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[Reseña de: Sigmund Freud, El malestar en la cultura, trad. de Alfredo Brotons Muñoz, Madrid, Akal, (1930) 2020.]

 

El corazón desgarrado de la cultura 

 

Óscar Franco

 


En este torbellino de elementos en disputa

que es la vida era necesario amarrar el alma

a la vida humana igual que los marineros

en mitad de una tormenta se atan al mástil

o a la amurada del barco. La naturaleza se vale

de ciertas ilusiones que son como sus lazos

y correas […] Rara vez y con lentitud cae

la máscara y se le permite al pupilo

percatarse de que todo es una misma cosa. (1)

 


Con su reflexión sobre el desencanto que acompaña a la cultura como una sombra al objeto iluminado, Sigmund Freud trazó un boceto fecundo para un abanico de obras que poseen una característica común, entre otras: la «crítica de la modernidad». Tanto El proceso de la civilización (1939) de Norbert Elias como la Dialéctica de la Ilustración (1944/1947) de Theodor W. Adorno y Max Horkheimer espigaron a su manera las líneas fundamentales de El malestar en la cultura (1930). Dada esta recepción, resulta legítimo preguntar si es posible hallar en Freud el germen de esa crítica.

Freud concibió esta obra en el tiempo intermedio de las guerras mundiales europeas, la estética de la violencia (2) —expresada en arte, manifiestos y propaganda— e inmediatamente antes del auge del nazismo. A pesar de que El malestar en la culturano contiene una teoría de la modernidad, comprende los elementos que servirán para el análisis de su presente histórico. (3) Entretanto, su ámbito es el problema general del sentido de la cultura en la vida del ser humano.

Ya en el estudio de La fantasía de la individualidad (2012), Almudena Hernando señaló que el fundador del psicoanálisis, desde el evolucionismo, interpretó la relación entre la vida individual y el proceso cultural como una analogía. (4) Freud se anticipó al decir que el «proceso cultural de la especie humana es […] una abstracción de orden superior al de la evolución del individuo». (5) Este distanciamiento advierte la formación del mundo interno del yo, en su desgajamiento del mundo externo, hasta los diversos métodos ideados para contrarrestar el sufrimiento. Una serie de fenómenos que no tendrían sentido sin «la supervivencia de lo originario junto a lo posterior» —la conservación de lo primigenio en la psique, aun si nuevas condiciones no restablecen la memoria de lo antiguo—. (6) 

De acuerdo con Freud, lo que sea la cultura se caracteriza por cómo modifica el sustrato instintivo de la psique. (7) Su función evolutiva hunde raíces en la expansión del impulso erótico y la necesidad de subsistencia. Es por eso que recurrió al análisis genético para describir los hechos constitutivos de la familia primitiva, el trabajo colectivo y los lazos libidinales de «meta inhibida». Pero el paso de la psique a la cultura tiene una implicación negativa: la constante represión de los instintos. (8) A cambio de ciertas seguridades, la cultura embrida los instintos y frena sus destinos. En el fondo son bien conocidos los costos anímicos —traumas y neurosis—, pero también se abre el telón a la sublimación. Junto a ésta, la risa entra en escena para nuestro auxilio, como para Lichtenberg cuando escribió que «ha desaparecido la ley del puño […], con excepción de la libertad que cada quien tiene de hacer un puño en el bolsillo». (9)

Un cambio en las condiciones de la evolución cultural de occidente derivó en una fase en la que la autoridad externa trasplantó su presencia al interior del individuo, en la forma de un superyó provisto de tabúes, leyes e ideales. Cuando el castigo del acto se tornó la censura de la intención, la culpa afloró para replegar al yo en su conciencia. Funciona como una barrera anímica que antepone la convivencia al riesgo del conflicto, con el efecto adverso de frustrar la agresividad. (10) Desde entonces «el hombre domesticado es reducido a no salir del límite de su realidad» (11), sin mencionar las posibles transgresiones en una comunidad o que un grupo ejerce a otro.

Hasta la publicación de este ensayo, la cultura figuró como el bastión espiritual de la avanzada tecnológica y la identidad étnica —como Kulturvolk—. Los representantes franceses de la Civilisation —humana y moderna— hicieron lo propio en oposición a la barbarie —animal y belicosa— que identificaban con la Kultur alemana. (12) Para Freud ninguna de esas designaciones era más cierta que el hecho de que los europeos en su tendencia al odio son igualmente bárbaros. (13)  Su clave sobre la función negativa de la cultura o la civilización significó una inflexión histórica. Al evitar «el prejuicio según el cual cultura es sinónimo de perfeccionamiento» (14), Freud restableció la naturaleza viva como el proceso fundamental del alma humana.

Por esa razón el deseo de «recrear el mundo» es un espejismo. En el ejemplo del comunismo soviético, el deseo de redención del «mal» se arraiga en una concepción del ser humano que reduce la conflictividad a la propiedad privada. (15) Afín es «el caso en que una cantidad mayor de seres humanos emprenden en común […] procurarse un seguro de felicidad y de protección contra el sufrimiento mediante la transformación delirante de la realidad efectiva». (16) En su empeño, el ser humano moderno no se contenta con violentar la naturaleza exterior sin destruir —consigo en el proceso— la disputa de las fuerzas vitales en su interior. Todo lo opuesto es el reconocimiento de su problemática radicalidad.

