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[Publicado en: Revista de la Universidad de México, núm. 59, enero 2009, pp. 66-71.]

Actualidad de Virginia Woolf

Marta Lamas


En 1928, Virginia Woolf escribe una conferencia sobre Mujeres y literatura, la imparte dos veces en Cambridge,1 y al año siguiente la publica como Una habitación propia (1929). Dos años después, el 21 de enero de 1931, cuatro días antes de cumplir cuarenta y nueve años, pronuncia una conferencia sobre Profesiones para mujeres en el ambiente político de la London and National Society for Women’s Service.2 Si bien Una habitación propia se publica justo un año después de impartida, el proceso de escritura de Tres guineas fue largo y laborioso, y tardó más de siete años en ver la luz. Esto se debió a que en un principio Woolf trató de desarrollar una nueva forma literaria: una novela-ensayo, que se titularía Los Pargiters. En ella pensaba alternar escenas de ficción con capítulos de análisis histórico. Por eso, a los pocos días después de su conferencia, en enero de 1931, Woolf empezó a recortar todas las noticias y referencias sobre doble moral, prácticas sexistas en curso (por ejemplo, el debate de si una mujer podía dirigir una oficina gubernamental o la renuncia de once miembros del comité de una biblioteca cuando se designó a una mujer) y frases machistas (como la de c.e.m. Joad: “Creo que las mujeres no se deberían sentar a la mesa con los hombres”). Reunió así cientos de ejemplos de prejuicios victorianos y contemporáneos, que posteriormente incluiría en su larga sección de notas. Para 1932 comentó que ya tenía “suficiente pólvora para volar St. Paul”. Al fracasar en su proyecto de Los Pargiters, Woolf decidió hacer una novela —Los años— y el largo ensayo político, Tres guineas. En esos dos libros ella vertería sus preocupaciones políticas, feministas y pacifistas, su sentimiento de ira ante las formas brutales de sexismo que veía día a día y, sobre todo, repararía una gran herida personal: su falta de educación formal, universitaria, por su subordinación como mujer, que ella formuló como “la exclusión de las hijas del patriarca Stephen de la educación a que tuvieron acceso sus hermanos”. Pero en vez de lanzar una queja personalizada y victimista, transformó su dolor en un eficaz argumento feminista.3

Separados por casi diez años, estos textos exhiben las pasiones políticas que están sutilmente en sus novelas y son propaganda feminista de alto nivel, inteligente y de una actualidad sorprendente. Sin embargo, al compararlos se nota la radicalización de la escritora: mientras que Una habitación propia es un atractivo relato calculado finamente para convencer a los hombres, en Tres guineas encontramos un cambio de estilo notable, con un rechazo de la seducción a favor de la argumentación fría, y también un claro interés por ofrecer datos duros.

Vale la pena recordar que el feminismo de Virginia Woolf no era de tipo activista. Su participación en la campaña Votes for Women no fue sostenida: pasó unas cuantas semanas rotulando sobres en una oficina de las sufragistas, y asistió a unas pocas reuniones masivas (ella confesó que asistir a un mitin masivo era una pérdida de tiempo). En 1918 se otorga el voto a las inglesas mayores de treinta años, lo cual, sumado a la Segunda Guerra Mundial, debilitó al movimiento sufragista. Woolf se casa en 1912, a los treinta años, y pese a que su militancia feminista fue mínima, el movimiento tiene gran impacto en ella: sigue apasionadamente los debates, registra minuciosamente las expresiones antifeministas, responde públicamente a algunas manifestaciones machistas, escribe combativamente en las páginas de la publicación feminista Woman’s Leader y hace declaraciones feministas cada vez que puede. También, a raíz de la gran huelga de los mineros, la General Strike, en 1925, Virginia Woolf trata de ser más activa políticamente. De 1925 a 1931 participa en la London Artists Association. Su constante rivalidad con su hermana Vanessa, en una relación afectuosa pero muy competitiva, la lleva a reflexionar sobre las mujeres artistas, y las dificultades que enfrentan, y cómo el matrimonio las salva o las estanca.

