[Publicado en: Sitio web del Seminario Universitario de la Modernidad: versiones y dimensiones, 2021]
Lapsus, síntoma y representación
Para una lectura indiciaria del Holocausto como problema historiográfico
Andrés Luna Jiménez
Los acontecimientos relacionados con el nacionalsocialismo alemán, el régimen del Tercer Reich y, en particular, con la Solución Final y el Holocausto, han generado un debate historiográfico en el que se ha discutido una serie de problemas teórico-metodológicos que han surgido de las tentativas de escribir la historia de dichos sucesos. Entre los historiadores que han tomado parte en este debate se encuentran Carlo Ginzburg y Hayden White, quienes han sostenido posturas en algunos aspectos contrapuestas. Sin embargo, en vez de examinar la contraposición, en las siguientes páginas exploro la posibilidad de aprovechar los planteamientos de ambos autores en una lectura crítica del problema historiográfico que han suscitado dichos acontecimientos. Recurro para ello a planteamientos puntuales de Michel Foucault y Bolívar Echeverría en la medida en que me parece que ayudan a trazar las líneas generales de esta posible lectura.
Hayden White es un teórico de la historia conocido por haber desarrollado una perspectiva de análisis narratológico sobre el modo en que se construye la representación historiográfica. Su propuesta particular –pues se han planteado otras maneras de llevar a cabo un análisis de este tipo–, consiste en examinar los recursos narrativos, tropológicos y retóricos de los que un autor se vale para tramar un relato histórico. Esta perspectiva de análisis parte de la premisa de que, en la medida en que el discurso historiográfico no consiste simplemente en una enumeración o enunciación neutral de hechos o sucesos pasados, recurre siempre a un “entramado histórico”, a una construcción narrativa de sentido que interrelaciona los acontecimientos en una de las formas posibles –y limitadas– que existen en la cultura occidental para producir discursos susceptibles de ser considerados verdaderos acerca de acontecimientos pasados.1
Esta operación, el tramado histórico de un relato verdadero sobre el pasado, es la que los sucesos relacionados con el nazismo y el Holocausto parecerían dificultar de alguna manera. Uno de los problemas centrales que se abordan en el debate en torno a estos sucesos tiene que ver con una suerte de dificultad o imposibilidad de constituirlos y representarlos adecuadamente como objetos historiográficos. Esto no significa que no sea posible o que no se haya realizado, sino que los resultados parecen ser, en algún sentido difícil de precisar, insatisfactorios o insuficientes, sobre todo con relación a la importancia y la gravedad de acontecimientos como el Holocausto. Desde la perspectiva de White, este problema consistiría en una cierta imposibilidad de producir el efecto narrativo de un discurso realista y verdadero respecto de estos sucesos.2 Con ello no se refiere a que no hayan ocurrido realmente, sino que, por su naturaleza, parecen de alguna manera escapar a la posibilidad de ser tramados eficazmente mediante el uso de los recursos representacionales habituales en el discurso historiográfico moderno. Se trata de hechos demostrados mediante innumerables pruebas, respecto a los cuales, sin embargo, no deja de percibirse una limitación en términos de la necesaria dilucidación del sentido o significado histórico profundo que deberían tener, en tanto acontecimientos verdaderos, para las sociedades contemporáneas. Desde la perspectiva de White, no sería entonces un problema o una limitación relacionada con los documentos o las pruebas, sino con ese entramado histórico que se requiere para dotar al relato un sentido propiamente historiográfico.
