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[Publicado en: Diacronías, año 8, núm. 14, diciembre de 2015, pp. 9-20.]

 

Una aproximación a Foucault: la historia crítica del pensamiento o historia de las problematizaciones

 

Andrés Luna Jiménez

 


I.

El 25 de junio de 2014 se cumplieron tres décadas de la prematura muerte de Michel Foucault. Su obra, ineludiblemente polémica, ha atravesado desde entonces por un complejo proceso de recepción crítica y reflexiva, de discusión y re-lectura. La dinámica de este proceso ha sido en ocasiones promovida por la publicación póstuma de escritos, recopilaciones, entrevistas, traducciones, etc., que han ido introduciendo sesgos y matices en el corpus bibliográfico de un autor ya de por sí movedizo, quizá inaprehensible.1 Así sucede actualmente con la publicación de las transcripciones de los cursos que Foucault impartió en el Collége de France entre 1970 y 1984, que apenas han terminado de editarse. Estos volúmenes alimentan la discusión contemporánea sobre los aportes de Foucault y han renovado la problematización de ciertos temas fundamentales en los trabajos de sus últimos años, como el problema del poder decantado en las nociones del gobierno de sí y de los otros. Sin embargo, si bien son las perspectivas de re-lectura de la obra foucaultiana tardía las que han atraído mayor atención, no son las únicas que se han abierto. Algunos breves escritos y entrevistas de datan ya de los años ochenta posibilitan interesantes aproximaciones a aquel Foucault interesado en la conformación histórica de ciertos saberes y disciplinas científicas, así como en sus respectivas prácticas discursivas y efectos de poder. En este ensayo exploramos brevemente una aproximación más cercana a ésta última, intentando esbozar lo que puede entenderse en los trabajos de Foucault como una perspectiva de historización del saber y el pensamiento.

Primero, es importante aclarar que, en rigor, el conjunto de las investigaciones de Foucault, vistas en su dimensión historiográfica, no admiten una caracterización que postule algún tipo de coherencia general o unidad teórico-metodológica; quizá ni siquiera en la división clásica que suele plantear su obra en etapas (arqueológica y genealógica). Resulta más pertinente si se busca caracterizar los trabajos de Foucault en su sentido historiográfico, partir de su oposición programática frente a las corrientes de la investigación histórica que tradicionalmente se hubiesen ocupado de los temas que atrajeron su interés. Podría decirse que su aparato conceptual y su método, sujetos siempre a las transformaciones exigidas por cada problema investigado, se configuran a partir del rechazo a los postulados, principalmente, de la historia de las ideas y la historia de las mentalidades. Sin embargo, hacia el final de su vida Foucault ensayaría una breve caracterización retrospectiva del conjunto de su obra que, más allá de la ausencia de unidad o sistematicidad teórica que la define, traza un marco de referencia general dentro del cual pueden ubicarse todos sus trabajos, y que denomina “historia de las problematizaciones” o “historia crítica del pensamiento”.2 El dominio que plantea para una historia de este tipo quedará entonces definido, en lo fundamental, a partir del conjunto de divergencias y críticas que Foucault sostiene frente a aquellas corrientes historiográficas y su manera de concebir el pensamiento, su historicidad y su relación con las acciones humanas. En este ensayo tomamos ese escrito como referencia para hacer un breve esbozo de en qué consiste esa propuesta de historización crítica del pensamiento y de los saberes en la obra de Foucault.

Tal vez debido a la imposibilidad de librarse de la asignación de filiaciones genealógicas, tratándose de un diccionario de filósofos, Foucault comienza por admitir que su obra se inscribe en la tradición iniciada por Kant. Así sienta de entrada los parámetros dentro de los cuales ha de comprenderse ese carácter crítico de su historia. Sin embargo, si bien la suya será efectivamente una investigación sobre las condiciones de posibilidad del pensar, Foucault se distanciará de manera significativa de la perspectiva propiamente kantiana en algunos aspectos fundamentales, particularmente en lo relativo a la historicidad del pensamiento. Por el lado de la historiografía, para Foucault, tampoco la historia de las ideas planteada como análisis de los sistemas de representación, ni la historia de las mentalidades como análisis de las actitudes y esquemas de comportamiento, constituyen maneras pertinentes de aprehender el pensamiento en su historicidad. Él llevará a cabo un estudio del mismo en tanto que problematización; entiende por ello la libertad que se manifiesta en el distanciamiento entre un determinado sujeto y un comportamiento o una práctica, mediante el cual estos quedan constituidos como un determinado objeto: quedan planteados como un problema específico. En otras palabras, Foucault conduce una investigación histórica del pensamiento en la cual éste es entendido como “el acto que plantea, en sus diversas relaciones posibles, un sujeto y un objeto”3; la problematización consiste, pues, en una determinada manera de establecerse o producirse una relación entre ambos.