Lo que influye decisivamente en su politización es la manera en que Virginia Woolf vive y padece las dos guerras mundiales del siglo XX. Aunque la imagen que proyectaba era la de una mujer poco interesada en los asuntos mundanos, elitista, complicada y asocial, una lectura cuidadosa de su obra, sus diarios y su correspondencia nos devuelven a una mujer profundamente conmovida por su entorno, preocupada por la política, con opiniones que defendía y que deseaba transmitir. A pesar de que maldecía la política, no ignoraba lo que ocurría en política. Leía con avidez los periódicos, escuchaba las noticias en la radio, seguía día con día los acontecimientos políticos. Su interpretación del mundo que la rodeaba era aguda y sin contemplaciones.

La Primera Guerra Mundial la radicalizó. Lo dice en Una habitación propia: “la guerra endureció las ideas de las mujeres sobre sus gobernantes masculinos”. La guerra le parecía una ficción absurda, y absolutamente masculina. Junto con sus muy queridos amigos de Bloomsbury estuvo en la vanguardia del movimiento pacifista, defendiendo a los objetores de conciencia, y recibiendo la hostilidad nacional en contra, sobre todo hacia quienes eran objetores por razones políticas más que por razones religiosas. Su marido Leonard, activo socialista, estuvo contra la Primera Guerra Mundial, pero no fue enlistado, pues su famoso temblor en las manos lo incapacitó. Lytton Strachey y Bertrand Russell eran pacifistas notables, y muchos otros desafiaron los tribunales y aceptaron hacer trabajo de apoyo (de oficina y labores agrícolas) y se resistieron a ir al frente.

Durante la Primera Guerra Mundial fue relativamente fácil sostenerse dignamente como pacifista. Pero en la Segunda Guerra Mundial, con el avance del nazismo, a Virginia Woolf le resultó muchísimo más difícil defender su postura, pues ser pacifista adquirió un tinte equívoco y suscitó un amplio rango de respuestas hostiles. En 1935 la postura pacifista es derrotada en el partido Laborista y la Guerra Civil española reduce a minoría a los socialistas que persistieron en ser pacifistas. Así como el debate sobre la guerra dividió a la izquierda, de la misma forma el grupo de Bloomsbury se partió. También el matrimonio Woolf estaba dividido, aunque no hablaban de ello. La amenaza del fascismo hizo que muchos amigos pacifistas modificaran sus ideas, y después de la Guerra Civil española sólo Woolf y Huxley sostuvieron su postura pacifista.

Aunque no asistía regularmente a reuniones feministas o pacifistas, Virginia Woolf participaba políticamente pensando y escribiendo. Sus posiciones infiltraban lo que escribía. De ahí que Carlos Monsiváis acierte cuando dice que el feminismo de Virginia Woolf está muy presente en su literatura. Incorpora en sus novelas El cuarto de Jacob y La Sra. Dalloway posturas y actitudes feministas, pero sin echar discursos. Sus batallas políticas están en sus letras, pero como no cree en las obras de arte “políticamente correctas”, no usa su literatura como panfleto, sólo deja vislumbrar su feminismo y su pacifismo en los diálogos y actitudes de sus personajes, por ejemplo, uno de ellos dice: “¿Dejarías que los alemanes invadan Inglaterra sin hacer nada?”.

Su dilema existencial fue su exclusión como mujer, pero su interés intelectual estaba más bien ubicado en la interrogante de si el arte debería seguir a la política, o si se podía sostener como algo aparte. Su aversión a cualquier distinción nutrió su fama de antisocial. La invitaron a ser parte de la delegación británica del Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura, organizado por Malraux, y no aceptó. Se negó a ser parte del pen Club, aunque asistió a la invitación de Vigilance, la organización francesa antifascista, de crear algo similar, a lo que Leonard pondría el nombre de For Intellectual Liberty. Por razones de salud renunció a la Sociedad Internacional de Escritores. Sin embargo, en diciembre de 1936 escribe “Why Art Today Follows Politics”, para el Daily Worker, a petición de la Artists’ International Association, una alianza plural de artistas comunistas, socialistas y liberales contra el fascismo y la guerra.

Pero ella tenía su vocación de escritora y al ominoso ambiente proguerra se sumaron las preocupaciones por su novela The Years, que le resultó tan difícil y doloroso escribir. Surgida también de la famosa conferencia sobre Profesiones para mujeres que dio pie a Tres guineas, Virginia Woolf hace en Los años, de manera sutil, una denuncia radical de outsider a una sociedad masculinista, patriarcal, imperialista, clasista y guerrera. Su reflexión antipanfletaria en literatura la llevó a una ruptura formalista: no hay un héroe, no hay una trama climática, no hay resolución ni certezas. Hay apertura, varias voces, dudas, un sentir colectivo. Y sin sermonear ni llenar a sus personajes de opiniones políticas, las narradoras de The Years, Eleanor y Sara, diagnostican sutilmente los vínculos machistas entre la educación, el gobierno y la guerra que Woolf denunciará acremente en Tres guineas.

