Slide Background
Seminario Universitario de la
Modernidad: Versiones y dimensiones
Slide Background
Seminario Universitario de la
Modernidad: Versiones y dimensiones
Slide Background
Seminario Universitario de la
Modernidad: Versiones y dimensiones
Slide Background
Seminario Universitario de la
Modernidad: Versiones y dimensiones

[Publicado en: Revista de Filosofía Universidad Iberoamericana, año 56, núm. 156, enero 2024, pp. 214-221.]

Figuras de la crítica: la (de)formación del sujeto como problema histórico en Marcuse, Foucault y Butler, de Andrés Luna Jiménez

Carlos Oliva Mendoza


En la serie Cuadernos del Seminario de “Modernidad: versiones y dimen­siones” la Universidad Nacional Autó­noma de México, dirigido por Marta Lamas y que ha sido coordinado ante­riormente por Raquel Serur y por su fundador Bolívar Echeverría, Andrés Luna Jiménez, un joven historiador, ha publicado un libro notable: Figu­ras de la crítica: la (de)formación del sujeto como problema histórico en Mar­cuse, Foucault y Butler. El libro con­tiene virtudes difíciles de alcanzar en la academia actual: muestra una clara voz autoral, un hilo argumental soste­nido, profundo y, a la vez, pedagógi­co; y actualiza con sutileza los deba­tes, los enfrenta y los coloca bajo una perspectiva abierta a la investigación filosófica contemporánea. No es la primera vez —ni será la última— en que los discursos filosóficos se com­prenden, explican y despliegan me­jor desde otras disciplinas. Es éste un caso de esa mirada sintética y externa, transformada en una mirada filosófica fresca y audaz.

El libro de Luna gira sobre un eje: el problema de la autonomía y la hete­ronomía en la historia de tres momen­tos de la crítica occidental; los cuales se sintetizan con el estudio de Herbert Marcuse, Michel Foucault y Judith Butler. La figura tutelar de estos au­tores es Immanuel Kant, cuyo pensa­miento fue reaticulado [sic] en el siglo xx por Sigmund Freud.

De manera explícita el autor indica que, en el fondo, su interés radica en es­tudiar las relaciones entre los conceptos de crítica e historia, no propiamente un despliegue particular de éstos, un estu­dio de campo o una teoría específica, sino el problema conceptual de esa re­lación y, por ello, elige tres cuerpos teó­ricos bien delimitados para su ensayo.

Para tal fin, Luna enmarca el pro­blema en la idea de crítica postulada por el filósofo prusiano:

la crítica moderno-ilustrada se desarrolló en diversas esferas de la reflexión y la vida pública, así como en distintas vertientes. Su formulación filosófica de mayor alcance y sistematicidad en el siglo xviii fue la que emprendió Kant, quien puso la crítica en práctica como una investigación acerca de los límites y la forma trascendental o constitución a priori de la razón; en otras pala­bras, acerca del sujeto trascen­dental. Kant se dio a la tarea de fundar en dicha forma, primero, las condiciones de posibilidad del conocimiento en general y, en un segundo momento, las de la superación de la heteronomía del sujeto humano —es decir, su condición de tutela o dependen­cia respecto a poderes y jerar­quías no elegidas o validadas por él mismo— y de su constitución como un sujeto autónomo, tan­to en términos epistemológicos como éticos y políticos.1

La idea es correcta, pero acotada en gran parte por la comprensión ro­mántica de la crítica propiciada por el idealismo alemán, que permeó prácti­camente todo el siglo xx. De manera relativa, dicho acotamiento es visible en la obra de Marcuse; como una eli­sión, en el caso de Butler; y marcada en Foucault. No se trata de un error de comprensión de la obra de Kant por parte de los autores y la autora, sino de una especie de enceguecimien­to que produce, como se dibuja en el texto de Andrés Luna, la presencia de Hegel en la idea de crítica del siglo xx. La relativización, la elisión y las paradojas de estos autores se deben, desde mi punto de vista, a que elimi­nan dos cuestiones centrales para la comprensión cabal del discurso críti­co kantiano: la idea del placer como hito de la facultad de la imaginación, que pivotea todo juicio crítico al final, y el descubrimiento de que sobre ese hito se estructura toda una serie de ilusiones trascendentales que no pue­de desmontarse desde un proyecto de crítica moral o, incluso, objetiva. Al contrario, estos filósofos siguen, en parte, una idea de crítica romántica cuyo eje de dramatización es el acápite intitulado “Autonomía y dependencia de la autoconciencia: dominio y ser­vidumbre”, de la Fenomenología del espíritu, escrita por Hegel en 1807. En ese sentido, si bien su marcada inteligencia les impide caer en una crítica moralista o dogmática, no al­canzan a eslabonar sus proyectos con una comprensión cabal de las ilusio­nes trascendentales que guían la vida en el capital, ni detectan la operación profunda y barroca del placer en el mundo actual.