No se trata, sin embargo, de una propuesta en la que el pensamiento figura como fundamento de sí mismo, es decir, como origen y criterio último de inteligibilidad de sus propias manifestaciones. La problematización, que Foucault opone a este tipo de concepciones, acontece siempre en función de un horizonte históricamente constituido de posibilidades de producir relaciones sujeto-objeto; un horizonte conformado, en mayor o menor medida, por procesos de orden social, económico o político que prefiguran una serie de modalidades concretas de subjetivación-objetivación. Esto no significa, sin embargo, que el pensamiento sea para Foucault simplemente una traducción o manifestación de estos procesos; no es la expresión directa ni necesaria de las condiciones históricas dentro de las que tiene lugar. En el mundo histórico se lo observa tensando, deformando, resquebrajando las modalidades de relación sujeto-objeto prefiguradas en cada contexto. El pensamiento, que –cabe insistir– Foucault entiende como libertad, interviene en la historia de forma creativa, original y específica, pero siempre sobre determinadas bases y con respecto a las posibilidades históricamente constituidas de problematización. De ahí que este autor considere que, si bien el pensamiento no es la simple manifestación de las condiciones históricas dentro de las cuales existe, no todo puede ser dicho o pensado en todo tiempo.

La historia crítica del pensamiento que trabaja Foucault, entendida como historia de las problematizaciones, se plantea como la investigación sobre las condiciones históricas que hacen simultáneamente posibles, en su polimorfismo y sus contradicciones, a las diversas formas, todas ellas originales y específicas, de subjetivación y objetivación que encontramos en una época y respecto de un dominio determinado de cosas. En otras palabras, se plantea como el estudio de la conformación histórica de ese “suelo” común que sirve de base a la multiplicidad de problematizaciones singulares que se generan respecto de un campo de objetos. Ahora bien, los trabajos de Foucault se inscriben dentro de este programa general como investigaciones y análisis históricos de la conformación y las transformaciones de las relaciones sujeto-objeto en tanto son constitutivas de ciertos saberes particulares. Definirá el programa para un estudio de este tipo como:

“…determinar lo que debe ser el sujeto, a qué condición está sometido, qué estatuto debe tener, qué posición ha de ocupar en lo real o en lo imaginario, para llegar a ser sujeto legítimo de conocimiento; en pocas palabras se trata de determinar su modo de “subjetivación” […]. Pero, al mismo tiempo, la cuestión es también determinar en qué condiciones algo puede llegar a ser objeto para un conocimiento posible, cómo ha podido ser problematizado como objeto que hay que conocer, a qué procedimiento de recorte ha podido ser sometido y qué parte de él se ha considerado pertinente. Se trata, pues, de determinar su modo de objetivación…”4

Para Foucault, las formas de subjetivación y objetivación no siguen pautas similares en los diferentes campos del conocimiento, como podría plantearse desde la concepción kantiana, en la que el sujeto es la figura central y es entendido como una forma trascendental, una constitución a priori, universal y necesaria. Foucault considera que sujetos y objetos no se comprenden en su conformación histórica independientemente unos de otros sino siempre en su interrelación particular, en su constitución mutua como modalidades de problematización. Concibe los saberes como aperturas de campos de experiencia en los que sujetos y objetos se constituyen unos en relación con otros bajo condiciones determinadas, mismas que configuran a su vez las posibilidades en función de las cuales tendrán lugar las transformaciones históricas de las interrelaciones sujeto-objeto. Al modificarse éstas, van a su vez transformándose los saberes en tanto campos de experiencia y de producción de conocimiento sobre la misma.

