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[Publicado en: Sitio web Círculo de traductores, 03 de marzo de 2022.]

 

El oficio y la ética del traductor

Entrevista a Mariana Dimópulos

 

Lucrecia Orensanz y Javier Sigüenza
Circulo de traductores

 


Ciudad de México, Centro Histórico, 30 de noviembre de 2019

En noviembre de 2019 tuvimos la grata oportunidad de conversar con Mariana Dimópulos (Buenos Aires, 1973), traductora, escritora y profesora de la Universidad Buenos Aires. Originalmente habíamos planeado una charla con ella sobre el oficio de la traducción en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, que no pudo realizarse debido a que el digno movimiento feminista había tomado las instalaciones de la Facultad, por los motivos que ya todos/as conocemos. No obstante, no quisimos desaprovechar la oportunidad de hacerle una entrevista a Mariana, quien además de traductora de Walter Benjamin, Theodor W. Adorno, Robert Musil y Martin Heidegger, ha escrito diversos libros de filosofía (Carrusel Benjamin, Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2017) y literatura (Anís, Buenos Aires, Ed. Entropía, 2008; Cada despedida, Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2010; Pendiente, Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora; Quemar el cielo, Madrid, Adriana Hidalgo 2021). La entrevista para el Circulo de traductores que reproducimos aquí tuvo lugar en una agradable tarde-noche del día 30 de noviembre de 2019. Agradecemos a Mariana su amable disposición para responder a estas preguntas.

 

Círculo de traductores (CT): Muchísimas gracias por esta entrevista, Mariana. Siempre que hacemos una entrevista en el Círculo de traductores empezamos con la misma pregunta: ¿cómo llegaste a la traducción?

Mariana Dimópulos (MD): Llegué por necesidad. Fue una forma de vida y de ganarme mi pan cuando me fui a vivir a otro país, Alemania, aprovechando la posibilidad de ser bilingüe. La traducción fue un medio de vida. En algún momento, por suerte, abandoné esa traducción que es más bien automática y de un orden que no valía mucho la pena detenerse en escribirla, porque es en todos lados del mundo bastante similar. Regresé a Argentina, a Buenos Aires, y empecé a traducir, a trabajar para editoriales. Ahí sí empezó a ser no solamente un medio de vida. Que siempre para mí lo fue, no es que yo tuviera otros ingresos u otro tipo de profesión, como ocurre muchas veces con los traductores literarios, de ciencias sociales y de filosofía, profesores que cada tanto, una vez por año, traducen un libro en esas condiciones. No. Era en el sentido del oficio, como se llama el libro de ustedes: el oficio del traductor1 en todas sus cosas buenas no tan buenas, incluidas las condiciones laborales precarias, la salud en juego, los fines de semana perdidos y todo eso que creo que no hace falta que lo detalle para los que lo hacen, porque lo conocen. Creo que las condiciones son bastante universales en ese sentido. Entonces nunca dejó de ser un oficio y un modo de vida. Luego empecé a complicar el objeto de la traducción y ahí es donde desarrollé técnicas distintas, no distintas porque conociera demasiado cómo hacen los otros las cosas, sino porque desarrollé mis propias técnicas de trabajo y mis propias reflexiones sobre la traducción y sus problemas. En cierto modo, ahora estoy en un estadio donde pasé de aprender de esas dificultades, que a veces son muy grandes, a tratar de enunciarlas, a escribir sobre los problemas de la traducción en vez de seguir enfrentándome a ellos todos los días.

(CT): Aquí ya mencionaste varias cosas. Para que enmarques un poco y lleguemos a la cuestión de las cosas que reflexionas sobre la traducción, platícanos, ¿cuáles son los antecedentes?, ¿de qué carrera vienes?, ¿por qué el alemán, que es la lengua con la que trabajas?

(MD): Yo estudié en la Facultad de Filosofía y Letras, estudié Letras, literatura, en Buenos Aires y luego terminé esa carrera y me fui a Alemania. Me fui porque quería leer a la escuela de Frankfurt en alemán. Yo no sabía alemán, entonces fui a estudiar alemán y fui a hacer un doctorado en filosofía. Ese doctorado no se terminó. Esa carrera académica se quedó en pausa, pero el aprendizaje de la lengua siguió siendo fundamental, además del interés por esos autores, que era anterior al interés de la traducción, como ha sido el interés por la escritura de ficción, igualmente anterior al de la traducción. Entonces, insisto: a la traducción llegué por necesidad y no porque yo hubiese tenido una formación en eso. Cuando volví a Argentina sabiendo bastante alemán y habiendo estudiado bastante los autores que me interesaban empecé a trabajar en editoriales. Esas editoriales eran más bien comerciales al principio, entonces trabajaba sobre textos no muy interesantes, novelas rosas. No sé si ustedes conocen la categoría de novela rosa. Todos son textos bastante malos. Había que mejorar un poco la traducción.

