La historia mítica del pueblo y La Cuarta Transformación

[Publicado en: Memoria, miércoles 2 de abril de 2025.]

La historia mítica del pueblo y La Cuarta Transformación

Carlos Oliva Mendoza


I

El próximo primero de diciembre de 2024 se cumplen seis años del arribo al poder del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA). ¿Cuál será su futuro, cuál su política ideológica, cuál su pragmática real, cuál intenta ser su filosofía y cuál será su destino, inexorablemente unido al del país? Aureliano Ortega Esquivel es de los contados filósofos que ha empezado a trabajar el tema desde fuera del propio movimiento. Otros y otras filósofas lo han hecho desde dentro, evidentemente más preocupados por las acciones y combates cotidianos que por articular un discurso teórico, cosa que, en no pocas ocasiones, han dejado a cargo y hubo reclamado su propio exdirigente, Andrés Manuel López Obrador. Empecemos pues, antes de hablar sobre las ideas de Ortega Esquivel, por recuperar las propuestas más generales de este partido político mexicano. Dice a la letra el Proyecto de Nación 2024-2030 de MORENA, fechado el 12 de febrero de 2024, en la Ciudad de México:

Nuestro objetivo es renovar de manera radical la forma de hacer política en el país, buscando que ésta sea para todas y todos, una política de abajo, que regrese la soberanía al pueblo, a las y los subalternos. Queremos una política de la dignidad. El Humanismo Mexicano debe implicar la lucha por la emancipación humana en contra del clasismo, el racismo, el machismo, el imperialismo y el colonialismo.1

Seis años atrás, el Proyecto Alternativo de Nación 2018-2024, presentado ante el Instituto Nacional Electoral, señalaba como sus seis puntos guía los siguientes: 1. Legalidad y lucha contra la corrupción. 2. Combate a la pobreza. 3. Recuperación de la paz. 4. Viabilidad financiera. 5. Equidad de género. 6. Desarrollo sostenible.2 En una perspectiva general, y mundial, esos objetivos están en proceso de cumplirse. Sólo el problema del desarrollo sustentable es muy complicado que, en una economía capitalista poderosa, espacialmente hegemónica y articulada a las políticas del capital mundial, logre estabilizarse. El otro punto donde México no parece encontrar salida es el de la llamada pacificación, pero es posible que estos seis años den paso a una política absoluta del Estado, vía procesos de militarización como los que hemos visto en las economías capitalistas imperiales, para regular el crimen dentro de un perímetro de capitalismo que todavía se considera estable –pienso esencialmente en el modelo japonés y en algunas franjas de Europa, y cada vez menos en Norteamérica. En este contexto, no es casual que el crimen organizado, como todo capitalismo empresarial desplazado, pero también como aliado clave del capitalismo de hacienda mexicano, reaccione con gran furia y destreza en el momento en que sus intereses apuntan a un desplazamiento realmente orgánico y estructural de capitales.

Así, esto permite al partido en el gobierno y a sus estructuras de poder acentuar las tintas en sus documentos programáticos y decir que buscan una renovación radical de la política, de carácter popular y soberana –atada al poder subalterno y fincada en la libertad, que en la política se traduce como el principio estructural de la dignidad–. Incluso, como ha sido costumbre en la retórica mexicana, ya han generado un principio ideológico de carácter religioso, “el humanismo mexicano”, vieja añoranza del humanismo hispanista de curas y prelados, la gran mayoría de ellos, paternales y que, ha decir de López Obrador, es terencista: nada de lo humano es ajeno al proyecto mexicano de transformación, quizá especialmente sus relaciones con un proyecto moral-religioso, que presupone vigente, y el poder del capital, que presupone infranqueable.

El asunto, dada la fuerza de la llamada Cuarta Transformación, como la ha bautizado el exdirigente nato, y su concreción en el partido MORENA, es de una relevancia toral para el futuro de este país. Así que, poco a poco, se empiezan a desarrollar estudios profundos de lo que está sucediendo en la vida mexicana y este nuevo partido que cuenta con un amplísimo respaldo popular, como lo evidenció el apabullante triunfo de Claudia Sheinbaum Pardo, el pasado 2 de junio de este año.3

