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[Publicado en: Revista de la Universidad de México, núm. 144, febrero 2016, pp. 43-45.]

Los jóvenes en la modernidad

Raquel Serur


Un famoso cuento del autor argentino Julio Cortázar, “Casa tomada”, sirve como metáfora a la profesora e investigadora Raquel Serur para reflexionar en torno de la situación actual de los jóvenes en México, una encrucijada en la que la crisis social y política ha derivado en la escasez de oportunidades dignas de educación y de trabajo de cara al futuro.

1. La modernidad como una “casa tomada”

Uno de los cuentos más notables de Julio Cortázar lleva por título “Casa tomada”. La historia que se narra en el cuento es la de dos hermanos que habitan lo que fue la casa familiar y en donde algo inusitado sucede: “algo” —no se sabe qué, pero se sabe y se siente— va tomando partes de la casa y, por lo mismo, los hermanos se resignan a que aquellas partes tomadas se vuelvan intransitables para ellos. Ese “algo” avanza y acecha a los hermanos hasta que los expulsa definitivamente y ellos se ven obligados a salir de la casa. En palabras de Cortázar, el cuento termina así: “Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada”.

¿Por qué traigo a colación este cuento de Cortázar en una sesión de la Fundación UNAM dedicada al bachillerato? ¿Tiene algo que hacer aquí la literatura?

La respuesta es, y no lo es, sencilla. Lo que propone Cortázar, según nuestra lectura, es que el paso de un momento a otro de la historia implica una transubstanciación, un cambio de substancia; implica una discontinuidad. Es decir, Cortázar mira a la Historia no como un continuum sino como una forma de vida que se acaba para dar paso a una “nueva” que avanza y arrincona a la anterior hasta que la expulsa.

Lo nuevo es la amenaza de “algo” que va entrando y metiéndose poco a poco. La pareja de nuestro cuento percibe a este “algo amenazante” como algo con lo que no hay componenda posible, como algo que se va apoderando de lo entrañable de su mundo y frente a lo que no hay resistencia posible, que arrincona, que arrebata lo preciado de la vida.

Si pensamos en el recambio global, a la luz del cuento de Cortázar, este es el de una vida moderna de rasgos civilizados a una regida por el capitalismo salvaje que poco tiene de civilizada. El cuento es pertinente porque muchos de nosotros, si no es que todos, de una u otra manera, sentimos que estamos siendo expulsados de nuestra propia casa. ¿Quiénes de los que estamos aquí, sentimos que el México que estamos viviendo nos es algo entrañable y familiar? Y, ¿qué decir de los jóvenes en esta situación? Jóvenes que, para seguir con la metáfora de Cortázar, ya nacieron con la “casa tomada”.

2. De las utopías a las distopías

Bolívar Echeverría, el filósofo fundador de nuestro Seminario de la Modernidad, se avocó en vida al estudio de la modernidad como proceso civilizatorio. De esto dan cuenta todos sus escritos a los que ahora, en distintos ámbitos de México, América Latina y Europa, se estima que son un instrumento valioso para tratar de entender tanto las distintas fases del capitalismo como su relación con el proceso civilizatorio que llamamos modernidad y que muchos, cuidado, tienden a confundir con modernización.

El pensamiento de Bolívar Echeverría es una pieza clave para entender la crisis en la que está sumido el mundo moderno en todo el orbe y, con matices distintos según el grado de desarrollo del capital, en cada uno de los países. Una idea fundamental de Bolívar Echeverría es que todas las promesas que trajo consigo la modernidad —emancipación, abundancia, libertad, una vida mejor y más digna, etcétera— están hoy prácticamente canceladas. La crisis a la que ha llevado el capitalismo salvaje es una crisis de dimensiones civilizatorias que pone en peligro la supervivencia de muchas especies de plantas y animales e incluso de la vida humana en el planeta. El capitalismo salvaje que domina el orbe no sólo ha cancelado esa utopía que llevaba consigo como promesa la modernidad sino que ha mostrado la dimensión de la crisis como algo catastrófico e irreversible si no se logra hacer un recambio, detener la voraz necesidad del capital de generar riqueza, de valorizar el valor, a costa de lo que sea. A costa de trastornar la vida de todas las sociedades, de volverlas injustas e inequitativas, antidemocráticas y excluyentes, violentas y genocidas.

Por esto, inevitable e irremediablemente, todos los ámbitos de la vida moderna se encuentran en crisis y lo están porque se encuentran insertos en una crisis mayor, planetaria, una crisis civilizatoria que afecta el ámbito de la vida política y civil; que hace fracasar todos los esfuerzos de las instituciones gubernamentales; que afecta la vida religiosa y cultural en todas sus esferas. Una crisis en donde la educación, por supuesto, no queda bien librada. En realidad, la crisis de la educación podríamos decir que es hoy reflejo de este mal mayor.

Todo lo que estoy diciendo en este apartado, estoy plenamente consciente de ello, es algo que no nos gusta oír, y no nos gusta escuchar estas cosas porque nos saca una venda de los ojos que no nos queremos quitar, que resulta cómoda para sobrellevar la vida cotidiana, plena en recursos que la modernización nos proporciona, a una minoría de la población mundial, para hacernos creer que este confort, si sabemos administrar la riqueza, puede ser alcanzable para las mayorías que, en mayor o menor medida, se piensa, ya gozan de ellas. Lo que no queremos percibir son los problemas que conlleva la producción capitalista de bienes en términos tanto ambientales como sociales. El disfrute de lo micro es enceguecedor y no nos permite ver lo catastrófico de lo macro. Las clases medias del orbe tendemos a creer que vivimos en paraísos que, en realidad, no son otra cosa que auténticos infiernos de “felicidad”.