Es bien conocido que a Foucault le interesa particularmente cómo lo anterior sucede en función de lo que llama los “juegos de verdad”: las reglas y principios a partir de los cuales, en un momento histórico y en un dominio determinado de objetos, se dictamina la verdad o falsedad de los enunciados que pretenden dar cuenta de ellos. Cabe recordar que Foucault se suma a una serie de autores que rompe con las nociones de verdad entendidas como adecuación o correspondencia de los enunciados con los objetos, o bien, como demostración de los enunciados a partir de principios lógico-formales; así como con la idea de que la verdad y la objetividad puedan ser postuladas por referencia a instancias trascendentales o intemporales. De manera que, para Foucault, la historización de los saberes no puede plantearse como el descubrimiento de las continuidades que han llevado a un cuerpo imperfecto de conocimientos a completarse o perfeccionarse progresivamente. Se plantea, por el contrario, como el análisis de la emergencia histórica de esos juegos de verdad, de los principios según los cuales se pueden articular, en un momento dado, enunciados susceptibles de ser considerados verdaderos o falsos. Con respecto a lo anterior,  Foucault le interesa averiguar:

“…cuáles han sido las condiciones de esta emergencia, el precio que, en alguna medida, ésta ha pagado, sus efectos en lo real y el modo en que, ligando cierto tipo de objeto a determinadas modalidades del sujeto, dicha emergencia ha constituido, para un tiempo, para un área y para individuos dados, el a priori histórico de una experiencia posible.”5

Foucault recupera la noción de a priori histórico, antes empleada por Husserl, para plantear que, si bien existen condiciones dadas a partir de las cuáles puede tener lugar toda experiencia sobre la que se pretenda construir conocimiento, éstas no son trascendentales sino que dependen de las modalidades de subjetivación-objetivación que históricamente han configurado los diferentes dominios del saber en tanto campos de experiencia. Así, a su manera, Foucault hace eco de sus maestros Bachelard y Canguilhem, quienes también rechazaban la historización del pensamiento científico que concibe su devenir como una continuidad progresiva fundada en un sujeto trascendental u otros principios de inteligibilidad trans-históricos. Planteaban, en cambio, que la producción de conocimiento científico está condicionada, en su nivel epistemológico, por factores de carácter histórico, y que su historia no había de entenderse en términos de continuidades sino a partir de sus cortes, obstáculos y rupturas.

Dentro de este marco general de comprensión de la historicidad del saber, las investigaciones de Foucault se definen a partir de su interés específico en aquellos saberes en donde es el sujeto, en cuanto tal, lo que se plantea como objeto de estudio. Atraen especialmente su atención los saberes que en determinado momento tienen un estatuto más incierto y un armazón epistemológico más endeble: allí donde los juegos de verdad, dadas sus condiciones históricas de emergencia, están en mayor medida atravesadas por aspectos de orden extra-cognitivo, es decir, por lo social, lo económico o lo político, y más estrechamente vinculadas con prácticas que responden directamente a estos órdenes. De ahí el interés de Foucault en la conformación histórica de los saberes, de las formas de problematización, en torno a la locura, la enfermedad, la trasgresión o la sexualidad. Se trata de ámbitos trans-históricos o trans-culturales, podría decirse, respecto de los cuáles se conforman en cada época y lugar diferentes juegos de verdad que los constituyen como campos singulares de problematización; ámbitos y juegos que dan lugar a sujetos y objetos no sólo de conocimiento, sino que son también de carácter moral, político, ético, sexual, etcétera. En suma, se trata de las subjetivaciones y objetivaciones que conforman las relaciones en las que los individuos actúan de determinadas maneras frente a los otros y frente a sí mismos. Foucault investigará estos ámbitos de problematización analizando cómo es que llegaron a constituirse como tales y buscando delinear ese a priori histórico que estaría a la base, haciendo simultáneamente posibles, a las múltiples respuestas singulares que en determinado momento buscan registrar, dar cuenta de y hacer frente al conjunto de problemas que en cada caso constituyen la locura, la sexualidad, la enfermedad o la trasgresión de las normas sociales.