      Hasta que, en algún momento, hice el salto a empezar a traducir y a usar mis saberes de filosofía en la traducción, cosa que siempre tuvo su costado negativo, ya que mientras que en un libro de estos invertías tres meses, para la misma extensión invertías nueve meses si el texto era teórico. Por eso me costaba dar ese paso, porque sabía que era muy poco redituable. Aunque también está la vocación, en mi caso específico, de ser muy consciente –muy consciente– de estar funcionando como un puente de textos que para mí eran muy valiosos que yo había conocido en mi estadía en Alemania, que duró casi siete años, y la voluntad casi política de dar a conocer esos autores y de mejorar la circulación de ellos en Argentina. Después nos fue relativamente bien con la editorial Eterna Cadencia,2 con la editora a la que vale la pena nombrar, Leonora Djament, y también vale la pena nombrar una escena –por así decir, fundante– de esto que ahora es una colección de Frankfurt y que empezó más o menos en el año 2010, 2011. Llevé a la editorial un grupo de libros sobre la escuela de Frankfurt y el movimiento estudiantil, precisamente. Es decir, no era ningún original ni de Benjamin, ni de Adorno. Y fui con ese proyecto, como bien saben, como hacemos todos los traductores. La editora me dijo: “mira, esto no me interesa, este proyecto no me interesa, pero me interesa todo lo demás de la Escuela de Frankfurt. Diste con la persona correcta”. Porque ella misma era editora y daba clases en la Facultad sobre esos temas. Entonces tienen que ocurrir también esos encuentros fortuitos. A partir de ese momento empezamos a trabajar juntas. Traduje tres libros de Benjamin3 y tres de Adorno4 y edité y prologué otros. Eso se dio en un proceso de casi diez años y no solamente trabajé con ellos. Después seguí haciendo textos de sociales y de filosofía en otras editoriales, pero fundamentalmente con Eterna Cadencia.

      Después, el trabajo pasó a ser más bien coordinar las traducciones que se hacen de la escuela de Frankfurt en la editorial, con revisiones que no son revisiones como se entienden generalmente. Es decir, no sale como “traducción revisada”, sino que se hace un trabajo con el traductor y ellos son los que firman las traducciones y son los verdaderos autores de las traducciones. Pero precisamente porque yo desarrollé una reflexión sobre la especificidad de la traducción en filosofía y un modo de leer la traducción en filosofía en términos de diagnóstico: qué pasa con el concepto, si los conceptos se mantienen, si no, si pertenecen a una tradición, a qué tradición pertenecen, si respetan ciertos ecos. Les pongo un ejemplo: en las clases de Adorno, en las últimas que sacamos, tuvimos una discusión con el profesor Vedda, quien es el traductor y titular de literatura alemana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Es decir, que es una persona completamente idónea para hacer ese trabajo y, además, traductor de Marx y de Goethe. Y hablamos del término alemán Moment –igual que en castellano, pero sin la o: Moment–. Claro, y él me decía que él tendía a traducirlo en Adorno como factor. Yo, al leer factor en Adorno, como también lo tengo muy leído, yo sé que Adorno no usa en alemán Faktor. Me fui a fijar y vi que era Moment y tuvimos una discusión en el mejor de los sentidos en donde yo argumentaba que para mí tenía que mantenerse momento (Moment) porque en realidad era un uso hegeliano que Adorno hacía del término, mientras que en la tradición marxista eso podía leerse de otra manera. Entonces había que discutir: ¿cuáles eran los ecos de ese término que era un término técnico –si quieren, un concepto– en Adorno?, ¿cuál era el eco?, ¿el eco era más bien marxista o era hegeliano? Esas son cosas que uno desarrolla. Ahora estoy tratando de elaborar en términos teóricos: ¿qué pasa?, ¿esto se puede universalizar en cierto modo como una descripción de problemas específicos de la traducción en filosofía? Ahora me estoy dedicando a la investigación de esto, pero es producto inmediato de ese proceso: al encontrarme con esas dificultades, y ahora, al trabajar en colaboración con otros, y en esa ida y vuelta, que por supuesto es muy rica. Y no queda siempre del lado del revisor o del lector, sino que es un trabajo en conjunto con quien está haciendo la traducción y con quien la firma, que finalmente tiene que tomar la decisión última. Yo no tomo la última decisión.