En este contexto, es realmente in­teresante la hipótesis de Luna sobre la necesaria imbricación de la crítica con la historia, porque muestra una vía para tomar distancia diferenciada de los tres autores, pero, a la vez, pone en perspectiva la crítica trascendental y formal del proyecto kantiano; un proyecto central en el debate sobre la crítica en la actualidad.

Vayamos al texto y regresemos a este problema hacia el final. Andrés Luna concluye su investigación seña­lando que, en la actualidad: “la crítica y la historia continúan articulándose de distintas maneras en la necesaria reflexión acerca de las posibilidades, los alcances y los límites de la agencia o autonomía del sujeto humano con respecto a sí mismo y frente al mun­do social e histórico en el que se halla inmerso”.2 Uno de estos puntos de articulación, impulsado por el trabajo de Freud sobre el inconsciente, es el momento en que Butler recurre a He­gel, en específico al famoso pasaje del amo y el esclavo, para, en palabras de Luna, “pensar la formación del sujeto en la servidumbre como un fenómeno simultáneamente psíquico y social”.3 En otras palabras, lo que Butler lo­gra es pensar la sujeción a una serie de normas externas, las estructuras heterónomas, constituidas a través de la psique y el entramado social. Para Andrés Luna hay aquí una continua­ción sofisticada de la tesis de Foucault sobre los biopoderes que realmente sujetan a los seres humanos e impiden sus procesos autonómicos. Con agu­deza, Luna señala que, al partir de esta posición, Foucault plantea una des­realización de la subjetividad —de las sujeciones de poder heterónomas—, en lugar de una autonomía de la sub­jetividad, tal como propusiera Kant.

Ahora, si bien Luna reconoce la im­portancia de Foucault y, sobre todo, de Butler para la crítica contemporánea, en el trasfondo parece estar de acuerdo con Marcuse y, en cierto sentido, con la sombra que se proyecta desde la Teoría crítica. Para el mexicano, el autor de El hombre unidimensional propone dos categorías centrales para el discurso crí­tico: la economía libidinal, productora de una sujeción mercantil, y la desu­blimación represiva que constituye, en cierto sentido, el curso del capital.4

Así, de acuerdo con Marcuse, escribe Luna:

la formación de la psique no se explica propiamente por el ejer­cicio de una fuerza externa sobre un deseo originario, sino como interiorización o elaboración aní­mica del sistema y la dinámica mediante la cual es posible para los individuos satisfacer sus ne­cesidades materiales de preser­vación de la existencia, lo que en las sociedades capitalistas se presenta como la dinámica de adquisición y consumo de obje­tos-mercancías.5

En este sentido, la elaboración de una crítica desde la economía política sobre el comportamiento del deseo permite a Marcuse dar una explicación no mí­tica-ontológica de la socialidad, como en el caso de Freud, ni desplazar esa figura hacia la constitución de biopo­deres o políticas específicas del sistema sexo-genérico. En palabras de Luna: “Sería específicamente la dinámica acelerada de consumo de mercancías característica de la sociedad industrial avanzada la que, en su repetición cíclica y continua, iría interiorizándose aními­camente en los individuos como una determinada formación del deseo”.6

Todo esto le permite detectar en Marcuse una perspectiva de subjetiva­ción histórica más poderosa que la de Butler o Foucault, y apuntar hacia una acción más clara y colectiva frente a los llamados procesos de heteronomía que minan las autonomías del ser humano en la época del capital. No obstante lo anterior, la diferencia entre Foucault, Butler y Marcuse no sería radical, sino simplemente de profundidad. Mien­tras la pensadora norteamericana y el francés señalan que las autonomías sólo se alcanzan en una lucha contex­tual, en el cuidado de sí o en una des­realización de la subjetividad, Marcuse apunta a una posible reconstrucción de esferas sociales allende las pulsiones tanáticas imprimidas por el capital, sin perder de vista el “psiquismo unidi­mensional de los individuos”.7 A final de cuentas, los autores estarían apos­tando a una acción humana racional para superar su dependencia de pode­res externos. Todos serían, en última instancia, hegelianos.

Las conclusiones del libro son par­ticularmente interesantes y sugerentes, si bien Luna reconoce que los proyec­tos de estos autores, en especial los de Butler y Marcuse, se centran en “in­terrumpir esa continuidad, ese circui­to cerrado en que la heteronomía y la enajenación se autorreproducen y así perpetúan, desde la interioridad psíquica de los individuos, una cierta configuración histórica de las relaciones de poder y de dominación”,8 también anota que no hay propiamente, en sus teorías, una historia de la crítica, sino una temporización, donde las tramas culturales se densifican y, parece sugerir, esa trama histórica sólo se proyecta des­de el trabajo de la Teoría crítica, en este caso el de Marcuse. Muchas cuestiones quedan abiertas, por ejemplo: ¿cuál es la diferencia para la idea de crítica entre su historiación y su simple temporiza­ción cultural? ¿qué implicaciones tiene esto para la formación de subjetividades o para la desrealización de éstas?, ¿cuál es la noción de crítica que puede alcan­zarse desde el estudio de los procesos psíquicos, las arqueologías y las genea­logías del poder, y los estudios mercan­tiles de la constitución de la subjetivi­dad? Estos cuestionamientos surgen del libro y muestran tanto el laberinto en el cual se encuentra el discurso crítico en la actualidad, como su pasado, en aque­llos siglos marcadamente europeos: el de la industria del xix y el de las guerras de exterminio del siglo xx.