Ahora bien, la conducción de estas investigaciones pasa por una cierta forma de entender y analizar el discurso; término que Foucault emplea, metodológicamente, como herramienta teorética que le permite aislar o agrupar, con mayor o menor grado de generalidad y usando diversos criterios, conjuntos de enunciados que se refieren a un mismo campo de objetos. El discurso constituye un elemento fundamental en la propuesta foucaultiana de historización en la medida en que da cuenta de la actividad histórico-concreta del pensamiento. Es la forma que adoptan los modos de problematización: es la manera como los observamos históricamente, operando en el mundo social de maneras concretas. El discurso es, además, objeto del interés de Foucault en tanto vehículo del pensamiento posible; en tanto contiene todo el potencial problematizador que el pensamiento puede (o no) ejercer en un tiempo y espacio determinados.

Foucault reconoce en esa potencia del discurso la posibilidad de ser creativa o destructora, obediente o trasgresora; la encuentra multiforme, contradictoria. Su propuesta implica por lo tanto una crítica a aquellas concepciones que consideran que el pensamiento es susceptible de ser estudiado en su despliegue histórico a partir de principios lógicos o exclusivamente racionales. De ahí que Foucault no estudie los discursos en función de reglas formales de análisis estructural o lingüístico; que no los interrogue sobre su sentido o coherencia interna con miras a asignarles un valor determinado frente a otros discursos. Se interesa por analizarlos en lo que denomina su “plena materialidad”, en tanto que hechos: en tanto acontecimientos que tienen lugar en una sociedad y, por lo tanto, tienen relaciones complejas con otros acontecimientos, es decir, con determinadas prácticas, instituciones, con la operatividad del poder, así como con otras formaciones discursivas.

Foucault plantea como tarea para una historia crítica del saber “descender al estudio de las prácticas concretas mediante las cuales el sujeto se constituye en la inmanencia de un dominio de conocimiento”.6 Esta tarea requiere de indagar sobre el tipo de relaciones que existen entre acontecimientos discursivos y acontecimientos de otros órdenes para tratar de identificar sus condiciones históricas de aparición. Así, en los textos de Foucault encontramos el análisis de los discursos psiquiátrico, médico o penal como dominios del saber dentro de los que emergen subjetivaciones y objetivaciones que conforman las relaciones sociales concretas que implican el tratamiento de los locos, los enfermos o de quienes se consideran socialmente disfuncionales.

De esta manera, la perspectiva foucaultiana de historización intenta visibilizar las relaciones del discurso con su contexto histórico que quedan ocultas bajo las grandes continuidades trazadas en la historia del pensamiento por las teleologías del Sujeto, de la Razón o del Sentido. A esta producción de visibilidad responden una serie de precauciones metodológicas que, una vez más, pueden definirse como una oposición programática a los postulados y procedimientos de otras formas de investigación histórica y análisis del discurso. Foucault trata de reducir las continuidades al mínimo mediante la densificación del análisis histórico; es decir, intenta llevar éste tan lejos como sea necesario para no dejar en pie ninguna continuidad, ninguna generalización, que no resulte rigurosamente indispensable para explicar un fenómeno. Busca ir más allá de toda categoría general de análisis que pretenda organizar el material histórico con base en abstracciones u homogeneizaciones, en aras de hacer aparecer el acontecimiento en su singularidad y diferencia. Centra frecuentemente sus análisis en las discontinuidades, en los momentos de ruptura donde nuevos órdenes de problematización se abren paso y se imponen como conjuntos de reglas y criterios de verdad en función de los cuales tendrá lugar la constitución de sujetos y objetos. Todo ello se desprende de la crítica a las corrientes historiográficas que trazan historias lineales y totalizantes; que postulan, explícita o implícitamente, un Origen y una Finalidad, frecuentemente proyectados desde una concepción autorreferencial del pensamiento:

“…como si las palabras hubiesen guardado su sentido, los deseos su dirección, las ideas su lógica; como si este mundo de cosas dichas y queridas no hubiese conocido invasiones, luchas, rapiñas, disfraces, trampas. De aquí se deriva para la genealogía una tarea indispensable: percibir la singularidad de los sucesos, fuera de toda finalidad monótona; encontrarlos allí donde menos se espera y en aquello que pasa desapercibido por no tener nada de historia…”7

En contra de la tradicional historia de las ideas, que basaba sus análisis fundamentalmente en las grandes obras de autores consagrados, en los textos de amplia difusión y recepción, en los más influyentes y rememorados, Foucault se interesará además y, particularmente, en los discursos marginales, los desdeñados por sus contemporáneos, los sepultados en bibliotecas o archivos y que tal vez no fueron leídos por nadie o no tuvieron el menor impacto en su tiempo. Rechazará los criterios de selección o jerarquización entre discursos, pues le interesa llanamente el hecho de que estos hayan existido en un momento determinado, para indagar sobre aquello que hace simultáneamente posibles todas esas expresiones que conforman la masa multiforme y caótica de los discursos de una época.

