[Publicado en: Debate Feminista, vol. 31, año 2005, pp. 336-334.]
Mujeres y hombres en el Holocausto
Raquel Serur
El campo de la literatura relacionada con las mujeres y el Holocausto comenzó a desarrollarse en los años setenta. Los estudios se han hecho a partir de fuentes primarias que recogen memorias, testimonios y una creciente respuesta crítica elaborada en las últimas tres décadas. Hoy en día hay un interesante cúmulo de trabajo hecho en torno al Holocausto y la experiencia de las mujeres en él. Las principales fuentes de información provienen de mujeres que vivieron los tiempos más difíciles de su historia personal en distintos campos del exterminio como Auschwitz, Birkenau, Ravensbruck, Terenzin, entre otros. La pregunta fundamental en la que se centran estos estudios es: ¿fue la experiencia de las mujeres en la época de los nazis y en los campos de exterminio diferente a la de los hombres? Si fue diferente, ¿en qué consistió la diferencia? ¿Marcó la diferencia el desarrollo posterior de la vida de estas mujeres en los campos o no?
En todos estos estudios nos encontramos con las diferentes formas de ejercicio de la crueldad física y mental que estas mujeres encontraron a diario en los campos, las diferentes “opciones sin opción” a las que se enfrentaban diariamente, las decisiones tomadas que se les imponían y que las dejaban, casi en todo momento, con la opción de no optar.
Las estrategias de estudio para el problema de la mujer en el Holocausto centran su atención en parámetros que, además del concepto de género, contemplan conceptos como memoria individual, memoria cultural, memoria nacional, identidad individual, identidad de grupo, género y memoria, género y trauma, verdad y testimonio, identidad de sobreviviente, género y refugiados, emigrantes, género y transmisión, límites de la representación, etc.
El ensayo de Dalia Ofer y Leonore J. Weitzman, Mujeres en el Holocausto, que ha tomado la forma de libro en una edición bilingüe, espléndidamente traducido por Mónica Mansour y con un prólogo de Flora Botton es sin duda interesante. Echa mano de muchas de las perspectivas de estudio que acabamos de mencionar, aunque, desde mi muy particular punto de vista, no hace explícitas ciertas observaciones que podríamos desprender del texto. Para clarificar esta aseveración es necesario primero hacer un recuento histórico que nos permita ubicarlo en su contexto.
La noche de los cristales rotos marca un cambio radical en la guerra que el estado nazi emprendió contra los judíos. Si hasta entonces los judíos pudieron pensar que el nuevo esta-do alemán reservaba para ellos un lugar determinado, incluso un lugar subordinado y sometido al resto de la población alemana, a partir de esa noche toda esperanza de sobrevivencia quedaba clausurada: los judíos debían desaparecer de Alemania, de una manera u otra, por las buenas o por las malas.
Esa noche marca también el momento en que la sobrevivencia de los judíos pasa a ser un asunto de incumbencia primordialmente femenina.
Durante los cinco años anteriores, a partir del golpe de estado hitleriano, los judíos alemanes se reconocían a sí mismos más que como judíos como alemanes-judíos. Su patria era Alemania; su lengua, el alemán; su trabajo y su disfrute estaban plenamente enraizados en la vida alemana. El antijudaísmo nazi les parecía un fenómeno de superficie y pasajero que los afectaría en sus derechos, en cierta medida y por un tiempo, pero que a la corta o a la larga estaba llamado a desaparecer.
Las medidas represivas y discriminatorias afectaban a los judíos en aquel sector de la repartición de género que se conectaba directamente con el mundo de la vida productiva y de negocios; es decir, con la parte masculina.
Efectivamente, el golpe represivo, que iba desde la prohibición de ejercer ciertos oficios y trabajos, hasta el apresa miento, la detención en campos de concentración e incluso la muerte, iba dirigido primordialmente contra los hombres judíos.