Nota al margen

No quiero dejar pasar la oportunidad para referirme a lo que considero el acotamiento de la Teoría crítica kan­tiana. Desde mi punto de vista, gran parte del discurso crítico se centra en el famoso pasaje del amo y el esclavo —o el señor y el siervo—, dos entida­des constituidas y acabadas, que nego­cian su criticidad desde el poder y el deseo. Nada más alejado de la idea de Kant sobre la crítica.

En la Crítica del juicio se indica con precisión que la constitución del sujeto es meramente estética, esto es, autónoma, universal, teleológica y necesaria, a la vez que desinteresada, desligada de la moral y aconceptual. Acontece como placer y comunica­ción y tiene como fundamento la imaginación. Este a priori constitutivo y ligado al juicio es esencialmente la crítica. Al momento de tematizarla ya no es crítica, es conocimiento o mo­ral (razón práctica). Por eso, la crítica —y la constitución del sujeto— nun­ca tienen que ver con el deseo, sino con el placer, y con su contracara, el displacer. En ese sentido, cuando se habla de deseo no se está en la esfera de la crítica ni de la subjetividad, sino en un constructo de poder proyectado que deja atrás el principio del placer, esto es, la crítica y el juicio del gusto.

Se dirá que esa idea de la crítica es tan simple, amplia y primaria que sólo asemeja a un fenómeno evanescente. Así es. Por esa razón, Kant lo conec­ta con una ilusión trascendental. El ser humano, al encontrase condenado a una esfera autónoma, la sustituye con una serie de ilusiones trascendentales: la ciencia, la ética y la belleza, pero tras és­tas sigue operando la trascendentalidad sublime del juicio: la crítica. Kant, en efecto, pensó que sobre ella se articulaba un sentido común: el sentido de la vida civil o burguesa, ligado al principio más elevado de la cultura, para él, la lectura y sus estrategias de imaginación crítica. Fue Marx quien dio a entender que ese trascendental no es el juicio crítico de la imaginación sublime; sino el dinero, la gran ilusión del mundo moderno del capital.

La mayoría de las teorías críticas posteriores a Hegel y Marx han trata­do de entender qué nos mantiene en un ámbito heterónomo; olvidan que Kant ya había señalado que el proble­ma es estar condenados a la absoluta autonomía del ser humano. Hasta El capital, Marx trató de comprender la constitución de entidades heteróno­mas de segundo grado: los fetiches del valor y del plusvalor, frente al despla­zamiento determinante de las formas naturales y las formas de la reproduc­ción simple de las entidades no artifi­cializadas por el capital.

En cierto sentido, Marx mostró la insustancialidad plena del capital y el capitalismo, a la vez de su poder destructivo y estructurante de todo lo social. No es paradójico que en sus últimos años Marx volviera los ojos hacia otras heteronomías, que seguían operando en la vida comunitaria y social de muchas poblaciones; tampo­co es que la crítica en el siglo xx se piense en muchos espacios como un ejercicio de dramatización y teatraliza­ción. Parecería que hay otros caminos para el discurso crítico más allá de la autonomía: el de la relación con for­mas heterónomas naturales y el de la representación teatral de segundo grado, propuestas que ven a lo lejos el discurso autonómico del catastrófico siglo xx.

Notas


^ 1.  Luna, Figuras de la crítica, 11.

^ 2.  Luna, Figuras de la crítica, 85.

^ 3.  Luna, Figuras de la crítica, 63.

^ 4.  “Simultáneamente, al restringir o limitar los alcances de la pulsión erótica, se abre espacio en la sociedad para la expresión de lo tanático, de las pulsiones destructivas del sí mismo y de los otros, que, intensificadas, son integradas funcionalmente para la reproducción del orden establecido y de las relaciones sociales cosificadas”. Luna, Figuras de la crítica, 34-35.

^ 5.  Luna, Figuras de la crítica, 79.

^ 6.  Luna, Figuras de la crítica, 79.

^ 7.  “[...] el problema de la formación histórica de la subjetividad se juega en relación con la profun­dización de los fenómenos de la enajenación y la cosificación que Marcuse observa en la sociedad industrial avanzada. Es, nuevamente, respecto de esa posibilidad de que el ser humano reasuma o haga efectiva su condición de sujeto que la Teoría crítica estaría tratando de habilitar o vincularse con una praxis que se exprese como negatividad frente a los órdenes establecidos; posibilidad, no obstante, neutralizada o administrada por la producción sistemática del psiquismo unidimensional de los individuos”. Luna, Figuras de la crítica, 38.

^ 8.  Luna, Figuras de la crítica, 84.

Image

Esta página puede ser reproducida con fines no lucrativos, siempre y cuando no se mutile, se cite la fuente completa y su dirección electrónica. De otra forma requiere permiso previo por escrito de la institución.