El procedimiento analítico de Foucault entraña también un escepticismo sistemático ante los universales antropológicos que metodológicamente se traduce en tratar de elidirlos tanto como sea posible. Es decir, que allí donde en la explicación histórica parecen intervenir nociones abstractas o universales sobre la sociedad, el ser humano, las estructuras intemporales del pensamiento, etc., Foucault desconfía y acentúa el filo del análisis para ponerlas a prueba, desbaratarlas si es posible y en su lugar reintroducir lo contingente, lo singular, lo arbitrario. Cabe aclarar que su actitud escéptica no deriva de un rechazo absoluto a este tipo de recursos teoréticos o metodológicos, sino de la convicción de que es una precaución necesaria para no ahogar en una historia continua y generalizante la singularidad y la diferencia de los discursos, las prácticas y sus relaciones mutuas.

Así buscará Foucault enfocar históricamente los saberes, no como monumentos de una Razón ensimismada, sino a partir de las formas concretas como operan en las sociedades. Nada le parece más engañoso que las historias del pensamiento narradas como evolución o progreso, que no sólo son lineales, teleológicas y están basadas en líneas de inteligibilidad trans-históricas, sino que suponen implícitamente que el historiador mismo está por encima del mundo histórico; que está situado, por referencia a las mismas instancias intemporales en las que se funda su historia, en una posición que le permite la comprensión de los grandes procesos, sus orígenes y su finalidad. Para Foucault, sólo consiguen ahogar esa singularidad y diferencia de los acontecimientos y las prácticas discursivas, y oscurecer lo discontinuo, lo arbitrario y accidentado en la historia del pensamiento.

 

II.

Para medir los alcances de esta perspectiva de historización no hace falta sino recorrer las páginas que componen la obra de Foucault y apreciar cómo sus investigaciones y análisis se articulan en una poderosa crítica histórica de las sociedades modernas. Dar cuenta siquiera de algunas de sus líneas generales requeriría de un espacio mucho mayor y, por lo demás, la bibliografía sobre los aportes de Foucault en ese sentido es realmente vasta. A modo de conclusión, haremos más bien un breve apunte que toma como punto de partida la pregunta por la ubicación del autor Foucault –si es que esa pregunta es pertinente– en relación a la filosofía moderna, retomando algunos de los elementos hasta aquí mencionados.

Según la aproximación que hemos esbozado, la concepción foucaultiana del pensamiento bien podría delinearse, en lo fundamental, en función de su particular divergencia con respecto a la concepción kantiana. Y, sin embargo, como señalamos al inicio, al confrontarse con la imposibilidad de escapar a la inscripción de su obra en alguna tradición filosófica, Foucault admite que sea inscrita en “la tradición crítica de Kant”.8 Cabría extrañarse de lo anterior al considerar que su divergencia tiene que ver fundamentalmente con un rechazo a la filosofía del sujeto trascendental y un interés en el carácter propiamente histórico de la constitución de toda sujetidad en cuanto tal. No estaría fuera de lugar, entonces, preguntar por qué no prefiere la suposición de un vínculo, así sea lejano, entre su obra y la vertiente del pensamiento moderno que, en contra de Kant, trabajó sobre la idea de una relación esencial, constitutiva, entre el sujeto (la conciencia, el saber) y la historia. Antes que a Marx –con quien Foucault sostiene una relación interesante y compleja que amerita un tratamiento aparte–, esta idea nos remite, por supuesto, a Hegel. En efecto, para comprender a profundidad la adscripción kantiana de Foucault, quizá no sea suficiente señalar que su investigación va en busca de unas condiciones de posibilidad del pensamiento que, si bien considera históricas y no universales, configuran el a priori de la experiencia posible; no, sobre todo, si consideramos que, en Hegel –el gran constructor de ese magnífico sistema filosófico anti-kantiano–, encontramos la descripción de unos procesos de auto-constitución de sujetos y objetos que, sin estar manifestando algún tipo de racionalidad previamente dada, acontecen en la inmanencia del devenir de un mundo dentro del cual están inscritos y a cuya historicidad se encuentran supeditados.