Para sobrevivir en estos tiempos de penuria, las mujeres judías que no podían sustituir a los hombres en sus trabajos, debieron desarrollar —siguiendo viejas tradiciones, probadas ya desde antes de la historia de la diáspora—determinadas estrategias de sobrevivencia capaces de aprovechar de la mejor manera los recursos ahorrados, acrecentándolos con determinadas ganancias ocasionales, y además tendieron sobre los suyos un manto protector ante la hostilidad del medio circundante. Los hombres que quedaban o bien eran protegidos en una vida clandestina, o bien enviados fuera de Alemania a fin de que ejercieran allá sus oficios, enviaran dinero a sus familias y esperaran el posible fin del régimen nazi y el día de retorno al país propio. De lo que se trataba era de resguardar el lugar territorial, conseguido con dificultad en los cien años anteriores, como condición primordial de la sobrevivencia. La idea de abandonar Alemania era, en principio, ajena a los judíos alemanes. De ahí la importancia de la noche de los cristales rotos, de la Kristalnacht. El mensaje que quisieron enviar Goring y Goebbels esa noche era inconfundible. El pogrom, aparentemente espontáneo pero preparado y organizado con todo detalle, destruyó no sólo los ventanales de los negocios judíos, sino sobre todo las sinagogas. Las cenizas a las que fueron reducidas sólo eran la advertencia de lo que habrían de ser los cuerpos de los judíos si no abandonaban Alemania. Alemania debía ser un territorio «libre» de judíos. Pero, para esa fecha, la idea de salir de Alemania, de abandonar el país propio e ir a buscar acomodo en otros lugares —por lo demás no mucho menos hostiles que Alemania— llegó demasiado tarde para una buena parte de los judíos alemanes. La emigración resultaba prácticamente imposible. Era demasiado cara, pues el emigrante tenía que pagar al estado nazi, para conseguir un permiso de salida, un dinero que ya no tenía, y era casi ilusoria, pues los demás países habían puesto cuotas ridículamente pequeñas para los inmigrantes judíos.
La novedad que viene sobre los judíos alemanes en 1938 es la de que no les queda otro destino que el de ser “trasladados al Este”, como se le llamaba eufemísticamente al traslado a los campos de trabajo y exterminio ubicados en la Polonia ocupada por la Alemania nazi.
La estrategia de supervivencia desarrollada principalmente por las mujeres judías debe sufrir, a partir de entonces, un cambio radical: no se trata ya de resguardar y proteger un lugar territorial o una propiedad sino de salvar la pura existencia; de sobrevivir cada uno, en su cuerpo, en el cuerpo mínimo que es el propio, más el del familiar o el compañero de infortunio más cercano.
El ensayo de Dalia Ofer y Leonore J. Weitzman examina el carácter protagónico que tuvieron las mujeres en el desarrollo de estos dos momentos de la estrategia de supervivencia de los alemanes-judíos en la Alemania nazi.
En un primer momento y “dado que se suponía que los nazis no dañarían a las mujeres, normalmente eran ellas quienes acudían a la policía, ¿la SS y la municipalidad para protestar por actos arbitrarios contra sus hijos? y sus familias y para conseguir la liberación de maridos e hijos hombres que habían sido detenidos o arrestados” (p. 21). En este relato, Ofery Weitzman concluyen que “En algunos casos no sólo quebraron las barreras de género, sino que también desafiaron las normas acostumbradas de legalidad” (p. 22).
Sin demérito del ensayo de Ofer y Weitzman, me parece que el uso de la categoría de género no es el más adecuado. Las autoras no prestan atención al modo en que el mecanismo dinámico del establecimiento de los géneros, de la adjudicación de funciones sociales a los diferentes sexos, se adapta a las circunstancias históricas y altera de manera substancial el esquema de adjudicación establecido. No es que estas mujeres, dedicadas al hogar y a los hijos, escogieran comportarse de “x” o “z” manera, sino que la situación histórica concreta las sacó de la retaguardia en la que se encontraban en condiciones prenazis y las colocó en el “frente”, dotadas de armas que desconcertaron a los nazis porque no eran las de los varones.
Perversamente, el efecto de las acciones de las mujeres en un primer momento de la Alemania nazi fue casi positivo, porque la situación las empujó a tomar un papel activo. Dejaron su papel de receptoras y comenzaron a ser protagonistas de la vida económica de la casa.
