de Walter Benjamin (2001).
Su capítulo «Las identidades a la hora de hacer política» es uno de los más relevantes, sobre todo para los debates políticos actuales. El eje articulador es cómo evitar todo tipo de política esencialista; en principio, porque el lenguaje político tiende hacia un lenguaje moral, de tal forma que las diferencias de opinión, sobre proyectos políticos debatibles, pasan al terreno de las convicciones, donde el debate se vuelve áspero, difícil, incluso imposible; con ello se elimina la posibilidad política. Por eso, es indispensable el agonismo, indeterminación donde no hay un criterio de verdad absoluto. Donde se requieren arreglos entre los diversos actores políticos. Ese es el juego eminentemente político.
En el caso del feminismo, la antropóloga apela a la necesidad de distinguir feminismo de mujerismo, el último puede ser una forma más del esencialismo que inutiliza la política. Lamas dice que las identidades políticas solo pueden emplearse estratégicamente, para ganar rápido acceso a la esfera pública, para que las demandas específicas cobren relevancia, etc. Tal instrumentalización nunca debe terminar en la adopción teórica de un esencialismo real. En ese momento acaba la posibilidad de diálogo, consenso o incorporación de nuevos sujetos políticos a una lucha contra el sistema jerárquico que nos oprime a todos. Retomando algunas ideas de Benjamín Arditi (2014), ella sabe que muchas veces es necesario apelar a las identidades políticas, porque de alguna manera debe entrar la diferencia en la agenda política. La aserción identitaria apela a eso, a voces no escuchadas; que se necesita el reconocimiento para grupos específicos, saber que la democracia no sirve sin la inclusión de todos, en especial, a quienes han sido excluidos sistemáticamente, lo cual da paso a políticas afirmativas, un paliativo de cara a las falencias de nuestra democracia. Todo es indispensable y cualquier forma de lucha política debe alentarlo. El problema se halla cuando esas identidades dejan de pensarse como estrategia política y se las toma como un fin en sí mismo; en ese momento se deriva hacia un esencialismo político que termina por crear una «cacofonía de grupos intransigentes», donde lo importante no es el acuerdo para cambiar el reparto de lo sensible, sino pelear por intereses particulares. Lamas, de tal manera, exhibe la luz y las sombras de las políticas de la identidad, o, también, como Amy Gutmann (2008) lo llama, lo bueno, lo malo y lo feo de ellas. La antropóloga no cesa de insistir en que todo esencialismo dificulta pensar políticamente. En especial al hablar desde una postura feminista, porque apelar a la mujer como un concepto genérico y universal elimina las experiencias particulares, los contextos, la posición de clase, la edad, problemas por cuestiones de raza; es decir, la universalización tiende a generar una experiencia abstracta donde muy pocas podrían ubicarse realmente y, por lo mismo, se dejan de lado los problemas estructurales específicos que deben combatirse. Es por ello que Lamas exhorta siempre a un esencialismo estratégico, sabiendo que una acción política dirigida a mujeres y por mujeres no implica una posición mujerista. Ese esencialismo se emplea para lograr ventajas iniciales, pero posteriormente debe matizarse, deconstruirse, para que siga la política. Su oferta es una política de acuerdos, articulaciones, notando que los límites identitarios dificultan esta meta. Si el feminismo está llamado a ser el movimiento de transformación a principios del siglo XXI necesita generar acuerdos entre sus posiciones antitéticas, y solo es posible si existe la capacidad de negociar, eliminando las formas de esencialización política.
Otro tema que merece atención es la participación institucional de los movimientos y luchas sociales. Lamas es una pensadora pragmática, sabe que la mejor teoría es mucho peor que el avance concreto más mínimo, que la vida de los excluidos no cambia solo por ideas, sino al incluirlos en la sociedad, por cualquier vía. Por eso elogia que grupos feministas hayan entrado en las instituciones del Estado, que aprendieran a usar la burocracia para sus propios fines. Al igual que Mouffe (2013), Lamas cree que la mutación social es lenta, un trabajo reformista, que se dará únicamente con un profundo cambio institucional. En tal sentido, hacer política es ver el mundo de las necesidades, no solo echar un vistazo teórico al mejor mundo posible. De allí que ella vuelva a alentar una política de alianzas, dejar de lado lo que Carlos Pereda llamó la «razón arrogante», ello lleva al prejuicio, al sectarismo. Los movimientos políticos actuales no pueden darse tal lujo. Los retos son tantos y tan profundos que piden diálogo, negociación. La experiencia afectiva de nuestros grupos debe conservarse como punto de partida, pero el fin es conformar lo común, una verdadera res publica.