Pero su antibelicismo se concreta con fuerza en el largo ensayo Tres guineas. De 1931 que lo concibe a 1938 que se publica, Virginia Woolf compartió con Leonard y con los amigos de Bloomsbury una sensación de desvalimiento creciente que desembocó en una ira contenida. Además, durante la escritura de ese libro ocurrió la muerte del hijo mayor de su hermana, con el que tenía una relación muy cercana. Seducido por la causa de la república española, Julian se sumó a la unidad médica británica que, del lado republicano, ayudó a transportar a los heridos en el campo de batalla a dos hospitales montados en El Escorial. Un trozo de metralla se le clavó en el pecho y murió después de una agonía de seis horas. Aunque ella no menciona a su sobrino en Tres guineas, le desesperó que el joven al que más quería hubiera perdido la vida de manera tan deplorable. Luego reconoció privadamente que “siempre pensaba en Julian” al escribir sobre la guerra.

También ése es el periodo de su estrecha amistad con Ethel Smyth, feminista combativa, promotora del sufragio y defensora del derecho a amar a su propio sexo, era también una famosa compositora de música y directora de orquesta.4 En 1910, mientras Virginia Woolf rotulaba sobres para enviar panfletos feministas, Ethel Smyth tiraba piedras a las casas de los ministros junto con Emmeline Pankhurst. A Smyth la encarcelan celda con celda con Pankhurst en la prisión de Holloway, y ahí Smyth compuso la Marcha de las mujeres, una especie de himno de batalla del movimiento sufragista. En 1930 Smyth era ya una excéntrica figura pública, que conducía un programa de radio para la bbc titulado Point of View. Había leído Una habitación propia, admiraba a Virginia Woolf y la invitó para entrevistarla. Cuando la conoció personalmente ¡se enamoró de ella! El primer año de su cortejo culminó con la presentación juntas en la London and National Society for Women’s Service, en la conferencia sobre Profesiones para mujeres. Una reseña del evento, publicada en Woman’s Leader, las compara señalando que a sus setenta y dos años Smyth era más juvenil en su vivacidad mientras que Virginia Woolf “estaba con nosotras, pero no era una de nosotras; sus ojos estaban en las estrellas”.

Durante los primeros meses de su relación Virginia Woolf se dedicó a oír las historias maravillosas de Smyth, cuya energía belicosa era legendaria. Llena de oratoria sufragista, Ethel soltaba sus diatribas contra lo que ella llama alternativamente “el círculo vicioso”, “los gángsters”, “el club” o “la máquina”: o sea, los universitarios, ricos, mecenas, cabezas y jefes de los Colleges, de las editoriales y de los comités. La influencia de Ethel se nota en el tono más abrasivo y más feroz de Tres guineas.

Woolf se refería a Tres guineas como “mi panfleto contra la guerra”, y aprovecha esa reflexión para mostrar cómo los varones tratan cotidianamente a las mujeres y para alegar que intentar enfrentar un mal con otro mayor era una locura. Con un título que no se entiende hasta que se empieza a leer, Tres guineas es un libro menos seductor, más feministamente militante, y tal vez por eso menos leído, que Una habitación propia. El texto está dividido en tres partes, cada una correspondiente a la guinea, una moneda inglesa, equivalente a veintiún chelines, hoy en desuso, excepto en las carreras de caballos, donde se sigue utilizando por razones de tradición. Estas Tres guineas que piensa donar la destinataria, una “hija de un hombre educado”, ante la solicitud de un hombre culto que le pide apoyo para evitar la guerra. En cada una Virginia Woolf analiza la discriminación de las mujeres a partir de la falta de oportunidades educativas, de los obstáculos en las profesiones y de su ausencia en los lugares de toma de decisión, y de manera irónica culpa a los hombres de la guerra.