La crisis de la época actual no sólo es algo que se percibe en los sectores de izquierda o por los críticos del capitalismo. La crisis de la época actual se percibe también por la propia dinámica del capital. De tal modo que, para salir avante de sus propias catástrofes, el capitalismo hace una demanda a la educación: le exige que ella se perfeccione. Esta, y no otra, es la razón de que la educación no esté empeñada actualmente en formar a los individuos en el desarrollo de todas sus potencialidades espirituales, cognoscitivas y físicas; sino que la educación está enfocada en generar seres creativos y competitivos que estén a la altura de la crisis actual a fin de perfeccionar e innovar el capital.

3. ¿Jóvenes? ¿Cuáles jóvenes?

En una investigación que publicó hace menos de dos años, Rossana Reguillo1 nos previene del “complejo, doloroso y difícil horizonte para millones de jóvenes que deben lidiar con un sistema que los excluye, los criminaliza y se muestra torpe, autoritario, pero fundamentalmente ciego, sordo y mudo ante lo que significa ser joven en esta sociedad sacudida por recurrentes crisis”. En estos días, luego de la desaparición forzada de los 43 estudiantes de la normal de Ayotzinapa, el panorama se torna aun más complejo. Reguillo decía que el futuro había dejado de ser una palabra significativa para los jóvenes. Hoy, se percibe, volviendo a Cortázar, como un “algo amenazante” que pende sobre ellos.

Nuestros jóvenes en el bachillerato de la UNAM no están ajenos a lo que pasa en la sociedad en su conjunto. Salvo una minoría, ni ellos, ni los de las escuelas privadas, ni los de provincia, piensan que están estudiando para así poder insertarse de mejor manera en la vida social. Saben que su futuro es incierto y en la encrucijada de la adolescencia se sienten incomprendidos por sus mayores, padres y maestros, y buscan en sus pares la necesidad de forjarse un relato de futuro que no encuentran.

Reguillo nos dice y con razón que los jóvenes no constituyen un todo homogéneo. Los clasifica, según su lejanía o mayor cercanía con los procesos de incorporación social, en cinco circuitos no estáticos que sólo enumero y no explico por falta de tiempo:

1. El de los inviables: una juventud precarizada, desafiliada y sin opciones que constituye, por ejemplo, el inerme ejército de migrantes.

2. El de los asimilados: jóvenes que aceptan las condiciones del mercado, sus lógicas y mecanismos, y que aceptan lo que se ha denominado en inglés el 3d job: dirty, dangerous and demeaning: sucio, peligroso y denigrante.

3. El de la paralegalidad: jóvenes que se han decidido por la violencia al ingresar a las filas del narcotráfico y el crimen organizado. Jóvenes que han incorporado en su vocabulario la palabra “sicariar” para dar nombre, sin nombrar, a su trabajo: el de matar.

4. El de los incorporados: jóvenes que gozan aún de garantías sociales y formas de inserción laboral y educativa dignas.

5. El de las zonas de privilegio: jóvenes conectados al mundo, con amplio capital social y cultural.

Algo común a los cinco circuitos de jóvenes es que no encuentran narrativas de futuro que los vinculen en una utopía que pudieran perseguir. Reguillo formula tres nociones que resultan útiles para entender los territorios juveniles signados por la violencia que ejerce sobre ellos el capitalismo salvaje en la modernidad tardía: la precarización subjetiva, el desencanto radical y la desapropiación del yo.

En la era digital, en la que se tiene acceso a innumerables bienes gracias a la modernización en el capitalismo tardío —cine, televisión, juegos de computadora, correo electrónico, celulares, WhatsApp, Facebook, Twitter, Google Plus, YouTube, etcétera—, y en la que estamos más conectados que nunca y al mismo tiempo más distantes los unos de los otros, se vive, en el “mejor de los casos”, un presentismo cínicamente hedonista del que participan los jóvenes que piensan, sienten y tienen la convicción de que la promesa de futuro es algo que este mundo les ha arrebatado. En todos estos medios circulan narrativas y mensajes apocalípticos que, lejos de alimentar una esperanza, muestran que la realidad del capitalismo tardío es desesperanzadora, deprimente, violenta, genocida, falsa, destructiva, falta de valores, cínica, etcétera.

Para ellos, vivir en el capitalismo es “vivir en lo invivible”. Como decía una pinta juvenil cerca del Museo del Chopo: “Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”.

Frente a esta situación, el reto para nosotros, en la Universidad y en la sociedad, no es fácil. ¿Qué hacer frente a una juventud que ha perdido la esperanza, que cree que el re-encantamiento del mundo ya no es posible, que el desamparo es el sino de los tiempos, que desconfía de los adultos y de las instituciones? ¿Qué hacer frente a jóvenes que sienten que ese “algo amenazante” avanza lenta pero inevitablemente y que ha tomado ya su casa, su mundo?

Responder estas preguntas supone necesariamente repensar esta realidad que nos está expulsando, que toma nuestra casa. Quizás hay que pensar la educación de los jóvenes como uno de los caminos privilegiados para retomar nuestra casa, nuestro mundo. Para eso, la educación no puede continuar por el camino que va. Tiene que cambiar: lo que está en disputa no son nuestros jóvenes, sino nuestra realidad. Lo único cierto es que nada podremos sin ellos.

Notas


^ 1.  Rossana Reguillo, “Jóvenes en la encrucijada contemporánea: en busca de un relato de futuro” en Debate Feminista, año 24, volumen 48, octubre de 2013, pp. 137-151.

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