Su último capítulo «De emociones, ideología y política» es el más personal. Allí Lamas pasa revista a algunos debates que tiene con otras visiones dentro del feminismo, en especial por el tema del comercio sexual. Recuerda que ella está a favor de las trabajadoras sexuales. Respaldar el comercio sexual es defender sus derechos, una vida sin una doble moral, criticar el estigma que cargan, saber que muchas llegan allí por necesidad económica y, capitalmente, por ser un trabajo que ofrece mayores posibilidades. No obstante, no significa apoyar la trata de personas, destaca que son fenómenos disímiles homogeneizados estratégicamente en el discurso abolicionista. Lamas apela a experiencias, a datos para señalar que el abolicionismo tiende a forjar otros problemas sociales igualmente serios, en principio, porque castiga a los más pobres, a migrantes, propicia políticas de mano dura, reacciones defensivas del Estado. Todo de la mano de una «retórica maternalista del rescate a las mujeres». Por eso, su posición es en favor de las trabajadoras sexuales; el comercio sexual les brinda mayor libertad y bienes económicos. Al mismo tiempo, explica que defender su derecho a trabajar implica saber que a veces es la única opción a su alcance. En países del primer mundo, para algunas personas, el comercio sexual puede ser una opción, pero, en el tercero, a veces, es la única posibilidad para sobrevivir. Por eso era tan importante su alegato inicial en favor de reconocer el lugar de enunciación. De lo que se trata es de permitirles hacer lo que mejor les parece, sin hablar por ellas, pues caeríamos en lo que Miranda Fricker (2017) denomina «injusticia epistémica». Además, Lamas ofrece evidencia empírica sobre los problemas que trajeron las posturas abolicionistas.
No obstante, el capítulo es personal no por la postura que defiende sobre el comercio sexual, sino porque narra tres incidentes difíciles que tuvo con algunas feministas, o grupos feministas, debido a su posición sobre el comercio sexual y su política de alianzas. Mantas en su contra, cancelación de sus conferencias, manifiestos en contra de su libro, todo ello la puso a pensar en lo que defiende y, sobre todo, en las pruebas que ofrece para tales posiciones. Lo interesante es que Lamas no busca decir su verdad, sino que se compromete políticamente con sus tesis. Explica que su postura es política. Tiene en mente fines revolucionarios y, no obstante, sabe que la única vía posible es la reforma paulatina de nuestro sentido común. Por eso, tiende a vislumbrar y defender opciones viables, sabe que la factibilidad es parte esencial de la política, si no se quiere que sea un mero ejercicio de imaginación. Todas sus posiciones poseen tal impronta, realismo político. Para ello es necesario construir una narrativa crítica. Sabe que la finalidad es formar una voluntad colectiva, una capaz de pensar qué queremos para el futuro, con metas claras, con una visión democrática. Hacer política sin esencialismos y sin resentimientos, cimentada en el conflicto, la negociación, el diálogo, aunque sea áspero, pero sin descréditos a priori. Esa es la particularidad de sus posturas, un realismo político, con convicciones, tomando en cuenta las emociones políticas, sin dejar de lado los datos, los efectos de las políticas implementadas, haciendo ejercicio de autocrítica. Entendiendo que los debates políticos nunca se cierran, solo se postergan mediante acuerdos.
Finalmente, el epílogo es un cúmulo de preguntas para los años venideros. ¿Qué tipo de agencia necesitan los movimientos sociales, y sobre todo el feminismo? ¿Cómo pensar la resistencia? ¿Cómo se hace una política a partir de la vulnerabilidad de los sujetos? Temas que dan pie a reflexiones profundas; vislumbran que la vulnerabilidad nos obliga a establecer alianzas, nuevas formas de sociabilidad. No tomar a la ligera cómo el neoliberalismo, vía un desmantelamiento institucional, precariza la vida de muchas personas, que la resistencia solo se dará mediante nuevas formas de vida y solo será posible mediante alianzas y compromisos.
