[Reseña de: Koselleck, Reinhart, Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, trad. de Norberto Smilg, Barcelona, Paidós, (1979) 1993, 368 p.]
Temporalidad, historia y modernidad
La propuesta desde la historia conceptual de Reinhart Koselleck
Karina Romero Minutti
Reinhart Koselleck fue un historiador alemán del siglo XX, reconocido principalmente por su contribución al campo de la historia conceptual. Su formación abreva de una tradición intelectual alemana especialmente próxima a la fenomenología hermenéutica heideggeriana y, a su vez, de los campos de la historia social, la historia política y del pensamiento, la semántica histórica, el derecho público, la teoría sociológica, la antropología y la ciencia política. Sus trabajos se centran particularmente en el análisis del significado de lo que considera conceptos clave para comprender la modernidad, bajo el supuesto de que dichos conceptos se vinculan con unidades políticas y sociales de acción determinadas por un ritmo temporal propio en contextos específicos. A modo de justificación de la pertinencia del estudio de la historicidad de estos conceptos, Koselleck hace una reflexión sobre la relación entre la historia conceptual y la historia social, concluyendo que ambas son necesarias para la reconstrucción de los acontecimientos históricos, pues “los conceptos, que abarcan estados de cosas pasados, contextos y procesos, se convierten para el historiador social que los usa en el curso del conocimiento, en categorías formales que se ponen como condiciones de la historia posible” [p. 123-124].
El interés de Koselleck por desarrollar un análisis del tiempo histórico a partir de sus observaciones sobre la modernidad se va esclareciendo a lo largo de Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos (1979), obra compuesta por un conjunto de ensayos independientes escritos a lo largo de veinte años. Mientras que el objetivo central de la obra es ofrecer una respuesta tentativa a la pregunta general qué es el tiempo histórico desde un enfoque conceptual, hay otra inquietud subyacente en todos los artículos –desarrollada posteriormente con mayor profundidad en Los estratos del tiempo (2000)– expresada en la siguiente pregunta: ¿de qué manera las dimensiones temporales de pasado y futuro se remiten unas a otras en cada momento presente? Así, la hipótesis que guía toda la obra es que “en la determinación de la diferencia entre pasado y futuro o, dicho antropológicamente, entre experiencia y expectativa se puede concebir algo así como el «tiempo histórico»” [p. 15]. Con base en esta premisa, Koselleck fundamenta su planteamiento aludiendo constantemente a dos categorías metahistóricas que remiten a la temporalidad del ser humano y que condicionan las historias posibles en tanto que, al indicar modos de ser desiguales, producen una tensión a partir de la cual se puede deducir el tiempo histórico: el espacio de experiencia, como un pasado presente cuyos acontecimientos han sido incorporados y pueden ser recordados, y el horizonte de expectativa, como el futuro hecho presente que apunta a un todavía-no, a lo no experimentado. Estas categorías le permitirán años más tarde desarrollar su teoría de la historia o Histórica, con la que busca esclarecer por qué acontecen historias, cómo pueden cumplimentarse y, asimismo, cómo y por qué se las debe estudiar, representar o narrar.
Partiendo de sus observaciones sobre la relación entre la modernidad y la experiencia de un tiempo propio y siempre nuevo, Koselleck se enfoca en el concepto colectivo de historia y en conceptos complementarios como revolución, azar, destino, progreso y desarrollo, particularmente en el ámbito lingüístico alemán. Así, en los distintos ensayos de Futuro pasado aborda aspectos importantes del concepto moderno de historia, comenzando por una explicación sobre su surgimiento a lo largo del siglo XVIII. Para Koselleck, las trasformaciones de este concepto sólo son comprensibles atendiendo a un cambio en la concepción del tiempo y, específicamente, en la idea de futuro, pues durante este siglo ocurre un tránsito del concepto tradicional y cristiano de futuro –fundado en la salvación y la profecía– hacia uno basado en una racionalidad pronosticable que, en la década que va de 1789 a 1799, con la introducción de la idea de progreso, da finalmente lugar al nuevo concepto moderno de futuro. Éste rompe con los anteriores en tanto va más allá del espacio de tiempo y la experiencia natural tradicional y pronosticable, adquiriendo como características principales una separación violenta con respecto al pasado, la aceleración con la que viene al encuentro con el presente y, a su vez, su carácter abierto y desconocido.
Gracias al concepto de “historia en y para sí”, el ámbito de la experiencia en la modernidad es investigado por Koselleck en algunos de sus aspectos característicos: la interdependencia de los acontecimientos, la intersubjetividad de los cursos de acción, la convergencia de Historie e historia (discurso histórico y el devenir) y el tránsito de una historia universal, entendida como suma de partes, a una historia del mundo pensada como sistema unitario. A su vez, bajo la influencia de la poética y la filosofía idealista, el nuevo concepto comienza a rechazar las condiciones del azar bajo el supuesto de que el conocimiento histórico debe entenderse como unidad inmanente de sentido y sustentarse en los conceptos de acontecimiento y estructura como mecanismos temporales particulares de análisis para la disciplina histórica concebida como ciencia.
Otro aspecto importante resaltado por Koselleck es que la experiencia y, particularmente, la expectativa moderna, hicieron posible que se pensara a la historia como algo disponible para los seres humanos, poniendo el acento en una idea de factibilidad que, con el surgimiento de la teoría del conocimiento, logró introducir nuevamente el reconocimiento de la ficción dentro del relato histórico, buscando su estetización. De manera simultánea, la idea de verdad histórica premoderna –representada con metáforas que apuntaban a una verdad desnuda, franca, unívoca, transmisible e imparcial– fue perdiendo fuerza una vez que se comenzó a trasladar el acento a la idea de verosimilitud como forma propia de la verdad histórica, vinculada con la toma de posición y la relativización del punto de vista objetivo por parte del historiador.
Por último, resulta particularmente interesante el análisis que Koselleck ofrece del propio concepto de modernidad o de “tiempo moderno”, referido en la historiografía desde el siglo XVIII, cuya singularidad radica en que sirve para cualificar sólo el tiempo, sin dar información sobre el contenido histórico del mismo más que como un periodo diferenciable de la Antigüedad y la Edad Media. Desde entonces, toda la historia adquirió su propia estructura temporal y las verdades históricas se convirtieron en verdades reflexivas a partir de su temporalización. El progreso y la conciencia histórica temporalizaron alternativamente todas las historias en la unicidad del proceso de la historia universal, lo que finalmente derivó en un alejamiento claro entre la experiencia precedente (pasado) y la expectativa de lo venidero (futuro), mientras que el presente fue experimentado como un tiempo de ruptura y transición en el que siempre acontece algo nuevo.
Si bien Futuro pasado no otorga una respuesta definitiva a la pregunta qué es el tiempo histórico, sí ofrece una visión alternativa para pensarlo como un concepto temporalizable en sí mismo que, como parte fundamental de la experiencia humana, da lugar a las historias posibles. Asimismo, al tratar el problema de la relación entre modernidad y temporalidad a través de ciertos conceptos que considera relevantes en términos de la caracterización de ese nuevo tiempo o tiempo moderno, proporciona algunas herramientas para reflexionar sobre las continuidades y los cambios que han experimentado las concepciones del tiempo en las sociedades contemporáneas, donde se pueden apreciar nuevamente importantes trasformaciones en la relación entre el espacio de experiencia y el horizonte de expectativas.