¿Cómo podemos entender esta suerte de umbral o de límite en las posibilidades de la representación historiográfica frente a estos acontecimientos? Para explorar este problema, considero pertinente retomar la hipótesis de Michel Foucault acerca de lo que denomina el orden del discurso. Para Foucault, en toda sociedad, el discurso está organizado, jerarquizado y restringido por fuerzas y procedimientos que operan en distintos niveles de su producción: en el material, en el simbólico, en la constitución de las relaciones sujeto-objeto, en el nivel de lo inconsciente y del deseo. Existe, pues, para el filósofo francés, una cierta estructura u ordenamiento dinámico y mutable cuyo propósito consiste en controlar y poner límites a lo que el discurso, como vehículo del pensamiento posible, contiene de impredecible, aleatorio y peligroso para los poderes establecidos.3 Foucault avanza esta hipótesis en sus estudios sobre el orden del discurso en la civilización occidental, donde advierte una cierta ambivalencia:
¿Qué civilización, en apariencia, ha sido más respetuosa del discurso que la nuestra? ¿Dónde se lo ha honrado mejor? ¿Dónde aparece más radicalmente liberado de sus coacciones y universalizado? Ahora bien, bajo esta aparente veneración del discurso, bajo esta aparente logofilia, se oculta una especie de temor. Todo pasa como si prohibiciones, barreras, límites, se dispusieran de manera que se domine, al menos en parte, la gran proliferación del discurso, de manera que su riqueza se aligere de la parte más peligrosa y que su desorden se organice según figuras que esquivan lo más incontrolable […]. Hay sin duda en nuestra sociedad […] una profunda logofobia, una especie de sordo temor contra esos acontecimientos, contra esa masa de cosas dichas, contra la aparición de todos esos enunciados […].4
Esta sospecha sobre el lugar privilegiado que ocupa el discurso, y particularmente el discurso escrito, en la tradición occidental se amplifica frente al logocentrismo característico de la modernidad. ¿Qué sería el discurso científico y matematizado, paradigma del discurso verdadero para la modernidad, sino un orden del discurso estructurado por las más rígidas e insidiosas restricciones sobre lo que puede ser pensado y dicho sobre la realidad, restricciones que serían precisamente lo que vendría a garantizar el carácter verdadero de las representaciones? Es cierto que no todas las formas modernas del discurso tienen que ceñirse con el mismo grado de exigencia a las pautas de la racionalización matemática y de la correspondencia directa, empíricamente verificable, de los enunciados con los objetos. La propia historiografía ha mantenido una distancia variable con respecto a estas pautas en virtud de la peculiar naturaleza de su objeto de estudio. Sin embargo, es posible afirmar con Foucault que, en general, la civilización occidental moderna, lejos de cultivar, como podría parecer, un régimen libertario del discurso, en el análisis se revela como una cultura especialmente represiva y coactiva en cuanto a las posibilidades de representación discursiva de lo real como verdadero. Es preciso decir, por otra parte, que este carácter represivo, este establecimiento de fuertes controles y coacciones abstracto-cuantitativos, ha demostrado históricamente no ser meramente arbitrario, en la medida en que las representaciones producidas bajo este régimen han posibilitado las impresionantes capacidades técnicas y de manipulación de los fenómenos del mundo natural por parte del ser humano que asociamos al mundo moderno y contemporáneo. No obstante, no deja de imponerse la pregunta sobre lo que se reprime y se sacrifica en este orden del discurso en términos de las posibilidades de lo pensable y decible sobre la realidad natural y humana.
Desde la perspectiva que aporta esta hipótesis foucaultiana, la dificultad que es objeto de discusión en el debate de los historiadores sobre el Holocausto, que White observa como una imposibilidad de representar adecuadamente este acontecimiento mediante las formas de entramado histórico disponibles, parecería consistir en una suerte de falla o problema relacionado con este orden del discurso. Dicho de otro modo, parecería ser que los acontecimientos relacionados con el nazismo y el Holocausto generan una cierta desestabilización en el orden de la representación posible. Ahora bien, ¿cómo podemos entender o interpretar esta falla o desestabilización? La lectura que propongo consiste en entenderla, en términos freudianos, como un lapsus, un síntoma, o bien, en términos de Carlo Ginzburg, como un indicio que reclama una interpretación.