Pero para los fines de este trabajo, recordemos simplemente el discurso del 2022, cuando en su discurso por la celebración de cuatro años de transformación, el expresidente López Obrador da a conocer 110 “acciones y logros” de su gobierno y acota los objetivos de su mandato –atención especial a los pueblos indígenas; acabar con la corrupción y los privilegios; libertad y democracia para el pueblo; justicia basada en las necesidades sociales; disminución de la pobreza; crear condiciones para la felicidad, la justicia, la igualdad y la libertad; generar programas sociales para la población desfavorecida; y recuperar el papel rector del Estado en la economía– y ahí mismo define lo que es el humanismo mexicano:

La política es, entre otras cosas, pensamiento y acción; y aun cuando lo fundamental son los hechos, no deja de importar cómo definir, en el terreno teórico, el modelo de gobierno que estamos aplicando. Mi propuesta sería llamarle humanismo mexicano, porque sí tenemos que buscar un distintivo, humanismo mexicano, no solo por la frase atribuida al literato romano Publio Terencio, de que nada humano nos es ajeno, sino porque, nutriéndose de ideas universales, lo esencial de nuestro proyecto proviene de nuestra grandeza cultural milenaria y de nuestra excepcional y fecunda historia política.4

Así, pues, se trata del famoso humanismo total y autorreferencial de Terencio: homo sum, humani nihil a me alienum puto (hombre soy, nada de lo humano me es ajeno). Esa frase del romano, poco se ha destacado, implica un perímetro de autocrítica importante, pues deja ver que hay otros universos que sí pueden serle ajenos al ser humano y que sus funciones se despliegan, pero también se acotan, dentro de un proyecto humanista. No es casual que esa frase fuera tan apreciada por Karl Marx, ni tampoco que José Revueltas, en un momento de lucidez genial, la ironizara: nada de lo inútil me es ajeno (nihil inutile a me alienum puto).

En ese mismo discurso, además, López Obrador ajusta su saga nacional, formada a partir de la reivindicación de la idea del pueblo, y sus principales émulos. Acota pues ese relato, desentendiéndose en parte de su inercia religiosa y moral, a un universo laico y material que también es crucial para el proyecto del grupo gobernante. En primer lugar, aparece, Miguel Hidalgo y Costilla, quien dijo que “el pueblo que quiere ser libre, lo será”, y Francisco I. Madero, a quien cita textualmente: “México estaba gobernado por una tiranía que ha pretendido [sostenía] justificarse a sí misma con el beneficio de la paz y de la prosperidad material; pero esa paz no descansa en el derecho, sino en la fuerza, y esa prosperidad solo beneficia a una minoría, no al pueblo ni a la nación”. En este mismo tenor, rememora a Lázaro Cárdenas, pero termina con dos referencias poderosas, una a Flores Magón, “Sólo el pueblo puede salvar al pueblo”, y otra más de la figura más importante en la historia mexicana para López Obrador, Benito Juárez: “Con el pueblo, todo; sin el pueblo, nada”. En ese contexto, su síntesis no tiene la misma potencia retórica, pero se erigió como el enunciado público más importante de todo su sexenio: “Por el bien de todos, primero los pobres”. Y quizá ése es su pueblo: el pueblo pobre y marginado sistemáticamente por las oligarquías nacionales de la blanquitud. Un lugar tendencial, como define Engels el realismo político, que puede operar como eje real de la acción política.

II

El marxista Aureliano Ortega parece congeniar con esta postura pragmática y realista de carácter engelsiana. Él ha señalado con mucha precisión que la tónica de la Cuarta Transformación “es, en primer término, su carácter programático, y, en segundo, el hecho de que la instrumentalización y realización de sus propuestas sólo es posible a través del aparato del Estado.”5 En ese sentido, la pragmática del movimiento en el poder implica para Ortega por lo menos tres líneas de acción: a) “el rescate y la reconstrucción de la planta productiva del país”; b) “la reivindicación integral de los derechos sociales y culturales de las mayorías

y la reconstrucción de las instituciones estatales…”; c) “el combate a la corrupción en todas y cada una de sus formas y manisfestaciones.”6 Todos estos elementos constituyen un programa de capitalismo liberal con un correctivo poderoso de carácter estatal y una vigilancia permanente del gobierno de Estado. En un futuro, según la lógica propia del capitalismo, se pensará que México podrá aflojar el papel rector del Estado para dejar que, como se presupone que sucede en los países desarrollados, sea el propio mercado el que regule gran parte de la socialidad; y que, como también sucede en esas utópicas latitudes, el Estado siempre mantenga una posible posición de intervención y, fatalmente, participación de ese mercado. Una hipótesis que ante la situación de las democracias capitalistas liberales es, por decir lo menos, incierta.

