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[Reseña de: Crescenciano Grave y Fernando Pérez-Borbujo, El cuerpo y sus abismos, Cuadernos del Seminario de la Modernidad 7, México, UNAM, 2014.]

 

El alma, el cuerpo y sus potencias

Notas sobre El cuerpo y sus abismos (Cuaderno SUM 7)

 

Crescenciano Grave

 


Según Platón, en su diálogo Fedón, Sócrates dedicó los últimos momentos a pensar sobre la muerte; más concretamente, a justificar su ejercicio de la filosofía como, entre otros aspectos, una preparación para la muerte. La vida del hombre, afirma Platón en boca de Sócrates, “es una especie de presidio”: el alma está presa en el cuerpo. La muerte es su separación; con ella, el alma y el cuerpo quedan solos, consigo mismos, retornando, la primera, a su simplicidad y, el segundo, hundiéndose en su descomposición.

En virtud de lo anterior, el que se dedica a la filosofía no se dedica a los placeres o cuidados del cuerpo. La actividad del filósofo consiste en desatenderse lo más posible de lo corporal y dedicarse al cultivo del alma. La verdad –la contemplación de la realidad que es en tanto tal; la realidad cuyo ser es verdaderamente ser– se puede alcanzar, hasta donde es posible en esta vida, cuando el alma, al reflexionar, se queda sola consigo misma y es perturbada lo menos posible por los sentidos. Quien se libere del cuerpo y emplee el “mero pensamiento en sí mismo” estará más cerca de conocer lo justo, lo bueno, lo bello tal y como son en sí y, por tanto, de aproximarse a poseer la verdad y la sabiduría. Así, para llegar a la contemplación plena, es necesario desprenderse totalmente del cuerpo y “contemplar tan sólo con el alma las cosas en sí mismas”.

Es el filósofo quien, con la práctica reflexiva constante, purifica su alma y se ejercita en morir. El que ama la sabiduría se ve impulsado por la esperanza de encontrarla con la liberación de su alma respecto del cuerpo, es decir, con la muerte. De esta manera, Platón funda la imagen tradicional del filósofo, una especie de “muerto en vida” al que sólo le interesa dirigir su pensamiento a la contemplación de las Ideas o formas puras que habitan la región supra celeste. Desde lecturas, si no superficiales, sí reductivistas de su obra, se le ve como el fundador de un modo de pensar que procede por antítesis abstractas: eternidad y temporalidad, ser y devenir, esencia y existencia, alma y cuerpo. No obstante, Platón también pensó el alma –en el Fedro y en El Banquete– como principio del movimiento, como constituida no sólo por el elemento racional, sino también por el coraje, el apetito y el deseo; como susceptible de ser afectada por manías divinas que, llevándola fuera de sí, la vuelcan pródiga y creadoramente. Así, el amante de la sabiduría es el que está atravesado por el deseo de lo que carece. Es un ser endemoniado y contradictorio: diligente y torpe, atrevido y prudente en la procreación en “la belleza, tanto según el cuerpo como según el alma”. El filósofo piensa transido por el principio, es decir, por aquello de donde se engendra todo lo que llega a ser.

Los ensayos que conforman el cuaderno El cuerpo y sus abismos (2014) no parten de una inversión mecánica de las antítesis desarrolladas por cierto platonismo que caracteriza a la filosofía occidental. Alma y cuerpo no son pensados en su unilateralidad excluyente, atribuyéndole ahora al cuerpo lo que antes definía al alma. El asunto es un poco más complejo: en los dos ensayos, “La astucia del cuerpo” y “El cuerpo naciente: hacia una fenomenología de la angustia”, se detecta una suerte de platonismo desde abajo. La naturaleza, la physis, es el principio. Este principio no es unidireccional, sino múltiple –si se puede decir así– porque en él operan una pluralidad de fuerzas con distintas direcciones que pueden colisionar entre sí. El conflicto de estas fuerzas es productivo: el cuerpo humano y sus potencias provienen –en tanto lo reproducen y lo recrean en su diferencia– del principio que actúa en la naturaleza.

Así, lo corpóreo, lo psíquico y lo espiritual conforman una estructura compleja desde donde se alumbra la confrontación pensante con el principio que precede y excede nuestra existencia y, a la vez, ésta –desde su precariedad– se abre como el lugar desde donde es posible crear o sugerir sentidos afirmativos de ella misma. En estos ensayos filosóficos, el cuerpo asume, pues, sus potencias contradictorias: afectado por la angustia desde el nacimiento hasta la muerte, el cuerpo es también el que, como voluntad de poder, ha levantado la ambigua grandeza de la historia –en la que muchas de sus creaciones se vuelven contra él– y, desde su precaria ansia por afirmarse más allá de la muerte, en sus obras artísticas, científicas, filosóficas, ha afirmado su cabal finitud en y para esta –la única– vida.

 

Referencias

Referencias
1 Fernando Pérez-Borbujo y Crescenciano Grave, El cuerpo y sus abismos, Cuadernos del Seminario Modernidad: versiones y dimensiones, número 7, México, UNAM, 2014.
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