(CT): Esto es súper interesante porque es un dilema para todos: cómo llevar de la mejor manera la relación con los correctores y con los editores, finalmente para llegar a un muy buen libro. Y si ese libro forma parte de una familia, que es una colección, que de alguna manera tenga integridad con el conjunto.

(MD): Esa es una de las cosas más importantes. El problema es que eso es caro. Me tienen que pagar a mí además de al traductor. Hay editoriales que no lo pueden o no lo quieren hacer. El ejemplo clásico es el caso de Akal, que sacó las obras completas de Adorno (las obras completas de la parte publicada en vida, porque las obras completas de Adorno tienen varias partes). Nosotros trabajamos con las lecciones, con las clases, que son la parte IV de las obras completas. Pero la parte de los veinte tomos de las obras publicadas en vida de Adorno fueron publicadas por Akal en un ciclo más o menos de diez años.5 Y siempre, cuando hablo de estos temas en público, pido disculpas, porque realmente no es un acto chauvinista, es objetivo: esas traducciones son la muestra del fracaso de un proyecto editorial. Son veinte tomos, las traducciones fueron hechas por diversos traductores, no fueron coordinadas porque seguramente había también urgencia de orden económico, de sacar los libros más rápido a la venta para recuperar el dinero de esos derechos que se habían pagado. Justo hablaba con eso con un colega español, que es filósofo y trabaja en estos temas, y me daba la razón, hacía la misma evaluación que yo. Es una evaluación que si uno la piensa demasiado, se paraliza y no traduce nada más. Y es que esto afecta a generaciones de alumnos de las Facultades, que van a leer mal las traducciones de Adorno, por las malas o discutibles traducciones. Algunas son malas, otras son discutibles, pero no son consistentes. Ni si quiera es que “me gusta cómo está resuelto este problema”, sino que el proyecto editorial está mal pensado. No es responsabilidad del traductor. Eso digo que es una especie de crimen en el sentido teórico de lo que es un proyecto editorial, es una cuestión de responsabilidad. En la teoría de la traducción se habla de una especie de ética de la traducción. Es una palabra demasiado grande que nadie quiere usar. Es una mochila que nadie se quiere cargar, pero tiene un cierto grado de verdad: hacerse cargo de lo que significa poner en circulación textos que van a ser importantes para generaciones de lectores.

(CT): ¿Podrías dar un ejemplo concreto del caso de Akal?

(MD): Sí, aunque hace bastante que lo vi, pero era para mí muy claro. Es la aparición de un mismo concepto en dos obras de Adorno, su Dialéctica negativa y su Teoría estética. Además son libros que, primero, son los dos libros más importantes de Adorno y que tienen una diferencia de tres años, o sea nada. No es que uno diga: “bueno, pero es el Adorno de los años 40 contra el de los años 69”. No, no. Es un mismo ciclo de pensamiento de Adorno: 66-69. En una, el término Unwahrheit está traducido como no-verdad, cosa que es correcta. Y en otra está traducido como falsedad. Entonces se pierde la unidad material que existe en alemán, en el sentido de que es una sola palabra, es un solo término, y se introduce una falsa distinción conceptual donde en el alemán no había ninguna. Si yo soy lector de esas traducciones y leo la Dialéctica negativa y luego leo la Teoría estética, digo: “momento, Adorno acá dice no-verdad, pero acá dice falsedad. Hay un cambio conceptual”. Bueno, pues no hay ningún cambio conceptual. Eso destruye lo que es en realidad fundamental al discurso filosófico o, si se quiere, a la lengua de la filosofía que es la construcción de conceptos que yo, en términos lingüísticos, defino como aquellos términos que no tiene sinónimos. Que tampoco se puede tomar tajantemente. Es decir, a veces los términos no se traducen finalmente por el mismo término, pero tienden a no tener sinónimos. ¿Por qué? En una novela, si veo que hay una repetición que es un automatismo, que es una repetición no buscada, me puedo permitir –bueno, vamos a discutir en términos estéticos si está bien o mal–, pero me puedo permitir que, si en inglés dice dos veces el término “casa” a mí me viene mejor poner “hogar” en la segunda mención. Quizás lo puedo justificar. Pero si “casa” es en realidad un concepto en un texto filosófico, yo no tengo derecho a poner un sinónimo para ese término. Esa es mi definición del concepto filosófico.