En este contexto, Aureliano Ortega se suma a la historia patria y enfatiza la reconstrucción de la historia oficial de México. Dice al respecto:

Es un hecho, en el que coinciden casi todos, que la Cuarta, en cuanto idea, se nutre ostensible y extensivamente del pasado histórico de México, el que organiza a partir del trazo de tres momentos previos a sí misma: la lucha por la Independencia, la Reforma liberal-juarista y la Revolución: gestas heroicas que forjaron patria. Aquí no hay nada nuevo, y, probablemente en su condición de idea, la Cuarta no necesita nada más para afirmarse como “transformación”; pero, además, como continuación y relevo de las transformaciones anteriores.7

Lo central, de ese relevo, es que Ortega, al igual que López Obrador, y al parecer Claudia Sheinbaum, hace descansar esa esperanza en la existencia, ahora moral, del pueblo pobre, y seguramente en un futuro ilustrado, del pueblo sabio. Dice Ortega: “Por atender el dogmático

curso del relato patriótico institucionalizado se han perdido para nuestra historia real –y para su comprensión– los hilos de ese profundo drama bélico, político y cultural en el que se dibujaron por primera vez los rasgos definitivos de nuestra identidad nacional.”8 Esos rasgos, para Ortega, estarían simbolizados, como para Obrador, en la figura de Benito Juárez. En una “acción transformadora” que extrae su significado y fuerza profunda del “determinante concurso de las masas” y que se plasma en lo que llama “la legalidad republicana”. Esto es, la legalidad de las cosas públicas y del bien común que, en efecto, se encarna en el pueblo pobre y eventualmente en el pueblo sabio.

III

Todo pues parece encajar y, además, haber sido contundentemente validado en la elección del verano de 2024, cuando Sheinbaum y el Movimiento de Regeneración Nacional y sus partidos aliados derrotaron y mostraron la presencia del llamado pueblo mexicano en las urnas. Ese pueblo que autores como Jaime Ortega han indicado que configura esencialmente un nacionalismo plebeyo.9

Mis dudas al respecto son exógenas al mismo proceso romántico, tanto de los y las políticas morenistas, como de algunas y algunos pensadores que abrazan la causa. Frente a ellos y ellas me pregunto lo siguiente: ¿su lectura no sigue respondiendo a un esquema nacional-estatal destrozado después de la Segunda Guerra Mundial? La Guerra Fría, me parece, fue entre muchas cosas el pacto de no agresión total de dos grandes bloques, que ahora se rompe a pasos agigantados. Un pacto que no constituyó una política de identidades nacionales, identidades y comunidades realmente materiales, sino el paso franco, junto con el neoliberalismo, de identidades mercantiles plenas que se basan en la ritualización y búsqueda del plusvalor en la economía y la figuración en la socialidad. ¿No siguen pensando que las elecciones representan una voluntad popular de carácter esencial, que está imbricada con toda esa serie de categorías románticas: conciencia y razón histórica, bien común, conformación de lo social, dialéctica histórica de amos y esclavos? Categorías que tienen desarrollos en la obra del joven Marx y que se traducen, aunque la Cuarta Transformación está muy lejos de asumir esas categorías, en buscar procesos de desenajenación, operar sistemáticamente por la abolición del dinero como eje de lo social, performar en muchas esferas reales y de representación, incluso auspiciar más allá de la retórica racial, una lucha de clases que se materialice en la repartición más justa de la riqueza capitalista.