Del enorme respeto y la profunda incomodidad que Hegel produce en el pensamiento de Foucault y de sus contemporáneos podemos darnos una idea en las páginas finales de la lección inaugural que dictó en el Collége de France a finales de 1970.9 Allí expresa su inquietud ante la constatación de que la posibilidad misma de hacer filosofía sin hacerlo hegelianamente le resulta inesperadamente engañosa y compleja. Dilucidar a profundidad qué tanto y en qué sentidos la obra de Foucault puede leerse como una prolongación de la filosofía de Kant, así como qué tanto logra escapar a la de Hegel, puede ser una tarea bizantina (que no estaríamos en posibilidades de cumplir satisfactoriamente, por lo demás). Sin embargo, cabe apuntar, como conclusión a lo expuesto en este ensayo, que si en algo hace Foucault un peculiar eco kantiano, distanciándose de Hegel y de la tradición que éste inaugura, es en su manera de conjugar tres nociones –fundamentales en la propuesta de historia de las problematizaciones– en una determinada pregunta sobre el presente; nos referimos a la relación entre historia, crítica y libertad.

A modo de contraposición, cabe antes recordar que, en Hegel, la constitución de sujetos y objetos –la actividad del pensamiento, podemos acotar– va develando en su devenir histórico la auto-realización de una racionalidad que, sin ser propiamente a priori, termina subordinando e imponiéndose sobre todo aquello que aparentemente escapa de ella –la “astucia de la razón”–. De modo que, no sólo todo lo que se manifiesta como caótico y arbitrario en el mundo histórico termina supeditado a esa logicidad, sino que la propia libertad del sujeto termina constituyéndose en una objetivación que resulta, en última instancia, necesaria. Conectada con esto, la reflexión que encontramos en Hegel sobre su presente, sobre esa modernidad que él mismo está tratando de fundamentar y consumar en su sistema filosófico, es la reflexión sobre una edad del mundo que se asume en proceso de culminación del meta-relato de la auto-realización de la Razón en su despliegue histórico; culminación en cuya clave se cifra una mirada totalizadora de la historia humana.

Para Foucault, es Kant quien, muy al contrario, abre un camino inédito para la filosofía moderna al introducir una manera nueva, radicalmente distinta, de hacer la pregunta por el presente en su relación con la historia. En su breve texto sobre la Ilustración, Kant estaría inaugurando una perspectiva mucho más abierta que la que encontramos en muchos filósofos anteriores a él y, posteriormente, en Hegel, en la medida en que, lejos de interrogarse por la identidad de su época en función de su estar inscrita en un meta-relato histórico, se pregunta más bien por su diferencia. En la exploración de esta pregunta, Kant entiende la Ilustración, más que como una época, como la posibilidad histórica del hombre de adoptar una actitud crítica, un ethos filosófico que lo faculta para auto-conducirse racionalmente. Tanto ese movimiento reflexivo como su relación con un ethos crítico son reactualizados por Foucault, a su manera, en el horizonte del pensamiento contemporáneo. Eso que Kant caracteriza como una salida de la minoría de edad, la asunción del desafío expresado en la máxima sapere aude, requieren para Foucault de emprender lo que denomina una “ontología histórica de nosotros mismos” vinculada a una “crítica histórica del presente”. Ésta no implica otra cosa que conducir las investigaciones necesarias adoptando la perspectiva y las precauciones metodológicas que hemos esbozado en este ensayo. Toda la investigación foucaultiana sobre la constitución del pensamiento y los saberes modernos está conectada con esa interrogación sobre la diferencia de su presente. En esa medida, tiene también un alcance ético y político fundamental, pues se trata del programa práctico que plantea para Foucault la adopción de ese ethos filosófico, de esa actitud crítica que, como planteaba Kant, hace de la libertad una posibilidad.