La ambivalencia entre los instintos del egoísmo y el altruismo se descubre entonces como «sentido de la evolución cultural». Se trata de la guerra atávica entre el amor y la muerte: «por eso la evolución cultural cabe definirla brevemente como la lucha por la vida de la especie humana». (17) Pero aún falta determinar cómo se relacionan los procesos vitales del individuo y la especie. El problema del sentimiento de culpabilidad es ejemplar por cuanto refleja que el desarrollo ontogenético del individuo replica la evolución filogenética de la especie. La vida cultural hace a los individuos conscientes del pasado y debe su existencia al amor y la culpa que los une, aunque también está expuesta a la querella que los separa. (18)

La virtud de El malestar en la cultura se aprecia en su análisis de la cultura a través del prisma de la estructura psíquica; (19) pero en un nivel más profundo, en la descripción de sus relaciones con la naturaleza palpitante. En lo sucesivo, la aportación de Freud para la comprensión de la cultura recae en el develamiento de su carácter represivo en la formación de la conciencia, además de la autodestrucción velada por la civilización. Cuanto mencioné en esta reseña debería situar el ensayo de Freud como un desciframiento vigente del secreto del corazón humano.

 

Bibliografía

Collingwood, R. G., El arte y la imaginación, trad. de Ricardo Miguel Alonso, Madrid, Casimiro, 2019 [1924].

Emerson, Ralph Waldo, Sociedad y soledad, ed. y trad. de Raúl Narbón y Javier Alcoriza, La Rioja, Pepitas de calabaza, 2019 [1870].

Freud, Sigmund, El malestar en la cultura, trad. de Alfredo Brotons Muñoz, Madrid, Akal, 2020 [1930].

Hernando, Almudena, La fantasía de la individualidad. Sobre la construcción sociohistórica del sujeto moderno, Buenos Aires, Katz, 2012.

Michelstaedter, Carlo, La persuasión y la retórica, trad. de Rossella Bergamaschi y Antonio Castilla, México, Sexto Piso, 2014 [1910].

Lichtenberg, Georg Christoph, Aforismos, trad. de Juan Villoro, México, Fondo de Cultura Económica, 2015.

Pardo, Carmen, En el silencio de la cultura, México, Sexto Piso / Universidad Autónoma de Aguascalientes, 2015.

Referencias

Referencias
1  Ralph Waldo Emerson, Sociedad y soledad, ed. y trad. de Raúl Narbón y Javier Alcoriza, La Rioja, Pepitas de calabaza, 2019 [1870], p. 137.
2  Carmen Pardo, En el silencio de la cultura, México, Sexto Piso / Universidad Autónoma de Aguascalientes, 2015, p. 26.
3  Sigmund Freud, El malestar en la cultura, trad. de Alfredo Brotons Muñoz, Madrid, Akal, 2020 [1930], p. 68-70 y 106.
4  Almudena Hernando, La fantasía de la individualidad. Sobre la construcción sociohistórica del sujeto moderno, Buenos Aires, Katz, 2012, p. 21. Para apreciar mejor la recepción de Freud en este tópico, véase la nota 5 y la p. 22.
5  Sigmund Freud, op. cit., p. 99.
6  Ibid., p. 11-15.
7  Ibid., p. 47. Modificaciones adoptadas por el ser humano como la postura erguida, la devaluación de los estímulos olfativos como repugnantes y la instauración de la higiene o la limpieza, dan muestra de la causalidad del medio circundante sobre los instintos. Vid. nota 30, p. 49 y 50.
8  En uniformidad con la edición revisada para esta reseña, tomé la palabra «instinto» de Alfredo Brotons Muñoz en su traducción del alemán Trieb, que podría traducirse como «pulsión». Específicamente los conceptos de pulsión e instinto no son intercambiables: aunque comparten el dualismo entre la reproducción y la destrucción, las pulsiones se refieren a la ontogénesis de la vida animal y los instintos a la filogénesis o codificación genética de esa misma vitalidad.
9  Georg Christoph Lichtenberg, Aforismos, trad. de Juan Villoro, México, Fondo de Cultura Económica, 2015, p. 259.
10  Sigmund Freud, op. cit., p. 96.
11  Carlo Michelstaedter, La persuasión y la retórica, trad. de Rossella Bergamaschi y Antonio Castilla, México, Sexto Piso, 2014 [1910], p. 160.
12  Carmen Pardo, op. cit., p. 25.
13  Ibid., p. 61, nota 3.
14  Sigmund Freud, op. cit., p. 46.
15  Ibid., p. 66. Freud aclara que la propiedad privada es, como el poder de la explotación, un medio entre otros para la hostilidad.
16  Ibid., p. 27 y 28.
17  Ibid., p. 77.
18  Ibid., p. 90.
19  Es obra del psicoanálisis la constatación de estructuras implícitas en la experiencia y en los sueños, de acuerdo con la sucinta valoración del historiador inglés R. G. Collingwood. Vid., R. G. Collingwood, El arte y la imaginación, trad. de Ricardo Miguel Alonso, Madrid, Casimiro, 2019 [1924], p. 59.
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