(CT): Hablas sobre la traducción como labor casi militante, esta cuestión de traer a los autores, las obras, esa parte de la agencia, de la responsabilidad por parte del traductor, ¿podrías platicar un poco más de eso?

(MD): Está bastante estudiado por la literatura y por la sociología de la traducción: el traductor como agente cultural y la informalidad de ese trabajo. O sea, nadie te lo paga, nadie te lo reconoce. No es un puesto en una oficina. Es una reflexión que hay que hacer. Más allá de esa informalidad –o más acá, no lo tengo claro–, en mi caso puedo decir que era un acto puramente pasional. Era un acto de convencimiento. ¿Por qué? Vale la pena volver a cómo se generó: yo me había ido a Alemania, a estudiar alemán, porque a esos autores yo ya los leía, porque yo quería dedicarme a eso, era mi objeto de estudio. O sea, había todo un proceso de cosas anteriores a la llegada a la traducción. La traducción era un medio en realidad para dar a conocer todo eso, para ponerlo en circulación, para compartir.

      Hay una escritora, poeta, María Negroni, argentina, traductora, trabajó muchos años en la academia norteamericana y volvió hace relativamente poco a Argentina y ella en una charla sobre traducción dio una definición que a mí me gustó mucho y que dice: “la traducción es la escritura más generosa”. Y creo que es muy precisa la idea de que –no siempre, porque los traductores somos seres humanos y también somos mezquinos, no es que porque seamos traductores somos buenas personas, no–, pero, digo, la idea de que hay un acto de generosidad en entregar tu tiempo a la reproducción de algo que no es tuyo. Que la traducción es un acto de apropiación, sí; que hay un acto de escritura, sí. Todo eso es cierto, no lo estoy negando. Pero la verdad es que la diferencia entre escribir y traducir –yo que hago las dos cosas– no la podemos terminar de borrar nunca porque el que escribe tiene la página en blanco y el que traduce tiene la página llena. Esas son las condiciones materiales de la traducción. En ese marco, lo respondo en términos personales. Tenía que ver con mi biografía, con lo que a mí me interesaba. Entonces descubrí que la traducción era un medio de vida y un acto político en el sentido de que era un acto político cultural: “vamos a dar a conocer esto, vamos a dar a conocer las clases de Adorno”. O sea, cuando yo llegué a esa primera reunión con la editora de Eterna Cadencia, ya tenía los libros. Todos estos libros que salieron estos años yo ya me los había comprado. Eran míos. Los tenía en papel. Y bueno, por supuesto, tener del otro lado a una persona que quiera invertir su tiempo, el dinero de la editorial, bueno, todas las otras cosas que sabemos que también existen y que sin ellas no seríamos nosotros tampoco. En cierto modo decir: “bueno, vamos a defender esto que nos parece que es valioso y compartirlo”. Ahí realmente yo defiendo la ingenuidad. Creo que hay algo de ingenuidad en decir: “esto está bueno, ¡compartámoslo!”. Que es lo contrario a otros conceptos muy extendidos del saber como aquello que es una mercancía que cuanto menos la tengan, mejor, o cuanto menos vos leas lo que yo ya leí, entonces yo voy a estar por encima tuyo. Esto es lo contrario. En ese sentido es un acto de ingenuidad, pero hay que defenderlo.

(CT): ¿Cómo ha sido la recepción de los lectores de este acto político tuyo, cultural, de este gesto generoso? ¿Qué retroalimentación tienes de esta parte?