Lo que se percibe en la conducta de las mujeres, con la ausencia o con el derrumbe de los maridos, es que pareciera que las mujeres se mantienen en reserva en la retaguardia, listas para intervenir en los momentos límite o de sobrevivencia, cuando la comunidad y la familia están amenazadas por todos los flancos. Vencidos, debilitados o inutilizados los hombres, las mujeres sacan a luz su reserva de fortaleza y garantizan, aun en las peores circunstancias, el cuidado de los suyos.
En la repartición tradicional de funciones, en donde al hombre se le adjudica la función de guerrero y a la mujer la de madre, una repartición de funciones que socializa la diferencia natural de los cuerpos de hombre o de mujer, Ofer yWeitzman no consideran en su ensayo el modo en que, en diferentes situaciones histórico-sociales, la adjudicación defunciones cambia. Las mujeres usan sus capacidades al máximo para poder compensar la falta de la función adjudicada a lo masculino. Ofer y Weitzman no logran ver cómo este terrible proceso de exterminio permite o fuerza a la mujer a optar por un cambio de adjudicación social de identidad de género que, desde luego, ella no escogió.
El hombre en el Holocausto se derrumbó cuando se le privó de su función de guerrero, de aquel que sale de la esfera de lo doméstico para pelear por un lugar que le permita tener la función de proveedor del hogar. Se quedó sin orientación y sin ganas de nada. Los hombres judíos del Holocausto quedaron como guerreros anonadados y apáticos frente a una suerte de fatalidad.
Por lo mismo, sus mujeres percibieron de golpe que era a ellas a quienes tocaba intentar, por lo menos, salvar lo último de la raza, de la familia.
Es interesante el testimonio de Ruth Bondy que recogen Ofer y Weitzman sobre la forma en que las mujeres trataron de convertir en un hogar sustituto su lugar en las literas: “cubrían el colchón con una sábana de color, colgaban fotos en la pared del fondo, ponían una servilleta en la repisa que contenía sus posesiones” (p. 36).
En este segundo momento del proceso, las mujeres que tomaron un papel activo tratando de recuperar los trabajos de los maridos, peleando frente a la burocracia nazi, empresa en la que fracasaron, no se resignaron sin embargo a dejarse deshumanizar por los nazis. De lo que Primo Levy llama los somersí o los salvatí, mucho mayor es el número de mujeres que quedan dentro de la segunda clasificación. Intentan hasta lo último no introyectar la degradación, a la que los nazis sometían a hombres y mujeres por igual, mediante una resistencia última a la deshumanización en la que los hombres caían sin remedio.
El momento más conmovedor del estudio de Ofer y Weitzman es el que se refiere a cómo, ante el fracaso de toda estrategia de supervivencia en una situación de exterminio, la forma última de resistencia de las mujeres fue la de acompañar a sus hijos hasta en el momento mismo de la muerte. De nuevo, el testimonio de Ruth Bondy es estremecedor:
La única decisión a la que los hombres no tenían que enfrentarse era la más dolorosa de todas. Era una decisión a la que sólo se enfrentaban las madres en Auschwitz-Birkenau en junio de 1944. Aunque muchas de las mujeres de Theresienstadt tenían el privilegio de vivir en el campo familiar en Auschwitz Birkenau con sus hijos, en junio de1944 ya sabían que serían enviadas a las cámaras de gas. Dado que los nazis necesitaban mano de obra, realizaban una selección: las madres de niños chicos tenían la posibilidad de presentarse para que las seleccionaran como trabajadoras, o la de quedarse con sus hijos y ser enviadas a las cámaras de gas. Sólo dos de alrededor de 600 madres de niños chicos se presentaron para la selección; todas las demás decidieron quedarse con sus hijos hasta el final (Bondy1998: 324) (p. 51-52).
En conclusión, el material con el que trabajan las autoras de este libro tiende a rebasar el uso que ellas hacen de la categoría de género. Las virtudes extraordinarias que las mujeres judías desarrollan durante la guerra que el nazismo emprendió contra todos los judíos sólo se entienden de manera diferencial, como permutaciones compensatorias, en un “estado de excepción” de las virtudes que esa misma guerra había cauterizado brutalmente en los hombres judíos.
Dalia Ofer u Leonore J. Weitzman: Mujeres en el Holocausto. Fundamentos teóricos para un análisis de género del Holocausto, Plaza y Valdés Editores/CEICH-UNAM, México, 2004.