Este movimiento retórico, que se auto constituye como un parteaguas total en la historia mexicana, me parece, los lleva a negar una historia material y real donde una inmensa cantidad de hombres y mujeres concretaron, generalmente por vías democráticas, aunque no exentas de hechos armados y revolucionarios, transformaciones radicales que nunca pudieron generar un cambio de régimen, que, en efecto, no operaron como triunfos del pueblo –porque tengo la impresión que el pueblo es una simbolización que sólo se logra desde el poder– pero que sí constituyeron a una población radicalmente democrática que oscila entre formaciones liberales, socialistas y comunistas profundas. Me refiero concretamente al cardenismo postrevolucionario; los movimientos alrededor del 68 –movimientos campesinos, guerrilleros, laborales y estudiantiles, que implicaron la compleja deconstrucción de las identidades nacionales en los 70–; la constitución de una sociedad civil solidaria y de izquierda en 1985, que concretó el triunfo de una propuesta liberal-nacionalista en 1988, la de Cuahtémoc Cárdenas; y, por supuesto, los movimientos indígenas y feministas que tienen sus manifestaciones más radicales en el surgimiento del EZLN y la gran cantidad de movimientos contra el feminicidio sistemático desatado a finales del siglo XX mexicano. Todo eso está presente ya en el siglo XX y gran parte de esa conciencia social forma parte ahora del gobierno, incluso ahí, se puede decir, se criban Obrador y Sheinbaum; y esto ejemplifica la potencia de esos movimientos que no necesariamente deben ser pensados como la voluntad y conciencia del pueblo de México, sino como una voluntad y conciencia de izquierda, una voluntad que no debería desdibujarse y estancarse en categorías morales, religiosas o pragmáticas. Porque el problema de fondo con la categoría de pueblo es que, por su increíble abstracción, tiene que reificarse en el discurso y las prácticas sociales. Es una categoría claramente retórica, de combate político, que si no se abandona, dentro de las democracias capitalistas, suele fundamentarse desde discursos político-religiosos, creo que en buena medida fue el caso de Obrador; o político-morales, que parece ser el caso de Sheinbaum. Uno y otro caso abre la posibilidad de que cualquier otra impronta religiosa o moral llegue al poder, es lo que sucede en el núcleo de los nuevos supremacismos raciales y fascistas de la blanquitud, que encarnan proyectos como el de Trump, Milei, Boris Johnson o Bolsonaro.

Una y otra vez, Obrador demostró que, en buena medida, había un canal retórico político, y que la realidad se configuraba, realmente, desde un proyecto pragmático de capitalismo liberal que tenía como parte de sus objetivos centrales redistribuir la riqueza y eliminar –o acortar al final del día– a una oligarquía absolutamente corrupta que estaba amenazando el propio desarrollo capitalista de México –un país que geopolíticamente debería de estar inercialmente en otro punto del despliegue capitalista mundial– al grado de estar desarrollando en muchos niveles un crimen organizado endógeno y configurar en varias esferas un narco-estado.

IV

Quisiera terminar con una serie de ideas prognósticas e hipotéticas. Parece claro que el discurso del gobierno está cambiado a una narrativa menos épica, de carácter religiosa y moral, hacia un discurso mucho más pragmático, pero con altos giros morales. Es patente la importancia que se otorga a materializar las transformaciones económicas, especialmente en beneficio de las clases pobres, y garantizar un sistema de justicia que opere dentro de un mínimo parámetro de decencia, lo que sería fundamental para disminuir los altos índices delictivos, regresar a las cifras de seguridad que México tuvo hace 25 años –que el neoliberalismo hizo estallar– y desarticular a los proyectos capitalistas de crimen organizado franco (porque, en ultima instancia, el capitalismo siempre es crimen organizado). Ahora, ¿eso garantiza la permanencia en el poder del grupo gobernante? Es incierto. Las clases sociales, grupos humanos y nuevas identidades ni siquiera responden ya a determinantes económicas y vitales dentro del esquema del capital. Si de veras existe un pueblo,

seguramente es una inmensa población mundial que no debe esperar mucho de un mundo capitalista, y que no queda claro que pueda configurarse, más que pragmáticamente, como un pueblo nacional, sea estadounidense, mexicano, japonés, argentino, keniano. Los discursos nacionalistas parecen estar absolutamente comprometidos con esquemas autoritarios estatales y con un decurso tecnológico denso que despliegue el capitalismo. En ese sentido, la Cuarta Transformación enfrenta una paradoja compleja, debe mantener un discurso retórico romántico, enfocarse en las formas materiales y, a la vez, calcular una y otra vez sus capacidades frente al capitalismo local y mundial. Y, sin embargo, nada de esto garantiza su futuro. De hecho, nunca una causa moral, democrática y material ha garantizado un proyecto de bienestar por encima del capitalismo y su decurso de acumulación de riquezas, desde que éste se instauró como régimen de modernización hace ya muchos siglos.