Como es conocido, la inclinación de Ginzburg a la microhistoria y el desarrollo de su denominado paradigma “indiciario” o “sintomatológico”5 responden a la convicción de que las minucias y los detalles, aquello que a primera vista parece nimio o insignificante en términos históricos, al ser leído como indicio puede dar cuenta de una verdad oculta, profunda, que los relatos de los grandes acontecimientos y las continuidades históricas pasan por alto y contribuyen a ocultar. Más que centrarme en esta dimensión de lo micro, que no aplica para pensar el problema que representa el Holocausto en ningún sentido, quisiera retomar el fundamento onto-epistemológico de la relación que observa Ginzburg entre el indicio y el ocultamiento. Para Bolívar Echeverría, la condición de validez epistemológica de este paradigma indiciario reside en el carácter constitutivamente conflictivo y contradictorio del mundo de lo humano y de sus producciones culturales.6 Enfatizando el eco freudiano que hace Ginzburg en su práctica historiográfica, Echeverría plantea que ella deriva del reconocimiento de que la realidad humana es constitutivamente enigmática, de que siempre esconde algo que no desea reconocer de sí misma pero que tampoco consigue ocultar por completo; algo que sólo es posible advertir en los lapsus o actos fallidos que presenta el comportamiento humano en su esfuerzo por ocultar esa realidad profunda, conflictiva, de sí mismo y de su mundo. Habría, por lo tanto, un discurso del ocultamiento, una narrativa que pretende borrar las contradicciones subyacentes y negar ese carácter constitutivamente problemático, pero que, sin embargo, presenta siempre ciertos síntomas, ciertos brotes o irrupciones de aquello que está siendo reprimido y que son susceptibles de ser interpretados mediante una lectura indiciaria.
¿De qué podría, entonces, constituir un indicio esa desestabilización que el Holocausto produce en el orden del discurso y de la representación posible? ¿Cuál sería ese discurso o narrativa que, de alguna manera, es puesta en crisis por estos acontecimientos? ¿Cuál sería la contradicción o el conflicto que está siendo ocultado y que se manifiesta sintomáticamente en el lapsus o acto fallido de los historiadores? Todo apunta a que el discurso que peligra con la posibilidad de una representación historiográfica verdadera acerca de los fenómenos relacionados con el nacionalsocialismo, el régimen del Tercer Reich y el Holocausto no es otro que el discurso que la civilización occidental moderna ha construido respecto de sí misma. Sería, me parece, esa narrativa auto-elaborada del occidente moderno como sujeto histórico la que está tratando de ocultar o negar sus profundas contradicciones y aporías, mismas que el Holocausto pone de alguna manera de manifiesto.
¿Qué sería, pues, eso problemático y oscuro que el Holocausto revela de manera sintomática de la civilización occidental moderna? Me parece que se trata del hecho de que, contrario a lo que establece el discurso hegemónico de las denominadas democracias occidentales, de los centros de poder que reconfiguraron la geopolítica la mundial tras la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto, lejos de constituir una anomalía, desviación o regresión con respecto a la marcha de esta civilización, es un acontecimiento plenamente continuo y consecuente con el fundamento o principio sobre el que se ella se ha desarrollado como proyecto civilizatorio. El nazismo y el Holocausto constituyen, sin duda, acontecimientos cuya singularidad histórica es peculiar en muchos sentidos y es preciso conocerla y comprenderla históricamente. Sin embargo, habría que observar que, en lo profundo, se encuentran integrados a la lógica del despliegue o la proyección del sujeto occidental-moderno sobre el mundo histórico, que se caracteriza, dicho en términos filosóficos, por la realización del sí-mismo como anulación de lo Otro, por una afirmación de la identidad que opera como anulación de la diferencia.
Como ha sido observado por distintos autores en el horizonte teórico de la crítica de la modernidad, el fundamento del proyecto histórico de la civilización occidental moderna en su forma capitalista dominante se ha caracterizado por la reducción de la alteridad natural y humana a mera objetividad, a puro sustrato de dominio. Se trata de un fundamento que se realiza históricamente mediante una estrategia que oscila entre, por una parte, la subsunción de la alteridad como materia útil para la (re)producción y preservación de la identidad y del proyecto propio, y, por otra, la reducción de la alteridad que no se puede o no se desea integrar funcionalmente dentro de dicho proyecto a la calidad de residuo o desecho. Esta estrategia de realización en el mundo histórico, potenciada por el despliegue de la tecnociencia moderna y su racionalidad abstracto-cuantitativa, constituyen esa base respecto de la cual el Holocausto no sólo no constituye una desviación, sino que parece ser una de sus expresiones más elocuentes; una expresión desnuda, des-ocultada.