Igualmente, la antropóloga se adhiere a una política de la no-violencia, como lo señala Butler (2021) en sus últimas obras, esto no es tan fácil como podría creerse en un primer momento. Implica definir violencia y saber que depende de quién detente su monopolio legítimo. Por ello, Lamas regresa a la pregunta de capítulos anteriores, ¿se justifica la violencia? Defender la no-violencia es responder a esto, pero implica cambios de paradigma: pensarnos desde la vulnerabilidad, saber qué nos hace semejantes, nuestra corporalidad, nuestra vulnerabilidad y, por ello, permite y obliga a incluir a otros seres vivientes, a sus ecosistemas. Dicho cambio subyace a su proyecto de la no-violencia, tema que requeriría un espacio mucho mayor, pero que ofrece alternativas políticas al modelo de ser humano hegemónico.
En esencia, el libro busca convertirnos en «herejes sin riesgo». Ser agentes de una subversión política, forjar eficacia simbólica para derrotar el statu quo, criticar los habitus del orden establecido, luchar democráticamente por empoderar a todos, sobre todo a los más desfavorecidos. Por ello, debemos dejar de lado el vocabulario de la victimización, porque Lamas da cuenta del poder del lenguaje, este es más que un instrumento para referirnos al mundo, es cómo nos adentramos en él, su espacio de aparición, por eso la nominación implica modos de ser y vivir. Así, pensarnos como víctimas limita nuestras opciones políticas. Antes de promover cualquier esencialismo debemos reconocer que el enemigo es el capitalismo patriarcal y racista, que la manera de cambiarlo es mediante alianzas políticas. Esa la única forma como podremos construir una voluntad colectiva y transformar el sentido común.
Su compromiso fundamental es pensar el feminismo como política de alianzas. Lucha contra el sistema capitalista, también contra posturas esencialistas, punitivistas, lucha abierta a procesos de reflexión. Se trata de conservar nuestra «capacidad pensante», como concluye: «con nuestra ‘capacidad pensante’ reflexionamos acerca del papel que desempeña la lucha feminista para avanzar una política de izquierda […] para radicalizar la democracia.» Por eso mismo, el libro de Lamas llama a pensar nuestro sentido común, reconociendo las violencias que lo estructuran; no obstante, al mismo tiempo invita a innovar en la agencia política, para tener una sociedad donde el poder se reparta mejor, con una democracia real. Es una reflexión realista desde el feminismo, con fines revolucionarios. Un libro que refleja nuestro presente, con la mira puesta hacia el futuro. Un diagnóstico claro, con una agenda para el porvenir.
Notas
^ 1. Al inicio del texto, Lamas dice que ella hablará del feminismo en singular, aunque es «consciente de sus varias y diversas tendencias, de la misma forma que se habla de la izquierda, con sus también múltiples vertientes» (Lamas, 2020:11). A lo largo del libro, es patente que su posición no es reduccionista, no busca encasillar las tareas del feminismo, ni ofrecer criterios normativos unívocos, sino que está abierta a toda interseccionalidad. Así, aunque esta decisión de nombrar el feminismo en singular pueda parecer problemática, termina siendo una apuesta política, pues más allá de diferencias puntuales, debe haber una alianza robusta entre los movimientos, los activismos, la academia y todos aquellos espacios políticos que retoman las tesis del feminismo para crear una revolución simbólica. Por ello, en esta reseña, procederé como lo hace la autora.
Bibliografía citada
Arditi, Benjamín. (2014). La política en los bordes del liberalismo. Diferencia, populismo, revolución, emancipación. Barcelona: Gedisa.
Benjamin, Walter. (2001). Para una crítica de la violencia. En Walter Benjamin. Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Iluminaciones IV. Madrid: Taurus.
Butler, Judith. (2021). La fuerza de la no violencia. La ética en lo político. Barcelona: Paidós.
Fricker, Miranda. (2017). Injusticia epistémica. Barcelona: Herder.
Gutman, Amy. (2008). La identidad en democracia. Buenos Aires: Katz.
Halley, Janet. (2008). Split decisions. How and why to take a break from feminism. New Jersey: Princeton University Press.
Lamas, Marta (2020). Dolor y política. Sentir, pensar y hablar desde el feminismo. México: Océano.
Mouffe, Chantal. (2013). Agonística: pensar el mundo políticamente. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Santos, Boaventura de Sousa. (2014). Más allá del pensamiento abismal: de las líneas globales a una ecología de saberes. En Boaventura de Sousa Santos y María Paula Meneses (eds.). Epistemologías del Sur (Perspectivas) (pp. 21-66). Madrid: Akal.
Cómo citar esta reseña:
Rivera Osorio, Axel (2022), «Politizar y sentir desde el feminismo». Revista Pueblos fronteras digital, 17, pp.1-13, Doi:10.22201/cimsur.18704115e.2022.v17.637.