En las notas a pie de página de Tres guineas Woolf reúne la increíble información que ha estado juntando a lo largo de siete años, y decide poner todas las notas al final, y no a pie de página, para que los lectores pudieran solazarse. Ella declara: “Me tomé el trabajo de buscar todos estos datos como nunca lo había hecho antes en mi vida. Quería mostrar una situación muy compleja de la manera más sencilla posible”. La cantidad de referencias e información que incluye en esas notas es espectacular, pero mucho más lo es el rango de temas que discute: cuestiones relacionadas con la antropología, la educación, la crítica literaria, la psicología, la historia, la medicina, el arte, los clásicos, la teología, todos tratados con rigor y fundamento. Pero lo más impresionante es ver la manera en que ella mezcla cuestiones que aparentemente no tienen mucho que ver, o que son superficiales, para mostrar la profundidad de su pensamiento. Por ejemplo, la forma en que exhibe con minuciosidad la existencia de lo que hoy se llama techo de cristal (el obstáculo invisible que impide a las mujeres que trabajan llegar a los puestos más altos) a partir de revisar la lista de los salarios de los funcionarios públicos.

Woolf siempre manifestó su rechazo a la autoridad política masculina, a la cháchara de los políticos, a los nombres inscritos en el British Museum, a las estatuas de mármol, señalando lo ridícula que resultaba dicha megalomanía. Esta actitud la desarrolla con un despiadado rigor en Tres guineas, donde pone en evidencia los lados abominables y ridículos de la masculinidad: desde el infantilismo de la sociedad patriarcal, con su exclusión educativa y laboral de las mujeres, hasta una irónica crítica de las ceremonias masculinas, en especial, de los atuendos fastuosos y absurdos: las capas de armiño y las pelucas postizas de los jueces, los trajes púrpuras de seda y los crucifijos enjoyados de los obispos, los uniformes con charreteras y bandas de los militares. Las críticas negativas en contra de Tres guineas fueron principalmente por su brutal crítica a la religión, en concreto, al cristianismo, al cual caracteriza como un agente de la represión, y por la manera en que rechazaba la glorificación del militarismo, y se burlaba de los trajes guerreros y eclesiásticos.

La postura de Virginia Wolf ante la guerra fue más compleja que el mero horror a la muerte que manifiestan muchas personas pacifistas. Lo central de Tres guineas es la puesta en evidencia del fascismo de todos los días. Woolf retoma el discurso de que había que defender a la civilización de la barbarie del fascismo y, parada al margen, como outsider, ofrece una visión crítica de la sociedad inglesa, donde las clases educadas resultan perpetradoras y aceptadoras de la barbarie cotidiana. Vincular las actitudes patriarcales cotidianas al horror del nazismo de Hitler fue un acto temerario, que en parte explica el porqué del rechazo generalizado a esta obra.

La mayoría de sus amigos se avergonzó de Tres guineas: Leonard lo consideraba su peor libro, Keynes lo calificó de tonto y a Vita Sack-Ville West no le gustó. Hay que recordar que ni Russell ni Huxley fueron ridiculizados por su pacifismo, sino considerados utópicos. En cambio Woolf fue atacada por su antibelicismo y la recepción de su libro fue horrible: pocos hombres lo comentaron, y la prensa se fue por el lado amarillista de cuestionar la ferocidad con que criticaba los ropajes de los curas y los militares. Y aunque Tres guineas molestó e irritó a muchos lectores hombres, tuvo, en cambio, muchas entusiastas lectoras femeninas, desde las directoras de escuelas para jovencitas hasta las escritoras y sufragistas del momento, como Emmeline Pethick Lawrence y Ethel Smyth.

Sin embargo, no fue pura audacia sino precisamente una lectura cuidadosa de su época lo que llevó a Virginia Woolf a encontrar que Hitler también estaba en Inglaterra, y a eso lo llamó el “hitlerismo inconsciente”. La reflexión que proponía era poco digerible en ese momento. Lo novedoso de su método, y lo visionario y vanguardista de su postura política llevaron a que se despreciara o se malentendiera su posición. Paradójicamente, fue acusada de escribir cuestiones irrelevantes e inútiles sobre las mujeres cuando había que enfrentar la amenaza del fascismo. Ella misma reconoció que si dijera lo que realmente pensaba recibiría mucha hostilidad. ¿Qué era eso que pensaba? En sus cartas y diarios es muy explícita sobre sus sentimientos sobre la guerra:

Es un despliegue idiota, superficial y violento, y odioso, y estúpido, e innoble, y malo. Diría que me aburren totalmente los libros de guerra, que detesto el punto de vista masculino, que me aburre su heroísmo, su virtud y su honor. Que lo mejor que pueden hacer los hombres es no hablar de ellos más.