Ahora bien, la crítica en el horizonte poskantiano en el que Foucault se sitúa “se ejercerá no ya en la búsqueda de estructuras formales que tienen valor universal, sino como investigación histórica a través de los acontecimientos que nos han conducido a constituirnos y a reconocernos como sujetos de lo que hacemos, pensamos y decimos.”10 Cabe hacer énfasis en que, si bien la crítica es para Foucault, en principio, una investigación sobre los límites del pensamiento, la perspectiva a la que apunta es en definitiva a la del franqueamiento posible de los mismos. Si la dimensión arqueológica de esa crítica consiste en tratar los discursos que articulan nuestro pensamiento como a cualquier otro acontecimiento histórico, su dimensión genealógica consiste en que “no deducirá de la forma de lo que somos lo que nos es imposible hacer o conocer, sino que extraerá de la contingencia que nos ha hecho ser lo que somos la posibilidad de ya no ser, hacer o pensar lo que somos, hacemos o pensamos”.11 Se trata, pues, de una investigación destinada a hacer visibles nuestros límites, ese a priori histórico, no para constatar los muros dentro de los que estaríamos irremediablemente encerrados, sino para identificar las posibilidades de resquebrajar esos muros, de franquear esos límites. Así, el ethos crítico que reformula Foucault define su objetivo como el de “relanzar tan lejos y tan ampliamente como sea posible el trabajo indefinido de la libertad”12; y añadimos: el trabajo del pensamiento, de la problematización.

 

Bibliografía

Betancourt, Fernando, Historia y lenguaje. El dispositivo analítico de Michel Foucault, México, UNAM/INAH, 2006.

Foucault, Michel, El orden del discurso, México, Tusquets Editores, 2014.

Foucault, Michel, Estética, ética y hermenéutica. Obras esenciales. Volumen III, Barcelona, Paidós, 1999.

Foucault, Michel, La arqueología del saber, México, Siglo XXI, 1979.

Foucault, Michel, Las palabras y las cosas: una arqueología de las ciencias humanas, México, Siglo XXI, 1996.

Foucault, Michel, Los anormales. Curso en el College de France (1974-1975), México, Fondo de Cultura Económica, 2001.

Foucault, Michel, Microfísica del poder, Madrid, Ediciones La Piqueta, 1980.

Foucault, Michel, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, México, Siglo XXI, 2012.

 
Referencias
↑1    “¿Dónde está el verdadero Foucault? ¿En qué libro, en qué comentario, en qué nota, en qué irónica cuenta de lavandería? Lo que bien pudiera demostrar que el objeto Foucault no existe, salvo para la corte de creyentes en el dogma de que la escritura depende del peso obsesivo de una biografía.”. Fernando Betancourt, Historia y lenguaje. El dispositivo analítico de Michel Foucault, México, UNAM/INAH, 2006, p. 9.
↑2    Se trata de un breve texto de presentación que Foucault escribió para la sección dedicada a él en un diccionario de filósofos que a inicios de la década de 1980 estaba elaborando Denis Huisman. El texto se publicó bajo el seudónimo Maurice Florence. En español: “22. Foucault” en Michel Foucault, Estética, ética y hermenéutica. Obras esenciales. Volumen III, Barcelona, Paidós, 1999, pp. 363-368.
↑3    Ibid, p. 363.
↑4    Ibid, p. 364.
↑5    Ibid, p. 364.
↑6    Ibid, p. 366.
↑7    Michel Foucault, “Nietzsche, la genealogía y la historia” en Microfísica del poder, Madrid, Ediciones La Piqueta, 1980, p. 7.
↑8    Michel Foucault, “22 Foucault”, op. cit., p. 263.
↑9    Véase Michel Foucault, El orden del discurso, México, Tusquets Editores, 2014, pp. 68-76. “Pero escapar de verdad de Hegel supone apreciar exactamente lo que cuesta separarse de él; esto supone saber hasta qué punto Hegel, insidiosamente quizá, se ha aproximado a nosotros; esto supone saber lo que es todavía hegeliano lo que nos permite pensar contra Hegel; y medir hasta qué punto nuestro recurso contra él es todavía una astucia suya al término de la cual nos espera, inmóvil y en otra parte.”, p. 70.
↑10    Michel Foucault, “20. ¿Qué es la Ilustración?” en Estética, ética y hermenéutica…, op. cit., p. 348.
↑11    Ibid.
↑12    Ibid.
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