Esta sería, a mi parecer, la verdad que se deja entrever mediante una lectura indiciaria de ese lapsus en el orden de la representación. La falla que se presenta en la posibilidad de tramar los acontecimientos relacionados con el Holocausto en la composición de una representación historiográfica tendría que ver con el hecho de que dichos sucesos ponen en peligro la narrativa de progreso ascendente y homogéneo que ha construido la civilización occidental moderna respecto de sí misma. Y es que no podemos dejar de observar que, junto con el discurso filosófico, el discurso histórico ha desempeñado en la tradición occidental un papel fundamental en la construcción de esa narrativa, en la producción de la memoria histórica de occidente. La historia ha tenido en esta tradición gran parte del encargo cultural de elaborar esa autoconsciencia del sujeto occidental que, montada sobre la eficacia de su despliegue técnico-material en la modernidad, ha servido históricamente como justificación o legitimación discursiva de su expansión y su dominio sobre otras culturas y civilizaciones.
En este sentido, es interesante que sea la producción del efecto de realismo y de verdad lo que resulta sintomáticamente alterado en el discurso histórico con el fenómeno del Holocausto. El realismo como estilo y la verdad como ideal epistemológico constituyen referentes centrales en las configuraciones teórico-metodológicas de la historiografía en la modernidad; misma que requiere y encarga a la historia la tarea de producir, mediante la suma de las representaciones singulares verdaderas de los acontecimientos pasados, una narrativa de su marcha histórica triunfal y ascendente que oculte su conflictividad inherente. Lo paradójico es que este encargo no puede realizarse sin la estructuración de un riguroso, preciso y fuertemente jerarquizado orden del discurso –por lo demás, intensamente sintomático–, cuyo nivel de limitación y coacción de las posibilidades del pensamiento es proporcional al temor que Foucault sospecha que oculta la cultura occidental, ese temor a que emerja a la superficie del discurso todo lo que allí debajo puede haber de peligroso, ambivalente, discontinuo y des-ordenado.
Bibliografía
Echeverría, Bolívar, Vuelta de siglo, México, Era, 2010.
Foucault, Michel, El orden del discurso, México, Tusquets, 2014.
Friedlander, Saul (comp.), En torno a los límites de la representación. El nazismo y la solución final, Argentina, Universidad Nacional de Quilmes, Bernal, 2007.
Ginzburg, Carlo, Mitos emblemas, indicios. Morfología e historia, Barcelona, Gedisa, 1999.
Ginzburg, Carlo, Tentativas, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2003.
White, Hayden, El texto historiográfico como artefacto literario y otros escritos, trad. de Verónica Tozzi, Barcelona, Paidós, 2003.
White, Hayden, Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX, México, Fondo de Cultura Económica, 2005.
↑1 Vid., “El texto historiográfico como artefacto literario” y “La trama histórica y el problema de la verdad en la representación histórica” en Hayden White, El texto historiográfico como artefacto literario y otros escritos, trad. de Verónica Tozzi, Barcelona, Paidós, 2003, pp. 107-140 y pp. 189-216; “Introducción: la poética de la historia” en Hayden White, Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX, México, Fondo de Cultura Económica, 2005, pp. 13-50.
↑2 Cfr., Hayden White, “El entramado histórico y el problema de la verdad”, en Saul Friedlander (comp.), En torno a los límites de la representación. El nazismo y la solución final, Quilmes, Universidad Nacional de Quilmes, Bernal, 2007, pp. 69-91.
↑3 Cfr., Michel Foucault, El orden del discurso, México, Tusquets, 2014, pp. 15-25.
↑4 Ibid., pp. 50-51.
↑5 Vid., “Indicios. Raíces de un paradigma de inferencias indiciales” en Carlo Ginzburg, Mitos emblemas, indicios. Morfología e historia, Barcelona, Gedisa, 1999, pp. 138-175; “Capítulo 3. Huellas. Raíces de u paradigma indiciario” y “Capítulo 4. Intervención sobre el paradigma indiciario” en Carlo Ginzburg, Tentativas, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2003, pp. 93-176.
↑6 Cfr., Bolívar Echeverría, Vuelta de siglo, México, Era, 2010, pp. 134-139.