Obviamente, estas opiniones se conocieron después de su suicidio, pues nada de todo esto era publicado.

Tres guineas no es un panfleto feminista típico, no convoca a juntarse para hacer la revolución, sino que insta a hacerla permaneciendo al margen: como outsiders. La conciencia de exclusión la lleva a proponer una sociedad de outsiders, de las de afuera (en la traducción argentina en Sudamericana), de las extrañas (en la traducción española de Lumen) y hoy se diría: de las marginadas. En Tres guineas Woolf plantea preguntas irónicas de forma retórica, y entra luego a responder con ejemplos e imágenes sugerentes. Su estrategia de denuncia fue riesgosa, y la expuso no sólo a las burlas previsibles sino también a duras críticas: que era autorreferente, pues no hablaba de las mujeres de otras clases sociales; que no reconocía la belicosidad femenina; que no enfrentaba el dilema concreto de cómo reeducar a la sociedad si acababa siendo invadida por los alemanes. El rechazo que generó Tres guineas tenía que ver con que tocaba un punto doloroso que nadie quería aceptar: el fascismo cotidiano. Por eso todavía hoy la lectura de Tres guineas sigue siendo tan lacerante.

En su denuncia radical de outsider en una sociedad masculinista, patriarcal, imperialista, clasista y guerrera hay momentos donde no hay una clara distinción entre hechos y pensamientos, entre datos y metáforas. Sus propuestas radicales, como la de que las amas de casa y las madres deberían recibir un salario, se mezclan con llamados a bailar como brujas frente a la hoguera. Pero además de ser un texto subversivo, donde Virginia Woolf establece comparaciones irritantes y escandalosas, como la que hace entre San Pablo y Hitler, Tres guineas también es una sólida y documentada investigación sobre la discriminación femenina en Inglaterra.

Su actitud con el feminismo fue también muy crítica, sobre todo de las posturas mujeristas. Ella estaba por ganarse la vida, escapar a la doble moral, tener igualdad de oportunidades y de trato. Pero la lucha contra el patriarcado era algo que no sólo competía a las mujeres, sino también a los hombres, que se beneficiarían de ello. En la mayor parte del texto se maneja con una comprensión del género como la construcción social de atributos femeninos y masculinos, sin embargo, en momentos resbala a posiciones esencialistas sobre la masculinidad, por ejemplo, cuando habla del comportamiento primitivo y retrógrado de Hitler y de Mussolini, que ella relaciona con características masculinas ancestrales y primarias como el anhelo de guerra.

Ante el ominoso panorama bélico Virginia Woolf proponía un proceso de reeducación y nuevas leyes relativas a una cooperación social y económica que pudieran transformar la sociedad, muy distinto de “llora o unirse contra la guerra”, la alternativa expresada en el título que le pusieron a la reseña sobre Tres guineas, publicada en el Atlantic Monthly en 1938. Lo más polémico fue su alegato antinacionalista, que ejemplifica la forma como Virginia Woolf comprendía la actividad política de las mujeres como outsiders: su argumento que sobre las mujeres no pueden ser patriotas en un país que las discrimina y excluye: “As a woman, I have no country. As a woman I want no country. As a woman my country is the whole world” (2006:129).

Han pasado setenta años de la publicación de Tres guineas. ¿Qué vigencia tiene hoy esta reflexión? Además de ser una sólida crítica de la relación entre la cultura y la política, sobrecoge lo radical y lo actual de su visión de que el fascismo está a la vuelta de la esquina. Es totalmente lúcido su señalamiento de cómo los regímenes fascistas tienden a marcar las divisiones entre los sexos y de cómo el desarrollo del fascismo está alimentado por el machismo de todos los días. Pero tal vez lo más importante, y lo que más nos cuestiona, es que en Tres guineas Virginia Woolf no sólo establece una analogía entre la tiranía del estado patriarcal y la tiranía del estado fascista, sino, sobre todo, argumenta que no hay tiranía sin complicidad. Esto conduce a revisar el vínculo entre guerra y masculinidad a la luz de la complicidad de muchas mujeres en la promoción de los sentimientos nacionalistas y bélicos. Ni todas las mujeres son pacifistas, ni todos los hombres belicistas.