(MD): Es interesante porque estos textos de Benjamin o Adorno son muy difíciles y el proceso de traducción es lento. Un libro de estos lleva un año de hechura y mucho esfuerzo psíquico y físico. Realmente te terminas rompiendo. Se te rompe la espalda de estar sentado tantas horas. La recepción para semejante esfuerzo es muy lenta. Pero porque son textos muy difíciles de leer. A diferencia de otras cosas que son más inmediatas en el medio editorial, pues es una recepción muy lenta. Entonces, vale la pena que mencione que justamente estoy acá en México invitada a un congreso6 en donde se leen estos textos y en donde yo me di cuenta de que al final estos textos empezaron a circular y nosotros no nos dimos cuenta. En el medio llegaron a México, llegaron a España, llegaron a Chile. En estos encuentros, repito, uno se encuentra con gente que está leyendo lo que nosotros estamos haciendo y la experiencia es muy gratificante porque uno ya se olvidó casi de ese trabajo. Hace mucho que lo hicimos. Algunos, otros no, unos son recientes. Y bueno, es la confirmación después de decir: ¿estábamos equivocados? Bueno, no estábamos tan equivocados. A alguien le va a servir o le está sirviendo.

(CT): Me encanta escuchar esto porque en el Círculo, cuando hacemos estos talleres de proyecto de traducción, buscamos que los colegas se apropien autoralmente de las obras en todo el espectro, desde la idea hasta su recepción, hasta sus posibles lectores, sus canales materiales, temporales, espaciales por los que van a llegar las obras hasta ellos. Hay que pensar en todo ese conjunto.

(MD): Sí, la larga cadena. No sé cómo es el caso de ustedes. Yo creo que hay un lugar donde el traductor ya no opera sobre la cadena una vez que el libro está en circulación. Depende de qué traductor y depende de qué libro. Si hiciste la edición, puede ser que des entrevistas sobre la edición que hiciste, entonces colaborás un poco más. O si escribís en medios entonces podés escribir una reseña del propio libro que vos tradujiste. Hay formas. Pero tampoco me parece que el traductor tenga que hacerse cargo de toda la cadena. Pobre, ya hizo un montón de esfuerzo y la comunicación ya es parte de lo que tendría que hacer la editorial o los medios de comunicación.

(CT): Es interesante que lo platiques, que menciones que vienes a un congreso donde están leyéndose los libros y que incluso para ti es una sorpresa saber que esa es parte de la vida de esas obras que estamos activando, moviendo.

(MD): Esa vida, que es un concepto bien benjaminiano, la vida libre o la vida de la obra, mejor dicho, esa vida se escapa de las manos. Uno hace una apuesta con convicción donde participa, por un lado, la ingenuidad y, por otro, también el ojo, el olfato. Por supuesto que uno tiene que tener olfato. Tiene que poder dilucidar qué es una quijotada y punto, y qué es un libro que, además de su valor intrínseco, tiene un mínimo potencial de despertar interés.

 

* * * * *

Para conocer más sobre las ideas de Mariana Dimópulos, les dejamos los siguientes enlaces:

Mariana Dimópulos, Ryukichi Teraro, “Traducir es una tarea ética.”

Mariana Dimópulos, “50 años sin Adorno: su figura es neta e indiscutible.”

Videos:

Ciclo “Casi lo mismo: entrevistas alrededor de la traducción“, organizado por la Biblioteca Nacional Mariano Moreno de Argentina, 24 de agosto de 2016

Conferencia “El lenguaje de la filosofía: lo claro y lo obscuro en el pensamiento“, Instituto de Filosofía de la Universidad Diego Portales, 31 de mayo de 2021

 
Referencias
↑1    Santoveña, Marianela, Lucrecia Orensanz et all. De oficio traductor. Panorama de la traducción literaria en México, México, Bonilla Artigas 2010.
↑2    https://www.eternacadencia.com.ar/
↑3    Walter Benjamin, El París de Baudelaire, Argentina, Eterna Cadencia 2012; Sobre Kafka, textos, discusiones, apuntes, Argentina, Eterna Cadencia, 2014; Gretel Adorno, Walter Benjamin, Correspondencia 1930-1940, Argentina, Eterna Cadencia, 2011.
↑4    Theodor W. Adorno, Introducción a la dialéctica, Argentina, Eterna Cadencia, 2013; Theodor W. Adorno, Filosofía y sociología, Eterna Cadencia, 2015; Theodor W. Adorno y Max Horkheimer, Hacia un nuevo manifiesto, Argentina, Eterna Cadencia, 2015.
↑5    Theodor W. Adorno. Obra completa. España, Akal.
↑6    Congreso: “La Teoría Crítica: 50 años después de Adorno”, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 27-29 de noviembre 2019.
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