Una salida real implicaría pensar en desarrollar políticas realmente anticapitalistas, pero eso pasa, necesariamente, por pensar en esquemas postnacionales y post-estatales. Es muy complicado que un grupo en el poder lo pueda si quiera imaginar.

En este contexto, me pregunto pues si Aureliano Ortega, y su idea de pueblo, de masas, de republicanismo, pueden posibilitar la constitución de un palimpsesto postestatal y postnacional. O si su idea de pueblo nos ata a una historia nacional en la que el decurso del capital es y será el decurso de nuestras vidas.

Notas


^ 1.  Convención Nacional Morenista (2024). Proyecto de Nación 2024 – 2030. Por la radicalización de la Cuarta Trasformación desde las bases, p. 3. (Consultado el 15 de septiembre de 2024).

^ 2.  MORENA, (2018). Proyecto Alternativo de Nación 2018 – 2024. Plataforma Electoral y Programa de Gobierno (Consultado el 15 de septiembre de 2024).

^ 3.  Para un estudio inicial del proceso de la Cuarta Transformación, quisiera mencionar, más allá de la monumental información secularizada en redes, periódicos, revistas de opinión y otros formatos evanescentes, el trabajo de la revista Argumentos, que en 2019 produce un Dossier bajo el título de “El triunfo de AMLO, la cuestión del Estado y las luchas populares” (Ávalos, 2019) y en 2022 otro más, intitulado “Procesos de comunicación en la Cuarta Transformación” (Esteinou y Mc Phail Fanger, 2022).

^ 4.  López Obrador, Andrés Manuel (2022). Discurso del presidente Andrés Manuel López Obrador en la Celebración por 4 Años de Transformación. En lopezobrador.org.mx, s/p. (Consultado el 15 de septiembre de 2024).

^ 5.  Ortega Esquivel, Aureliano, “Pensar la Cuarta Transformación de México (Pequeña perspectiva de esclarecimiento)”, en Guillermo Hurtado y José Alfredo Torres (Coordinadores) Ensayos filosóficos sobre la Cuarta Transformación de México. México: Editorial Torres Asociados, 2021, pp. 104-105.

^ 6.  Ibidem, p. 105.

^ 7.  Ibidem, p. 102.

^ 8.  Ibidem, p. 117.

^ 9.  Ortega Reyna indica, entre otras cosas, que habría que “señalar aquí que la aspiración poscapitalista, tal como la configura Oliva, resulta crucial pues muestra simpatías con las versiones autonomistas que, efectivamente, eluden decidida y militantemente las formas nacionales. El trayecto nacional- popular tiene su fundamento en la convergencia de las aspiraciones marxistas y socialistas con las de la liberación nacional (o nacionalismo revolucionario en otra jerga conceptual). En cambio, la apuesta barroca poscapitalista anotaría su intencionalidad en la perspectiva que da la vuelta a la configuración estatal. Desde la primera, el Estado, determinado por lo popular, podría contribuir a la contención y erosión de la forma valor; desde la segunda, esto es simple y sencillamente imposible o bien, irrelevante. (2023). “Reinvenciones marxistas latinoamericanas: de lo barroco a lo nacional- popular”. Política Y Cultura, (60), p. 57. Es preciso Ortega Reyna cuando anota que una propuesta barroca postcapitalista implica una crítica permanente a la configuración nacional y al aparato estatal, pero se equivoca en la segunda parte de su comentario. Por un lado, la forma valor depende de manera toral de la forma nacional y estatal. El capitalismo exacerba sus dinámicas de plusvalorización, a través de dinámicas de despojo y explotación de diferentes grados, a partir del establecimiento mundial de lo nacional y de la incuestionable estructuración del poder estatal. Esa “contención” o “erosión” sólo puede constituirse desde el despojo a las poblaciones de otras naciones y en la radicalización, en el interior de la nación, de las formas mercantiles de valor, que apuntalan precisamente la forma valor. En ese sentido, el núcleo de una apuesta postcapitalista está en descentrar la forma mercantil y eso implica, necesariamente, enfrentar las configuraciones de valor en el capitalismo. No es pues irrelevante y, tampoco, como señala de forma pragmática Jaime Ortega, imposible.

Image

Esta página puede ser reproducida con fines no lucrativos, siempre y cuando no se mutile, se cite la fuente completa y su dirección electrónica. De otra forma requiere permiso previo por escrito de la institución.