Al igual que Virginia Woolf en su tiempo, hoy tenemos necesidad de expresar nuestro profundo desacuerdo político contra la guerra, en todas sus expresiones. Ella lo hizo mediante burlas, con su apoyo a la objeción de conciencia, con su pacifismo, pero también de formas más sutiles, como su rechazo a las celebraciones, sus protestas contra la censura, su desprecio por las actitudes pomposas y alentando discusiones sobre la civilización y la barbarie. Woolf siempre insistió en las causas domésticas y educativas de la guerra y, en la actualidad, habría que volver a la carga y subrayar lo crucial que resulta alentar una educación para la paz.

Setenta años después de aparecido Tres guineas el panorama que pinta Woolf ha cambiado en algo esencial: el acceso de las mujeres a la educación superior. Ya son mayoría los países en que en la educación terciaria y universitaria se aprecia una brecha inversa de género, con mayor presencia y permanencia de las mujeres en el sistema educativo. Sin embargo, los mayores niveles de educación de las mujeres no eliminan desigualdades ni en el mercado del trabajo ni en el ámbito doméstico.

El mundo contempla horrorizado el estallido de conflictos étnicos, religiosos y nacionalistas y ve inquieto el surgimiento de nuevos movimientos arraigados en identidades sexuales. Muchas personas interpretan esta explosión de las diferencias como si se tratara simplemente de un mal momento, un retraso temporal que nos desvía del camino que necesariamente debe conducir a la universalización de la democracia, y creen que a la larga la racionalidad volverá a imponer paz y orden. Pero como el signo del futuro parece ser la multiplicación de las diferencias y el surgimiento de nuevos antagonismos, más que engañarnos con la posibilidad de eliminar definitivamente la diversidad, habría que encontrar cómo aceptarla sin que eso conduzca a fragmentaciones y enfrentamientos. Tal vez valdría la pena poner en circulación, reformulándola, la emocionante frase internacionalista de Virginia Woolf: “Como ser humano, no tengo país. Como ser humano no quiero país; como ser humano, el mundo entero es mi país”.

 

* Virginia Woolf (1938), Three guineas, Harcourt Books, Florida, 2006.

Hermione Lee (1996), Virginia Woolf, Vintage Books, New York, 1999

 

Notas


^ 1.  En Newnham College el 20 de octubre y en Girton el 26 de octubre.

^ 2.  En términos prácticos, la conferencia consolidó su relación con esta institución feminista, a la que se integró formalmente en noviembre de 1932 y se comprometió a apoyar, tratando de vender el manuscrito de Una habitación propia para donarles el dinero.

^ 3.  Esto fue durante los años de 1907 a 1910, entre sus veinticinco y veintiocho años. Y usaría esa escasa experiencia en su novela Night and Day, donde recrea la oficina sufragista y un mundo de comités y agendas políticas. Veinte años separan Night and Day de Tres guineas, y la sátira a las sufragistas que hace en la novela se transforma en este ensayo en una sátira a las antisufragistas.

^ 4.  Ethel Smyth estudió con Brahms, Grieg y Tchaikowsky en el Conservatorio de Leipzig, cuando las academias de música mantenían cerradas sus puertas a las mujeres y produjo óperas, varias piezas corales y vocales, música instrumental y de cámara. En su etapa más productiva, entre los años 1894 y 1925, compuso y escribió seis óperas. Su música, intensa y ajena al decoro victoriano, fue considerada por algunos críticos como “carente de la feminidad que se esperaría de una compositora”. George Bernard Shaw le escribió: “tu música me curó para siempre de la vieja ilusión de que las mujeres no podían realizar lo que los hombres en el arte”. Sir Thomas Beecham y Bruno Walter dirigieron obras suyas y Mahler se interesó en producir su ópera Wreckers. En reconocimiento a su talento fue distinguida en 1910 con un Doctorado Honorario de Música de la Universidad de Durham, en 1926 fue honrada con el mismo título por la Universidad de Oxford e igualmente en 1930 por la Universidad de Manchester. También la Reina le otorgó la Orden del Imperio Británico como Gran Dama por “los más altos logros alcanzados alguna vez por una mujer”.

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